Extra 1

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Zac

—Carajo...

—¿Qué? —respondió Matt por inercia.

—No puede ser —murmuré, ganándome su atención.

—¿Qué cosa, Zac? —ya con su ceño fruncido, el humo se escapó por entres sus labios.

—Tenemos que llevar a las chicas a ver Barbie.

—¿Barbie? —arqueando una ceja, se llevó su taza de café a la boca.

—Sí, la muñeca... ahora tiene una película.

—¿Y? —no respondí— ¿Ellas te dijeron que querían ir a verla? —seguí deslizando los videos en mi teléfono— Podrías pensar las cosas, ponerlas en orden y luego decirlas del tirón? —comentó molesto.

—Que gruñón eres —apenas levante la mirada para verlo y sonriendo, seguí con lo mío.

—No te aguanto —dándole otra pitada a su cigarro, sacó su billetera para pagar por nuestra merienda.

Dejé el teléfono a un lado y me miró entre la cortina de humo esperando una respuesta.

—No, no lo pidieron, pero, según parece, todas las chicas del mundo, esperan que sus novios las lleven, como un mimo a su niña interior o algo así...

—¿Y era tan difícil decir eso?

—Además salgo con la Barbie, apodo que le queda pintado porque es literalmente una Barbie, ¿Cómo no iba a llevarla? —comencé a hablar conmigo mismo.—. Hay que hacerlo detallistamente.

—¿Esa palabra existe? —alzando una ceja se rio—. ¿No sería "detalladamente"?

—Como sea... vamos... tenemos cosas que comprar, una carta que hacer y entradas que sacar.

Sé que iba a preguntarme por lo de la carta, pero en un suspiro decidió no hacerlo.

[...]

En el centro comercial, corrí a sacar las cuatro entradas para la última hora, porque increíblemente ya estaban agotadas las demás funciones, mientras que Matt llamaba a su padre para pedirle si podía cuidar a los niños. Íbamos a tener que recompensarlo bien, estábamos seguros de que no era el plan perfecto para ningún abuelo un Sábado por la noche. Por suerte, Alexander adoraba pasar tiempo con ellos y jamás nos decía que no, además de que los mellis lo amaban como si la sangre los unieran y él jamás había hecho diferencia entre mis hijos y los de mi mejor amigo.

—Dijo que sí —guardando el teléfono en su pantalón, Matt se me acercó—, ¿conseguiste las entradas?

—Sí, pero a ultima hora. Deberíamos dejar pago los pochoclos y los vasos esos para las chicas, antes de que también se acaben. —Asintiendo, Matt se dirigió al candy.

Treinta minutos después, conseguimos por fin salir del cine. Con mi hermano nos metimos a una tienda de ropa e intentamos elegirles el outfit a las chicas. Mirábamos prenda tras prenda y ninguna nos convencía, estaba claro que las empleadas del local se reían de nosotros.

—¿Podemos darles el dinero y que vengan ellas a elegirlo? —agobiado por la incomodad, Matt comenzó a frotarse el mentón.

—El chiste es que se lo demos nosotros —acomodándome la gorra hacia atrás, seguí indagando en los percheros.

Bufando, Matt estaba por irse al otro lado de la tienda cuando unas chicas, probablemente mucho más jóvenes que nosotros, se nos acercaron.

Siempre hemos sido nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora