8. Kari

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Tras la pesadilla sobre Gatomon, Kari no pudo volver a dormirse aquella noche. De modo que el día siguiente fue uno de los peores que Kari recordaba haber pasado desde sus tiempos en el mundo digital. Estaba tan cansada, tan aturdida por una cansina somnolencia que no se le quitaba del rostro e, inevitablemente, invadida por una tristeza que cada vez era mayor.

En su mundo real, tenía que admitirlo, se encontraba más sola que nunca. Y lo que era peor, así era como se sentía al pensar en Gatomon; no solo por no tenerla a su lado, sino por no tener a nadie con quien hablar de ella. Y... ya no quería seguir haciéndose la fuerte.

Soportó las horas de clase del mejor modo que pudo, aunque era consciente de que su ánimo estaba algo irritable, especialmente con Davis cuyo comportamiento controlador le resultaba cada vez más insoportable. Se le fue el apetito y fue incapaz de concentrarse en nada de lo que le decían los profesores.

A última hora, cuando estaba desesperada por irse a su casa a echarse un rato, ya no pudo seguir sentada más tiempo porque había empezado a dar cabezadas. Aprovechó la pausa entre clases para levantarse y deambular un poco por el aula; acabó colocándose ante la ventana y comprobó que el sol seguía brillando con fuerza. Pudo sentir su calor a través del cristal, sobre la piel de su rostro y por desgracia, eso la hizo sentir aún más deseos de dormir. Los ojos se le cerraron involuntariamente y se sintió descansar un momento del cansancio que soportaba.

Quizás podría quedarme dormida así, de pie.

—¿Qué te pasa, Kari? —preguntó una voz.

La chica abrió los ojos despacio y torció la cabeza. Sabía que no se trataba de Davis porque no había sido un grito, aun así le sorprendió ver a TK a su lado. Miraba también hacia delante, por la ventana y no a ella, cosa que la confundió un poco más.

—¿Eh? —murmuró en primer lugar—. No, nada. Es que tengo mucho sueño.

Se frotó los ojos con las manos y se estiró débilmente, alzándose sobre sus talones. Entonces TK se apartó y en silencio se apoyó en el ventanal para mirarla de frente y lo hizo de un modo extraño y novedoso.

—Llevas unos días muy rara... como triste —le dijo. ¿Se había dado cuenta? Eso también le sorprendió a Kari, no creyó que su viejo amigo le siguiera prestando tanta atención como lo había hecho en el pasado—. ¿Ha pasado algo malo?

—No, nada —respondió sin pensarlo demasiado. No le dio más importancia al interés de TK y de hecho, sus ojos cansados volvieron a anclarse en el cielo.

El silencio se alargó entre los dos sin que Kari le prestara mucha atención. Finalmente, por el rabillo del ojo captó que su amigo se movía y pensó que se marchaba, pero en lugar de eso, dio un paso más hacia ella y le tendió una mano.

—Yo también le echo mucho de menos —comentó TK.

Al principio, ella ni siquiera entendió lo que significan esas palabras, no hasta que sus ojos se descolgaron sobre la mano de su amigo y vio que este sostenía con delicadeza su dispositivo sagrado. Entonces sí, entendió. Entonces sí, sintió un pálpito en el corazón y alzó los ojos con rapidez; el chico la miraba con esa melancolía que ella llevaba sintiendo durante días y por eso pudo reconocerla al instante.

Pero, ¿cómo no había pensado antes en él? Tai no era el único que podía comprender lo que estaba sintiendo, había alguien más que podía hacerlo. De hecho, TK lo había adivinado sin que hiciera falta que ella le dijera una sola palabra; solo con mirarla parecía haberlo descubierto.

Se sintió, extrañamente, emocionada de repente.

—TK... —murmuró. Le miraba y le pasó lo mismo que la noche anterior; en el rostro del chico le pareció ver de nuevo al niño pequeño que había sido su gran amigo casi desde el momento en que se conocieron. Como si hubiese estado escondido y por fin le hubiese vuelto a encontrar—. Yo...

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora