11. Kari

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Kari estaba fatal.

Llevaba varios días ya sin ser capaz de dormir más que un par de horas por la noche; demasiado cansancio acumulado. Lo había ido soportando como podía, restándole tiempo a sus estudios y actividades para echarse alguna que otra siesta en pleno día que le sirviera para reanimarse. Pero ese día, Kari estaba fatal.

Nada más poner los pies en la clase y pensar en la cantidad de horas que tenía por delante allí metida, soportando soporíferas charlas de sus profesores y ese calorcillo casi veraniego que se colaba por las rendijas de las ventanas, las piernas le temblaron porque no se vio capaz de soportarlo.

Llegó bastante temprano y en cuanto pudo, huyó de la interminable charla de Davis y se dejó caer en su silla. Quiso mantenerse erguida para estar lo más espabilada posible, pero el cuerpo le pesaba como si se hubiese vuelto de roca y acabó por recostarse sobre la mesa. Sin embargo, y aunque de vez cuando su cabeza le jugaba una mala pasada, logró mantenerse alerta y no apartó sus ojillos cansados de la puerta del aula.

Estaba esperando a que TK apareciera.

Normalmente, el rubio solía estar ya en clase cuando ella llegaba y había elegido justamente la mañana siguiente a esa horrible pesadilla para retrasarse. No estaba asustada... aún. Solo había sido una pesadilla y era imposible (o al menos muy improbable) que a su amigo le hubiese pasado algo tan solo porque ella hubiese soñado con él la noche anterior.

Kari cerró un momento los ojos y trató de relajar la postura de su cuerpo. Le dolía la cabeza, el cuello y los ojos le picaban a horrores si no los cerraba cada pocos segundos. Físicamente había llegado a sentirse más enferma que simplemente cansada; y mentalmente... ya no podía pensar con claridad, hasta sus propias ideas le parecían absurdas y sin sentido y tenía las emociones a flor de piel. Se sentía devastada.

Venga TK, ¿Dónde te has metido?

Y de nuevo ocurrió que, casi como si sus pensamientos le hubieran atraído, el chico apareció. Kari acababa de abrir los ojos de nuevo, cuando le vio entrar por el umbral de la puerta, también trayendo consigo una envidiable expresión de cansancio.

Kari levantó la cabeza de la mesa y pensó (y de hecho quiso) levantarse para ir hasta él, pero era un esfuerzo demasiado ambicioso para el estado en que se encontraba. Por suerte, no hizo falta que lo intentara. En cuanto su mirada se encontró con la de TK, fue él mismo quien se dirigió hacia ella con premura.

—¡Buenos días! —le saludó él con una de sus afectuosas sonrisas. Kari se le quedó mirando, finalmente sorprendida y aliviada de verle—. ¿Pasa algo? —le preguntó, confuso por dicha reacción.

Por fin, en el rostro un tanto demacrado de la chica se dibujó una gran sonrisa.

—¡Hola! —le respondió—. Es que hoy has tardado mucho en venir...

—Me he quedado dormido —explicó él—. Anoche me desvelé y...

—A mí me pasó algo parecido.

Kari se frotó los ojos y TK sonrió aún más.

—¡Ya veo! ¡Tienes los ojos tan adormilados como los de un botamon recién nacido! —se burló de buen humor.

La broma entró, como con cuentagotas por los oídos de la chica y pasaron unos segundos hasta que las palabras formaron una imagen nítida del pequeño digimon en su mente. Entonces, Kari estalló en carcajadas sinceras que agitaron su cuerpo y la hicieron sentir más despierta que nunca.

El pequeño digimon infantil botaba ante sus ojos, desde algún lugar perdido de sus recuerdos, haciendo un graciosísimo quiebro en el aire y Kari tuvo que volver a frotarse los ojos cuando pequeñas lágrimas los inundaron.

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora