1. Kari.

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Aquella mañana, Kari Yagami abrió los ojos despacio y con una leve sensación de dolor y pesadez en ellos.

Era tan temprano que ni siquiera había sonado aún su despertador y sin embargo, ella se despertó. Realmente, tenía la sensación de llevar ya mucho rato despierta; viendo pasar pensamientos muy variados por su mente mientras se forzaba a mantener los ojos cerrados, creyendo quizás que así su cuerpo seguiría descansando. No había pasado muy buena noche, pues las pesadillas sobre el mundo digital habían regresado y no sabía por qué lo hacían precisamente ahora.

A pesar de lo pronto que era, su cuarto estaba lleno de luz. La primavera casi había quedado atrás, el verano se les venía encima y el sol les preparaba llameando con fuerza incluso a esas horas. Por suerte, no tenía demasiado calor y pudo permanecer tendida en el colchón, con los párpados semicerrados un buen rato. En ese instante se sentía tan cómoda y relajada que el único esfuerzo que hizo fue desconectar la alarma antes de que sonara.

Su mente se iba aclarando, el influjo de la pesadilla se alejaba perezosamente y hasta podía oler la calma flotando en ese cuarto de paredes amarillas. Debió de adormecerse de nuevo porque lo siguiente que oyó fue a su hermano armando su habitual jaleo de cada mañana al otro lado de la puerta. La chica miró el reloj del escritorio y comprobó que casi había pasado una hora.

—Mmm... —Soltó un ligero quejido de disgusto por tener que levantarse. Pero lo hizo; salió de la cama y de espaldas a la ventana se estiró al tiempo que suspiraba. La camiseta del pijama se le subió hasta dejar al aire su ombligo.

Se frotó la cara y después bajó las manos por su pelo. Lo llevaba recogido en un moño que se había transformado en un nido de pájaros durante la noche. El rostro le ardía cuando se volvió hacia la ventana.

—¡Auch! —exclamó, tapándose los ojos. ¡La luz era intensísima! Unos segundos más y la habría carbonizado las retinas.

Tuvo que abrir primero un ojo y después el otro para terminar de acostumbrarse a ese chorro de luz. Frente a ella se erguía otro imponente edificio de apartamentos como en el que vivía; casi toda Odaiba estaba lleno de edificios de ese tipo que se daban sombra los unos a otros. Kari siempre deseó tener una vista más bonita desde su ventana, pues un edificio de piedra lleno de ventanas, puertas y balcones atiborrados de feos aparatos de aire acondicionado no era muy inspirador.

En fin, no tenía otra cosa que mirar y en aquel momento, con los rayos dorados reflejándose sobre cualquier superficie de metal del edificio resultaba curioso, como si estuviera rodeado por una barrera mágica protectora.

A ella solía gustarle ver el sol brillar al despertarse, pero últimamente le había dado por pensar que... brillaba demasiado. No sabía por qué se le había ocurrido algo así, quizás porque le molestaba que el sol la cegara todo el tiempo.

Al apartar la mirada, su pequeña habitación le resultó mucho más oscura y sin embargo, algo brilló frente a sus ojos, en su escritorio. Pensó que habría sido el reloj, pero al acercarse se fijó en que había sido otra cosa. Un pequeño aparato de metal que estaba en su joyero... abierto. Kari frunció el ceño al tiempo que se rozaba un mechón de pelo extraviado.

—¿Por qué está abierto? —se preguntó a sí misma. Ella siempre cerraba el joyero para evitar que se llenara de polvo.

Allí estaba su dispositivo sagrado y era lo que había brillado, atrapando en su oscura pantalla un despistado rayo de ese sol cegador. Parpadeó, suavizando su semblante; solo había sido el sol. Nada más. Hacía ya seis años que no reaccionaba... Seis años habían pasado desde que ella, su hermano y el resto de niños elegidos habían vuelto de su aventura por el mundo digital.

Seis años... entonces ella era solo una cría y así la había tratado su hermano durante todo el tiempo que duró. Pero ya no lo era. Ahora tenía casi quince años. Ahora todo era diferente.

Siguió mirando el dispositivo hasta que una palabra cargada de sentimientos rodó hasta su mente. Gatomon. Seis años sin saber nada de ella... ahora que lo pensaba, Gatomon había aparecido en su pesadilla. Sí, los recuerdos empezaron a amontonarse de forma confusa en su cabeza y recordó que en su sueño, su vieja amiga gatuna parecía huir de algo.

Estaba en peligro.

—Pero, ha sido solo un sueño, ¿verdad?

El corazón se le encogió y Kari terminó de despejarse del todo. No quería ni pensar en la posibilidad de que Gatomon pudiera estar realmente en peligro. Estaban totalmente separadas, así que de ser cierto, ella no podría acudir en su ayuda.

No. No, ¿por qué habría de estar en peligro? Después de que los ocho niños elegidos hubieran vencido a todos sus enemigos, tanto el mundo digital como el humano estaban a salvo y gozaban de un perfecto equilibrio, sin más distorsiones, ni problemas. Su amiga estaría, seguramente, llevando una vida feliz y tranquila junto a Agumon, Patamon y el resto de digimon. No había razón por la que debiera dejarse llevar por el pánico por una boba pesadilla.

Oyó un nuevo sonido y fue hacia la puerta de la habitación. Al abrirla, se encontró con su hermano mayor; llevaba puesto ya el uniforme verde oscuro de la escuela y parecía muy concentrado en anudarse la corbata correctamente.

Kari le miró de la cabeza a los pies y sonrió.

—Te falta un calcetín, hermano —le indicó, señalando con el dedo el tobillo izquierdo del chico, desnudo dentro del zapato—. ¿Te habías dado cuenta?

El chico bajó los ojos un instante y rápidamente replicó:

—¡Pues claro que me había dado cuenta! —Evidentemente no. Resopló y miró a su hermana—. Pero bueno, Kari, ¿qué haces aún en pijama? ¡Llegaremos tarde!

—¿Y desde cuándo te preocupa a ti llegar tarde o pronto al instituto?

Tai abrió la boca para responder, pero algo se lo impidió. Su rostro se crispó un poco y Kari fue capaz de adivinar la respuesta a esa pregunta sin que hiciera falta más información.

—¡Venga, ve a vestirte! —le acabó diciendo para meterla prisa (y de paso cambiar de tema)—. Yo iré a preparar el desayuno.

Salió disparado hacia la cocina, pero Kari meneó la cabeza y le recordó:

—El calcetín...

—¡Mierda! —masculló Tai, que estuvo a punto de golpearse contra la pared del pasillo al hacer un brusco cambio de dirección.

Kari contuvo una risita y se dirigió al baño para asearse.

Siguió oyendo golpes y alguna que otra maldición incluso después de haber vuelto a su cuarto para ponerse el uniforme. Frente a su espejo del armario se examinó el pelo. Los mechones de cabello castaño claro le rozaban los hombros y la parte superior de la espalda y pensó que era la vez en que más largo lo había llevado. El calor apremiaba y empezaba a sentir la tentación de cortárselo como siempre lo había hecho, pero... por alguna razón acababa desechando esa idea todas las veces.

Se hizo una coleta y decidió olvidarlo. Metió los últimos objetos en su cartera y una vez más, se quedó mirando el dispositivo sagrado. Después de volver del mundo digital lo había llevado consigo a todas partes porque aún tenía esperanza de necesitarlo.

Alargó la mano hasta él y apretó los labios. La mano le hormigueaba aun deseando cogerlo, pero lo que hizo fue bajar la tapa del joyero, no sin cierto reparo.

Volvió a pensar en Gatomon, pero...

—¿Qué sentido tiene?—susurró, cerrando el broche de la cartera—. Lleva seis años sin reaccionar.

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora