12. Kari

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A media mañana tocaba clase de gimnasia.

A pesar de que llevaba con el mismo horario desde principios de curso, el estado abotargado y cansado en que se encontraba el cerebro de Kari hizo que ni recordara que tenía esa clase hasta que se vio arrastrada por el resto de sus compañeras hacia los vestuarios para cambiarse. Por suerte, tenía un chándal de repuesto en su taquilla, porque obviamente no había llevado nada ese día. No tener chándal le habría supuesto una fuerte bronca del profesor de educación física... por otro lado, sin chándal se habría librado de la clase; y tal vez le habría convenido más una bronca que lo que le esperaba.

Cuando chicos y chicas dejaron los vestuarios y se reunieron con el profesor en el patio del recinto este les dijo que pasarían toda la hora dando vueltas al patio para trabajar la resistencia. ¡Toda la hora corriendo! Kari sintió ganas de echarse al suelo e incluso dejar que los demás le pasaran por encima, cualquier cosa menos correr una hora entera.

En realidad, no era una tarea que le gustara especialmente a nadie. Varios de sus compañeros se quejaron, incluido Davis que estaba acostumbrado a usar esa hora extra para entrenar en fútbol, pero el profesor se mostró inflexible; iban a correr tanto si les gustaba la idea como si no.

¿Qué diablos le pasa? Se preguntó Kari cuando, muy débilmente, empezó a trotar por el patio. Cerca de ella pasaron un par de chicas que iban cuchicheando; al parecer el profesor estaba molesto porque unos alumnos de un curso superior habían dejado todo el material de gimnasia por el patio el día anterior y se había estropeado un poco.

Pero, ¿por qué el castigo nos toca a nosotros? No tenemos nada que ver con eso.

Pensaba esas cosas para distraerse, porque si dejaba la mente en blanco notaba más el cansancio y entonces, la clase de pensamientos que poblaban su mente eran mucho menos alentadores ¡No seré capaz! ¡No aguantaré una hora entera!

Todos los músculos de su cuerpo se quejaron a la vez y aunque el sol ya no era tan molesto como lo había sido los días anteriores, podía sentir su tacto ardiente sobre la piel de brazos y piernas que se exponía a él.

Era consciente de que iba ridículamente lenta comparado con los demás. Durante los primeros quince minutos, la mayoría la habían rebasado en dos o tres vueltas, pero es que no lograba aumentar la velocidad porque en seguida se notaba desfallecer y empezaba a resoplar. Eso hacía que tuviera que detenerse un momento para coger aire, pero en cuanto lo hacía el profesor se ponía a gritarla y ella tenía que seguir corriendo.

Davis era uno de los que más vueltas estaba dando. Al principio, cuando pasaba por su lado le dedicaba algún grito de ánimo, pero después de la quinta o sexta vuelta empezó a pavonearse y sus comentarios cambiaron un poco.

—¡Vamos, tortuga! ¡Que te quedas atrás!

Kari sabía que solo eran absurdas bromas, además iba tan cansada que le dio igual. El rostro y el pecho le ardían como si fueran antorchas y el sudor resbalaba por su rostro y su cuello como si fuera lava fundida.

TK corrió a su lado un par de vueltas; en silencio, tan solo para hacerle compañía y sin hacer comentarios sobre su lamentable estado. Pero tuvo que irse cuando el profesor le descubrió y le chilló que sabía que podía hacerlo mucho mejor y que si no se esforzaba más le suspendería. No le quedó más remedio que empezar a correr al verdadero ritmo que le permitía su cuerpo y se alejó de Kari.

Siguieron pasando los minutos, Kari iba cada vez más atrás y más sola, aunque de vez en cuando levantaba la vista del suelo y no le resultaba nada difícil distinguir a su amigo (y su pelo dorado) entre los demás corredores. Entones, a pesar de todo, ella sonreía y se decía: Tengo que esforzarme un poco más. Ya no puede quedar mucho para que la hora acabe. Si no había nadie más, tendría que darse ánimos a sí misma y mucho más ahora que se sentía de nuevo feliz.

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora