Capítulo 37

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Miré el reloj por quinta vez en menos de diez minutos, estaba impaciente porque las agujas llegaran al doce, lo cual indicaría la media noche y el nacimiento de un nuevo día. Quince minutos eran los que faltaban. Sacudí mi muñeca, haciendo temblar al reloj, y sin poder esperar más, me levanté y me dirigí a la cocina. Extraje cuatro heladas mini botellas de cerveza del refrigerador y dejándolas descansar sobre la negra mesada de mármol, aguardé a que unos cuantos minutos más murieran.

Con los envases entre mis dedos, volví a mi habitación por el paquete y en pasos silenciosos, me acerqué a la de Zac. Desde el pasillo ya se podía escuchar su televisión encendida. Abrí la puerta y me encontré con el cuarto a oscuras, siendo iluminado únicamente por la plana pantalla. Adentrándome a él, comprobé que estaba vacío y no tardé en diferenciar el sonido de la ducha venir de su baño.

Sentándome en el borde de su cama, dejé las botellas en el suelo y ojeé una vez más la hora. 23:53 pm, excelente, todavía quedaba tiempo. Quería ser el primero por una vez en años. Apreté un cigarro con mis labios y no me animé a prenderlo, no recordaba si a Zac le molestaba o no el humo en su dormitorio.

Cinco minutos después, la puerta que conducía a su baño, se abrió, dejando salir una gigante nube de vapor que, desesperada, se esparció por todo el blanco cielo raso. Con una colorada toalla enrollada en su cintura, el oficial Drago se presentó mientras sacudía su negro cabello, deshaciéndose del exceso de agua en él.

Al verme dio un pequeño salto y seguidamente, sonrió feliz. Sonriéndole igual, me levanté y lo abracé.

—Feliz cumpleaños, Zac.

—Gracias, Hermano.

Palmeamos la espalda del otro y entre risas me alejé, retornando a sentarme al borde de su lecho.

—Menos mal que te alejaste. Unos segundos más y la toalla se me hubiese caído— Bromeó sacándonos una carcajada mientras se arrimaba a su armario para cambiarse.

—Por esos comentarios tuyos es que la gente piensa que somos pareja.

—Tienes que admitir que haríamos una muy buena— Jugó y pasó su cabeza por el circular cuello de una camiseta roja.

—Ya. Suficiente— Mordiendo mi sonrisa, le lancé una botella cerrada y en cuanto la atajó, la abrió.

Volteándome, empiné mi cerveza y en tanto refrescaba mi garganta, le di privacidad para que por lo menos se pusiera ropa interior. Cuando lo vi pasar a su baño de nuevo, sin algo colorado rozándole las pantorrillas, retorné a mi posición inicial.

—¡Podrías ponerte un pantalón!— Exclamé al comprobar que tenía la camiseta, pero solamente unos bóxers blancos cubrían la parte inferior de su cuerpo.

—En mi pieza, los pantalones están prohibidos— Argumentó —Pero tú puedes quedarte con los tuyos.

—Que considerado— Respondí sarcásticamente y riendo, se dejó caer, pesadamente, sobre un negro puf —¿Puedo fumar? No me acuerdo si fumabas acá adentro, hace mucho no vengo— Solté y sin responderme, se estiró hasta el mueble que sostenía su televisor y consolas de juego.

A nada de caerse, regresó y dejó un cenicero transparente entre los dos. Inmediatamente prendí el cigarro y le tiré la caja roja y blanca, para que pudiera hacer lo mismo.

—Ten— Separando el cigarrillo de mis labios y expulsando el humo, que enseguida me envolvió, le tiré el paquete adornado con un moño carmesí —Feliz cumpleaños— Repetí y le di otra calada al filtro.

Con un ojo cerrado, a causa del ardor producido por la tóxica nube, sostuvo el cilindro de papel con sus labios apretados. Esbozando una sonrisa, desgarró el envoltorio y se paralizó al ver el obsequio.

Siempre hemos sido nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora