Capítulo 30

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Las hirvientes gotas resbalaban por mi piel, dejando un sendero que pronto sería recorrido por otra. Impregnando el aroma del jabón en mi cuerpo, disfruté los últimos minutos de calma y abandoné la ducha. Con el traje de gala puesto, peiné mi cabello cubriéndolo de gel y rocié mi cuello de un caro perfume, elegido por mi compañero de piso.

Al bajar las escaleras, noté que estaba solo, probablemente, Zac había decidido alistarse en lo de su novia. Me desvié a la cocina y tomé una fría botella de jugo del refrigerador, no quería consumir alcohol antes de empezar a conducir. Con los nervios todavía de punta, me prendí un cigarrillo y girando las llaves sobre el tambor, encendí el coche.

La calma de la noche conseguía relajar mi mente. Las amarillentas luces públicas, pasaban a gran velocidad a medida que mi auto avanzaba por las calles. Encendí el estéreo y le di otra calada al filtro. Pocos minutos después, ya estaba aparcado frente a la puerta del excéntrico edificio donde vivía Samantha. Tomé el móvil y la llamé para avisarle que estaba esperándola.

—Te quedó excelente— Mencioné al verla envuelta en el azulado vestido que encargué para ella.

—No era necesario— Respondió sonriendo, con sus manos aferradas a una pequeña cartera negra sobre su regazo.

—Solo fue un detalle para mi cita— Guiñándole un ojo, volví a encender el coche.

Varios minutos después, estacioné frente al salón y antes de abandonar la paz de mi vehículo, respiré profundamente. Al abandonar el auto, un chico se me acercó para pedirme las llaves. En el borde de la alfombra, que remarcaba el camino hacia la luminosa entrada, llevé mi mano izquierda a mi pecho y esperé a que mi cita enredara su brazo en el mío.

La prenda que elegí para Samantha tenía brillos en la zona del busto y un corte debajo de él, dejando que todo el resto se deslizara por su cuerpo, de manera holgada y pegada a la vez, hasta rozar sus talones. El escote de la espalda llegaba hasta sus caderas y estratégicos pliegues descansaban sobre sus glúteos. A mi parecer, y tomando en cuenta su altura, era una excelente opción para su cuerpo. Combinó la suave tela con un peinado recogido, que dejaba ver cada parte de su rostro y dos pendientes en forma de palito colgaban de sus lóbulos. Sin duda, estaba preciosa.

Al cruzar el portón principal, chocamos de frente con un corto y angosto pasillo, decorado con bastantes rosas blancas.

—Buenas noches ¿Podrían decirme su nombre, por favor?— Pidió un hombre a mi izquierda.

Arqueé una ceja y reí disimuladamente ¿Armaban tremenda fiesta y no reconocían a sus invitados?

—Matt Bolton y Samantha Green— Modulé con un tono firme.

Sus ojos se abrieron sorprendidos y dejando la lista sobre una mesita, se acercó hasta mí y me estiró la mano. No dudé en tomarla y saludarlo como debía.

—Un honor, señor— Palmeé su hombro para que dejara las formalidades y observé a mi compañera, quien miraba encantada los cuadros de la pared —Por aquí. Ya están esperándolo, señor.

Pronto llegamos al corazón del lugar. Arañas doradas colgaban del cielo raso color hueso y una sutil, pero sumamente fina, decoración adornaba cada rincón. Las mesas estaban colocadas alrededor de una pista y apuntaban hacia un escenario en el fondo, donde una banda estaba tocando una relajante música. Una enorme cascada se lucía enfrentando a un gran balcón, y junto a esta una larga barra no dejaba de servir tragos a todos los presentes.

—Wow— Soltó mi arreglada secretaria, asombrada por el precioso lugar.

Sabía quién había sido el responsable de tanta extravagancia. Con pasos seguros llegué al centro, saludando a cada invitado en el transcurso y no tardé en distinguir a mis amigos entablando una conversación con mi padre, ubicados frente a la hermosa fuente de agua.

Siempre hemos sido nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora