Capítulo 11

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Con un intenso y
brillante sol encima, refresqué mi garganta con el helado refresco que sostenía. Sacandome el ligero abrigo que traía mermé la temperatura de mi cuerpo, luego de ajustar los cordones de mis zapatillas rehíce la coleta alta en mi cabello.

La primavera se acercaba a su fin y el flamante astro se encargaba de recordárnoslo, el calor poco a poco comenzaba a incrementar, no faltaría mucho para que las tardes en la playa se vuelvan fuertemente necesarias.

—¿Ya comenzó?— Girando hacia mi amiga tomé el cono de cartón que me ofrecía y volví mi vista al frente.

—No, sigue elongando— Comenté con una creciente sonrisa al verlo.

Sentadas en las gradas, con la rubia nos dedicamos a devorar las calientes y saladas papas fritas que había ido a comprar. Desde nuestros asientos podíamos ver a Jack estirar sus músculos revestido en un tierno conjunto blanco, su partido estaba por comenzar. Después de tomar una raqueta y la sacudirla con fuerza de un lado al otro, cerciorándose de que no le fallase en medio del juego, enfocó su vista en mí y guiñándome un ojo se posicionó.

Estaba participando en un torneo amateur y este era el primer encuentro, hace dos años que comenzó con este deporte y sabía que lo amaba, la pasión que demostraba sobre el anaranjado rectángulo no pasaba desapercibida. Cada vez que su labor de médico no logra consumir todo su tiempo se dedica a dar clases de tenis para chicos. Siempre asistí a sus prácticas, incluso intentó enseñarme, pero, aunque disfrutaba jugar con él, mis manos y la agujereada paleta no eran buenas amigas.

El pitido de un silbato nos alertó que el juego empezaba, tirando una amarilla y peluda pelota al aire para luego pegarle, mi novio dio inicio al evento.

Cata me acompañaba a verlo ocho de cada diez veces, y no por mí, más bien por beneficio propio, ya que esperaba que el rubio la ayudara con los exámenes que ella tendría en la facultad. Ambos rubios estudiaban en el mismo lugar y casualmente cursaban las mismas materias, la melliza se recibiría de doctora en menos de un año, y Jack al haber terminado la carrera con uno de los mejores promedios, le era de gran ayuda.

Los dos mantenían una buena relación, el doctor Collins apreciaba a su ex compañera de universidad, y Cata le tomó cariño en cuanto notó lo bien que él me había hecho. Sin embargo, mi mejor amiga nunca consiguió apreciarlo como al mariscal, ni tampoco pudo tomarle una confianza similar.

Mentiría si dijera que no luché contra mi propia mente durante estos dos días, pero no podía sacarlo de mi cabeza y mis molestos instintos de curiosa siempre terminaban por salirse con la suya. Quería saber como estaba, que había sido de su vida, quería hablar con él, pero sabía que no debía, que todo sería peor y más incómodo si fuera posible.

Como si pudiera leer mis pensamientos, luego de un carraspeo y el típico sonido de una bombilla succionando las últimas gotas de líquido, Cata fijó sus ojos en mí.

—¿Sigues pensando en él?— Con una sonrisa sobre su boca, supo exactamente lo que me pasaba.

—No...No pue...puedo sacarlo de mi cabeza— Balbuceé soltando una vacía risa —Es raro— Frunciendo mi ceño, guie a mis ojos hasta los suyos —Es como si todo el tiempo que pasó, realmente no hubiera pasado.

Con una sonrisa de melancolía, apoyó su mano sobre mi rodilla —Lo que ustedes tuvieron fue tan lindo, puro y real, que realmente no entiendo cómo es que pudieron separarse— Su garganta pronunciaba cada palabra con añoranza —Cuando él apenas te vio en el cumple de la enana, en sus ojos vi el mismo brillo que poseía cuando estaba contigo, un brillo de felicidad, de amor, estaba como hipnotizado— Haciendo gestos raros que nos hicieron reír a ambas, continuó —Parecía que había visto un ángel y estaba dispuesto a encomendarse a él— Mis mejillas no tardaron en reaccionar ante sus palabras y mi estómago se removió con cada una de ellas —Pero luego de verte con Jack, sus iris se apagaron y no volvieron a brillar— Suspirando volvió su vista al partido —Cuando te vio en la cena enloqueció, nos preguntó si no nos importaban sus sentimientos, seguía lastimado— Con sus faroles incriminándome nuevamente un vació en mi pecho comenzó a palpitar —Sigue lastimado.

Siempre hemos sido nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora