2. Kari

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Tai nunca fue un buen cocinero. Kari lo sabía de sobra y hacía tiempo que, pese a su orgullo, él también lo había reconocido. Por eso se ofrecía tan alegremente a preparar el desayuno, la comida más importante del día y, en teoría, la más sencilla de preparar.

La chica tenía que reconocerle a su hermano que hacía lo que podía.

Puso la mesa para los dos, aunque se olvidó de las tazas y las cucharillas. Colocó toda la fruta disponible en un bol, pero se olvidó de lavarla primero. Trajo leche, café y té; pero no lo calentó adecuadamente y el pobre fue incapaz de encontrar las servilletas. Esa clase de fallos eran tan habituales que Kari ya ni se burlara de él; en silencio reparaba los errores de su hermano para que él no se sintiera mal y después tomaba asiento a su lado como si nada.

Al menos ya lleva dos calcetines se dijo la chica, divertida.

Se sentaron a comer en silencio y poco a poco, el recuerdo de la pesadilla volvió a su mente. Trató de ignorarlo y hasta hizo una mueca involuntaria al obligar a su cerebro a pensar en otra cosa. Rápidamente alzó los ojos hacia Tai, temiendo que la hubiese visto, pero el chico estaba muy ocupado repasando sus mensajes de móvil. En otro tiempo, él la habría visto y Kari no se habría librado de un agotador interrogatorio hasta que compartiera sus preocupaciones.

Pero como ya había pensado, ahora todo era diferente.

—Oye, hermano —empezó a decir—. ¿Piensas alguna vez en Agumon?

Tai dio un respingo al oír eso y dejó de mirar la pantalla del teléfono. Contempló a su hermana pequeña, un tanto perplejo y era lógico. Kari no recordaba cuándo había sido la última vez que habían hablado de los digimon, pero había sido hacía mucho.

Le había impresionado tanto que, antes de responder, Tai agarró su vaso de zumo y se lo bebió casi de un trago.

—Pues claro que pienso en él, Kari.

—Nunca le mencionas...

—¿Y qué quieres que diga de él? Después de tanto...

La voz de su hermano se había tornado pesada y Kari lamentó haber hablado. Sabía lo triste que se había quedado Tai después de volver al mundo humano; pocos lo sabían, pero quizás era el que peor lo había pasado. Los primeros días tras su regreso había estado tan triste que ni siquiera había querido volver a entrenar con su equipo de fútbol.

Pero, para bien o para mal, el tiempo tiene la facultad de suavizar cualquier emoción por fuerte o perturbadora que sea.

Tal vez la conversación debía acabar ahí y no llevarla más lejos, pero Kari no pudo evitar preguntar.

—¿Y... tú crees que estarán bien? Los digimon, digo.

—¡Pues claro que sí! —respondió Tai sin dudarlo un momento—. Vencimos a todos los digimon que pudieran suponer un peligro para el mundo digital, ¿no? Además, si Agumon y los demás tuvieran problemas habrían encontrado el modo de contactar con nosotros.

—Pero... —Kari quiso insistir y compartir, por fin, sus sospechas con alguien. No obstante, el móvil de su hermano se puso a pitar de forma estridente y el rostro de este cambió al echar un vistazo a la pantalla. La chica sonrió con malicia—. ¿Es tu novia, hermanito?

El susodicho le hizo una mueca al tiempo que se ponía en pie.

—¡Cállate! —le soltó, avergonzado. Y sin más, salió corriendo del salón rumbo a la terraza, para hablar en privado.

Pues claro que es ella se convenció Kari, apurando su desayuno. ¿Por qué haría eso de salir huyendo cada vez que quería hablar con ella por teléfono? ¿Acaso se pensaba que su hermana estaba tan interesada en su recién comenzada vida amorosa como para poner la oreja?

Meneó la cabeza y empezó a recoger todos los platos y vasos. Los fregó rápidamente y dejó para que se secaran. Después, se volvió apoyada en el fregadero y lanzó una mirada a todo el apartamento siendo consciente del silencio que la envolvía y que era, cada vez más normal en esa casa.

En su mente surgió un pensamiento de improviso: me he quedado sola.

Le resultó un pensamiento ajeno a ella y casi al mismo tiempo, Kari recordó que no era la primera vez que lo pensaba. Había habido otra ocasión... Hacía seis años, cuando Tai apareció con koromon de repente, en su casa y pasó el día con ella. Entonces, estaba sola porque sus padres habían ido a visitar a sus abuelos y Tai, se suponía que estaba en el campamento. Su hermano nunca sabría la gran alegría que supuso para ella verle aparecer para estar con ella, ni lo triste que se sintió cuando le vio flotar hacia el cielo para después desaparecer rumbo al mundo digital, otra vez. Y dejándola atrás una vez más.

Otra vez los digimon... se dijo bajando la mirada. ¿Por qué no dejaba de pensar en ellos de repente? Parecía que cualquier cosa se los recordara.

El teléfono de la casa sonó y Kari fue corriendo a responder.

—Familia Yagami, dígame.

—¡Kari! ¡Soy yo, cielo! ¡Mamá!

—¡Mamá! —exclamó la chica, feliz. Se agarró al auricular con una gran sonrisa verdadera—. ¿Qué tal estás, mamá? ¿Y papá? ¿Lo estáis pasando bien en Las Bahamas?

—Bien es poco, hija. ¡Esto es el paraíso! —contestó la voz entusiasta de su madre. Kari rio, feliz—. Ha sido un acierto elegir este lugar para nuestro viaje romántico. ¡Tu padre está encantado!

De hecho, oyó la risa cantarina de su padre, como de fondo y el corazón se le agitó emocionado.

—¡Dale recuerdos de mi parte!

—Por supuesto que sí, cariño. Bueno, ¿y vosotros dos qué tal? Supongo que Tai te estará cuidado bien, ¿no?

—Sí, sí, por aquí todo va bien... aunque os echamos mucho de menos. ¿Cuándo volvéis?

Su madre calló un momento y Kari lo oyó todo; el sonido de la brisa cálida golpeando contra el teléfono, el rumor de las olas llegando a la orilla, el jolgorio típico de una playa llena de turistas... ¡Qué envidia! ¡Cómo le habría gustado a ella ir con ellos! Puede que allí el sol no resultara tan cegador y las pesadillas no se atreverían a asomar entre sus sueños.

—Verás Kari, por eso os llamo. Tu padre y yo hemos pensado quedarnos un par de semanas más aquí.

—¿Qué?

—¡Lo estamos pasando tan bien! Esto está siendo como una segunda luna de miel, cielo.

—Pero ya lleváis tres semanas fuera...

—Bueno, si tú necesitas que volvamos ahora lo haremos, cariño.

¿Necesitar? Kari apretó los labios porque a punto estuvo de escapársele un fuerte ¡Sí! ¡Por supuesto que los necesitaba y quería que volvieran lo antes posible! Llevaba tres semanas sola con su hermano... en realidad, habían sido tres semanas de casi absoluta soledad, pues Tai siempre estaba fuera.

No sabía si soportaría otras dos semanas en esa casa vacía y silenciosa; pero no quería ser egoísta.

—No es que lo necesite, pero...

—¡Genial, cariño! ¡Qué buena eres! —Le soltó su madre a toda prisa y con gran alegría—. Pues, cuéntale tú a tu hermano los cambios de planes y dale muchos recuerdos de nuestra parte.

—Pero, mamá...

—¡Os queremos! —Y la comunicación se cortó de golpe.

—¿Hola? —lo intentó ella, pero nada salvó un pitido muy desalentador la respondió—. ¿Me ha colgado? —Sabía de sobra que sí y aún sostuvo el teléfono en su mano unos instantes, atónita.

Esperaba que en un día o dos sus padres estuvieran de vuelta... ¡Y ahora resultaba que tendría que esperar dos semanas más!

Dejó el auricular en su sitio y se tocó la frente, agotada. Esa extraña melancolía que la acompañaba desde hacía ya unos días se volvió aún más sólida en su interior. Sabía que era ya demasiado mayor como para que la separación de sus padres le provocara esa sensación de desamparo, pero... había algo más aparte de eso.

Tai volvió de la terraza rezongando sobre lo tarde que era, pero se quedó clavado en el suelo al ver el rostro de su hermana.

—¿Qué pasa?

Reencuentro (Takari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora