22. TK

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—¿Seguro que todo está bien en el mundo digital? —Les preguntó TK a los digimons por quinta o sexta vez—. No hay ningún peligro, ni ha surgido ningún nuevo enemigo que ponga en riesgo el equilibrio entre el mundo digital y el nuestro. ¿Eso es lo que estáis diciendo?

Después de la emoción inicial por haberse reencontrado, los cuatro estaban más tranquilos. Permanecían sentados en corro sobre la cama de Kari. Patamon y Gatomon, colocados frente a ellos, sonrieron y asintieron con la cabeza una vez más a esa pregunta; de modo que TK decidió no seguir insistiendo en ese tema, aunque siguiera siendo un misterio.

Por otro lado, sus amigos estaban tal y como los recordaba haber visto la última vez. Como si los años no hubiesen pasado para ellos; claro, los digimon no crecían ni cambiaban como los humanos, salvo cuando digievolucionaban por alguna razón en concreto.

Aun así, no podía dejar de mirar a Patamon... ¡Había vuelto! ¡No sabía por qué pero ahí estaba! Con sus grandes alas cayendo suavemente alrededor de su cuerpo redondeado, sentado sobre sus patitas traseras y sus ojos, grandes y azules, inundados de felicidad. Deseaba coger a su amiguito en brazos y estrujarle sin parar, pero debía controlar sus emociones. Ahora era mucho más grande, tenía más fuerza y podía hacerle daño. No podía apretarlo contra sí como hacía de niño.

—Te aseguro que allí todo está bien, TK —insistió el pequeñajo con su animado timbre de voz.

—Es cierto —le apoyó Gatomon—. La paz reina en todo el mundo digital.

Los chicos intercambiaron una mirada con una sonrisita vacilante.

—Eso es estupendo y nos alegra oírlo, pero... —comentó Kari—. ¿Cómo habéis sido capaces de llegar hasta aquí?

Pero los digimons se miraron sin saber qué decir.

—Es que nosotros pensábamos que la puerta que conecta ambos mundos solo se abría cuando alguno de ellos está en peligro —explicó TK—. Al menos, así fue la última vez.

Y era lo que le decía la lógica, pero por más que insistieron no había tal peligro, que sus amigos supieran. De hecho, se pusieron a relatar cómo había sido su vida en el mundo digital desde que niños y digimons se dijeran adiós y, realmente, esta no podía haber sido más apacible y feliz. Sin enemigos, ni peleas, sin tener que huir... todo estaba mejor que nunca. Y eso fue un gran alivio tanto para él como para Kari; a pesar de que seguían sin entender como se había producido aquel milagro.

—Nosotros estamos bien, TK —repitió Patamon. De un salto, volvió a elevarse y sus alas empezaron a moverse—. Pero... ¿vosotros también lo estáis?

—¿Nosotros?

—No estáis bien, ¿verdad? —dijo Gatomon—. Por eso hemos venido, Kari.

—¡Para ayudaros! —exclamó Patamon, saltando a los brazos de su compañero con una encantadora sonrisa, para después acurrucarse en su pecho—. Como siempre hemos hecho.

Los chicos se miraron una vez más. ¿Se estarían refiriendo a...? TK supuso que sí. Sus digimons debían haber captado, a pesar de la distancia, lo tristes que se sentían ambos; habían deseado venir al mundo real para ayudarles y tal vez eso era lo que finalmente había abierto la puerta.

—Así que vosotros sabíais lo que nos estaba pasando aquí —comentó TK, aun así, sorprendido—. ¿Cómo es posible?

Patamon levantó la cabeza hacia él. Sus ojazos claros se abrieron y cerraron en un rápido y encantador parpadeo que hizo que el corazón del rubio se inflara de ternura.

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora