14. TK

956 112 9
                                    

Ya hacía diez minutos que la clase había comenzado y Kari no había regresado de los vestuarios.

TK estaba sentado en su asiento, con la columna recta, muy erguido, con el resto del cuerpo estirado y duro a causa de la tensión que sentía. Su mirada azul iba y venía, acababa siempre en la puerta del aula; él esperaba que de un momento a otro se abriera y Kari apareciera apurada por llegar tarde, pero a salvo. Solo que no ocurría. Y cuando pensaba en ella, sus ojos saltaban hasta su pupitre vacío. Después viajaba, irritada, hasta el profesor de turno que no parecía haberse percatado si quiera que le faltaba una alumna.

Pero él no dejaba de preguntarse dónde podía estar. Aunque... estaban en el colegio, en teoría no podía haberle pasado nada demasiado grave.

Se agarró a los bordes de la mesa, frustrado. En todo el tiempo que había pasado desde su separación, TK había olvidado lo que suponía preocuparse de ese modo por ella. En el mundo digital la sensación de peligro era siempre constante y estar alerta era necesario... tantos años de calma, viviendo en el mundo real le habían desacostumbrado de esa sensación. Por eso estaba tan histérico aunque sabía que no tenía un motivo real para ello.

Porque no ha podido pasar nada se repetía sin cesar.

Entonces, la puerta del aula se abrió de golpe y el chico dio un respingo sobre la mesa. La que entró no fue Kari, sino una mujer alta, de rostro bonachón y grandes gafas redondeadas.

TK la siguió con la mirada sin parpadear, aunque no sabía quién podría ser. La mujer sonrió a la clase con amabilidad pero fue derecha hacía la mesa del profesor, se inclinó y le susurró algo al oído. Los ojos del hombre se abrieron e inequívocamente volaron hasta la mesa vacía de Kari.

¡Están hablando de ella! Adivinó el chico sin un solo atisbo de duda. Pero, ¿por qué? ¿Qué diantres había pasado?

La mujer les lanzó una nueva sonrisita, se despidió con la mano y se marchó sin más.

TK esperó estoicamente a que pasara el resto de la hora y en cuanto sonó la alarma, salió disparado tras el profesor para preguntarle por su amiga. Por el rostro del susodicho, el chico se convenció de que sabía algo del asunto; lamentablemente la única respuesta que recibió de su parte fue:

—Lo siento, Takaishi, pero los asuntos privados de una alumna no pueden ser revelados a otro —TK quiso insistir, pero ni siquiera tuvo esa opción—. Vuelva a su clase, Takaishi. Olvídese de las chicas y céntrese en sus estudios que para eso está aquí.

Dejó al chico perplejo y frustrado en medio del pasillo y al poco tiempo, el siguiente profesor llegó y prácticamente lo empujó hasta su clase.

No le quedó más remedio. Tuvo que soportar el lento transcurrir de las horas que restaban de clases y mucho más preocupado que antes, porque ahora sí que estaba seguro de que algo le había pasado a su amiga.

Nervioso, alterado y hasta molesto con sus profesores que ni le decían nada ni le dejaban salir contempló el reloj que avanzaba ridículamente despacio hacia el final del día. Mientras tanto, el ambiente de la clase se iba enrareciendo por culpa de esa inquietud exasperante que sentía. ¡Hasta sentía que le picaba la piel de los brazos! No podía dejar de mover las manos y los dedos.

El sol, en su extraño movimiento, había vertido su luz ardiente por cada una de las ventanas del aula; el aire que TK respiraba era ardiente y tenía ese sabor tan característico del principio del verano. Eso podría haberle relajado en otro momento, pero su ansiedad era tal que apretaba el portaminas al escribir y la mina estallaba en esquirlas oscuras una y otra vez, ensuciando su cuaderno.

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora