Capítulo 32

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—Gracias por la invitación, la pasamos excelente— Comentó un viejo amigo de mi padre mientras estrechaba mi mano.

—Gracias a ustedes por asistir— Hice un ademán con la cabeza, despidiéndome también de su mujer.

Parado junto a la entrada, repetí ese mismo proceso con cada invitado. En tanto despedía a otro, vi a Alexander meter a mi mamá a su coche y luego caminar hacia a mí.

—Me voy, hijo. Es hora de llevarme a tu madre— Anunció con el cansancio de vivir siempre la misma escena por estar junto a ella.

—Cuídate, papá. Avísame cuando lleguen.

Palmeó mi hombro y acogido bajo la oscuridad de la noche, regresó a su vehículo. Tocando la bocina en forma de despedida, arrancó. Apreciaba mucho a mi madre, pero detestaba como trataba a su marido, nunca le importó nada que no fuera ella misma, incluyéndome. Sin embargo, Alex era una persona extremadamente buena y sin importar lo que pasara, jamás la abandonaría.

Minutos después el salón cerró sus puertas. Mientras los chicos hablaban de la fiesta y no paraban de reírse, todos bajo los efectos del alcohol, Zac se acercó a mí, que estaba dándole propinas al chico que acababa de traer mi auto.

—¿Así que Natalia se irá contigo?— Preguntó yendo directamente al punto.

Sonriendo, guardé la billetera en el bolsillo de mi pantalón y saqué un cigarrillo que no tardé en sostener con mi boca.

—¿Cómo te enteraste tan rápido?

—Acaba de decirle a la Barbie— Hincándose de hombros, me arrebató la cuadrada caja de cartón y después de adueñarse de un filtro, me la devolvió —Sin contar el hecho de que soy su mejor amigo.

Arqueando una ceja, llené mis pulmones de humo y le pasé el encendedor para que pudiera hacer lo mismo.

—Cuidaré a tu pilar, puedes quedarte tranquilo— Bromeé obteniendo una risa de su parte.

—Eso espero. Me quedaré con Catalina para que puedan estar solos— Sostuvo el cigarro con sus labios, cerró un ojo ante el ardor que el humo producía y aprovechando sus manos libres, se subió a la moto —Mándame un mensaje cuando pueda volver. Te veo mañana.

Rodeando mi auto, asentí y abrí la puerta del copiloto. El grupo me saludó a lo lejos y levantando un brazo me despedí. Pronto el coche de la rubia se encendió y el colorado vehículo de mi mejor amigo rugió. En tantos ellos comenzaban su viaje a casa, Natalia se acercó a mí a paso rápido.

—Veo que lo caballero nunca cambiará— Comentó pasando frente a mí para tomar asiento.

—Hay cosas que nunca cambian— Guiñándole un ojo, cerré mi puerta y después de ponernos el cinturón, puse el auto en marcha.

[...]

Ya en la comodidad de mi hogar, me adelanté unos pasos y dejé mi saco sobre uno de los sofás. Volteé a ver a mi compañera y esta estaba admirando cada rincón de la morada que compartía con el policía. Pensar que era la única mujer, además de la rubia, que pisaba este suelo era algo increíble y hasta cómico. Había convertido estas blancas paredes en mi guarida y eran limitados aquellos con el permiso de traspasarla.

Nuevamente, me abría a ella y sin poner esfuerzo alguno de su parte, volvió a derribar cada una de mis barreras.

Me tomé un momento para contemplarla, admirar su cambio, tanto el físico como el personal. Su esencia seguía intacta y mi memoria reaccionaba a ella, mostrándome todos los recuerdos a su lado.

—¿Todas tus casas son hermosas?— El dulce sonido de su voz me trajo de vuelta.

—Zac la decoró— Contesté hincándome de hombros.

Siempre hemos sido nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora