3. Kari

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—Así que... dos semanas más —comentó Tai después de conocer la nueva noticia. Arrugó la nariz y levantó el rostro con fastidio—. ¡Menudas vacaciones se están pegando por todo el morro!

Ya habían salido rumbo al instituto. Caminaban el uno junto al otro bajo aquel sol ardiente y Kari le miraba, como podía, de reojo. A pesar de esas palabras y su actitud, ella sabía que a su hermano no le había molestado demasiado la nueva fecha de regreso de sus padres. Él no tenía tiempo para preocuparse por esas cosas; ambos se manejaban bien viviendo solos y Tai tenía sus clases, el fútbol y a su novia... no era lo mismo.

La chica tenía el sol justo delante de sus ojos y no paraba de parpadear. El rostro se le acaloraba por momentos y finalmente, tuvo que levantar una mano para usarla de visera el resto del camino. Aun así el picor que sentía en los párpados era insoportable.

—A mí me alegra que nuestros padres se quieran tanto como para hacer viajes románticos y eso, pero... —comentó ella—; parece que a causa de ello se están olvidando de que tienen una hija.

Dijo esas palabras con toda la intención y observó la reacción de su hermano, pero de nuevo todo fue en vano. El chico estaba enfrascado en mandar mensajitos por el móvil.

Increíble resopló Kari, meneando la cabeza.

Tai había pasado de estar pendiente de ella las veinticuatro horas al día a no hacerle ningún caso. Si al menos eso no hubiera coincidido con la marcha de sus padres... Puede que ese fuera el punto de todo lo que estaba pasándole a Kari. Se sentía sola... y de algún modo, como si las personas a las que siempre había importado, ahora la hubiesen dejado a su aire de golpe y porrazo. Por eso había vuelto a pensar en Gatomon... ella nunca le habría dado de lado, aun cuando el resto del mundo se alejara, Gatomon habría seguido con ella... de haber podido.

Sí, tenía que ser eso...

¡Si al menos Tai le prestara atención el tiempo suficiente como para que lo compartiera con él! Pero al mirarle, le encontró tecleando algo a toda velocidad y sonriendo bobamente a la pantalla.

—Hermano... —probó ella, de todas formas. Pero él ni se inmutó—. Tai... —Siguió sin reaccionar, así que Kari se paró en mitad de la calle y dijo bien fuerte—; ¡¡TAICHI!!

Su hermano dio tal respingo que casi se le cae el móvil de las manos.

—Pero, ¿qué pasa? —preguntó, volviendo sobre sus pasos—. ¿Por qué chillas así, Hikari?

El rostro se le enrojeció un poco, pero estaba decidida a hablar.

—Hermano, los digimon...

—¿Otra vez? ¿Qué te pasa hoy que no paras de mencionarlos?

La mirada de Tai se volvió más severa que interesada en lo que ella tuviera que decirle, por lo que ella vaciló antes de seguir hablando. Bajó la mirada y se dio cuenta de que, en realidad, no sabía qué decir sobre ellos.

Solo quería, quizás, hablar de Gatomon con alguien para sentirla más real y Tai era el único con quien podía hacerlo; solo que de pronto, ya no le pareció tan buena idea.

—Da igual —respondió ella, sin mirarle.

No pudo saber si su hermano habría insistido o no para descubrir lo que le pasaba, porque entonces llegó alguien hasta ellos corriendo y gritando.

—¡¡¡Kari!!! ¡¡¡Kari!!!

Los dos hermanos giraron la cabeza a la vez y vieron a un joven de pelo castaño oscuro y despeinado dirigirse hacia ellos; agitaba las manos, llevaba el uniforme arrugado y la mochila le daba botes a su espalda.

—¡Buenos días, Kari! ¡Hola, Tai! —les saludó casi sin respirar a causa de la fatiga, pero sin borrar de su rostro moreno una enorme sonrisa.

—Hola, Davis —respondió Kari, extrañada—. Pero, ¿por qué corres así? Si no llegamos tarde.

—Me sobran las energías —se jactó el recién llegado y la chica puso los ojos en blanco.

Davis era su amigo desde hacía mucho tiempo y le caía bien, a pesar de sus constantes intentos por conquistarla. Cuando el nuevo curso comenzó en septiembre de ese año, las cosas entre ellos parecía que seguirían siendo iguales; ciertamente el inesperado regreso de TK a Odaiba y a su escuela cambió de algún modo la actitud de Davis que desde el principio le vio como a un rival (Kari no sabía por qué, la verdad). Ahora Davis había adoptado una permanente actitud chulesca que empezaba a resultarle muy irritante.

—Oye Kari, ¿te importa que Davis te acompañe el resto del camino?

Miró a su hermano con fastidio.

—Yo no necesito que nadie me acompañe a ningún lado —recalcó, cruzándose de brazos—. Y menos al colegio, un lugar al que llevo años yendo sin problemas.

—¡No quería decir eso! —protestó Tai, molesto. Intentó justificarse, pero le costaba apartar los ojos de la pantalla del móvil más de dos segundos seguidos—. Es que tengo que ir a buscar a alguien antes de las clases...

—A Sora —adivinó Kari sin problemas—. ¿Por qué nunca hablas de ella abiertamente?

Tai sacudió la cabeza e ignoró la pregunta.

—Te veo luego —le dijo y echó a correr en otra dirección.

Los otros le vieron alejarse y cuando Kari se volvió hacia Davis, este le sonreía más que encantado.

—¡Bien! ¡Pues vámonos!

El chico echó a andar, sacando bien el pecho en cada paso y Kari suspiró y le siguió de un modo más cansino. No era solo el agotamiento por lo mal que había dormido, también era por todo ese asunto de los digimon, de Gatomon y sus pesadillas. Confiaba en poder hablarlo con Tai y desahogarse, pero era más que evidente que no le interesaba.

Y si no era él, ¿con quiénmás podía hablar Kari de ese tema que fuera a comprenderla?

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora