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La oscuridad me rodea, no veo absolutamente nada en mi entorno, ni una luz, ni siquiera un punto. No tengo idea de dónde se supone que me encuentro, pero es obvio que no es mi cuarto. ¿No se supone que me había ido a dormir yo? 

Lo último que recuerdo es haberme despedido de Andy y cambiarme con mi pijama para irme a descansar después de un día largo y de revelaciones tanto para mí como para él. Siendo sincera, me da un poco de pena todo lo que le pasó, debió de ser horrible ver como mataban a su familia frente a sus ojos para que, al minuto siguiente, intentaran matarlo a él. No puedo ni imaginarme lo que debió de haber sufrido. Pero en fin, volviendo a lo que acontece, sigo en la negrura y no entiendo qué demonios hago aquí.

De repente, un murmullo bajo se escucha, el cual no alcanzo a identificar por completo al inicio, sin embargo, a medida que va en aumento, comienza a tomar forma y me permite entender que, lo que escucho, no es más que una risa, aunque no una normal. Esta es siniestra, con un dejo de diversión cruel y sádica, casi como psicópata. Con la vista, intento dilucidar de dónde es que proviene, pero no lo consigo porque, para mi desgracia, sigo en la más completa obscuridad, o al menos eso creía hasta que, a lo lejos, alcanzo a ver algo que se acerca. 

No tengo idea de qué es, no lo identifico desde donde me encuentro y, a pesar de mi curiosidad, no estoy segura de que acercarme sea la mejor opción precisamente. Si a la aparición repentina de lo que sea que sea eso, le sumamos la risa anterior y la oscuridad, esto me hace pensar inevitablemente en una película de terror y no quiero ser de las tontas protagonistas que, ante un ruido raro o lo que sea, van directo hacia el asesino, monstruo o lo que sea que tome el rol de antagonista del filme. 

De todas formas, ya no hace falta que me mueva ya que, en tanto mi cabeza revoloteaba sobre el qué hacer, ese objeto desconocido se acercó tanto a mí, que ya podía descifrar sus contornos, darle un nombre a lo que era y, la verdad, me estaba dando miedo: ojos. 

Eso era lo que se acercaba a mí y que frenó a una corta distancia de mi persona, un par de ojos ámpliamente abiertos, rodeados de más negro (además de la oscuridad que nos envolvía) y con el iris de un celeste tan claro que casi parece blanco. Sin embargo, eso no es lo que más me inquieta al tiempo en que ese par me contempla fijamente, no, lo que me pone los nervios de punta es el tipo de mirada que me dedica: una con un brillo de locura (que no es precisamente de la buena, en absoluto), mezclado con algo oscuro y una pizca de crueldad, todo envuelto en un velo de enfermiza frialdad, del tipo que esperarías ver en los ojos de alguien sin alma, lo que se conoce popularmente como "ojos muertos", el tipo de los del tiburón, si quieren compararla con algo, el tipo de mirada que uno esperaría ver en alguien que ha visto la muerte a la cara, y no solo se ha reído de ella de frente, sino que la disfruta cuando ocurre.

De un momento a otro, el par de iris crece de tamaño, obligándome a tener que alzar la cabeza para no perder el contacto con sus pupilas y, a continuación, una gran sonrisa aparece debajo del par, pero no una cualquiera; la boca que acaba de aparecer tiene cortadas las comisuras de forma cruenta, en horribles cortes de los cuales chorrea sangre fresca paulatinamente. 

Una gota de algo mojado me cae en la cabeza, distrayendo momentáneamente mi atención del rostro a medio aparecer frente a mí y, al llevarme los dedos al punto húmedo y bajarlos a la altura de mi cara para poder identificar lo que acaba de mojarme, los párpados parece que acaban de desaparecer de mi piel de lo grandes que abro los ojos por la impresión de ver que, la humedad no es otra cosa que sangre fresca, el olor ferroso de la misma profundamente impregnado en mi piel y en el ambiente. 

Una a una, más y más gotas caen, y no solo sobre mí, sino también a mi al rededor. La risa vuelve mientras la "lluvia de sangre" aumenta en intensidad hasta convertirse en una verdadera "tormenta de sangre" o en un "aguacero o alud de sangre", y crece a la misma velocidad de la caída del líquido escarlata. Antes de darme cuenta, se ha convertido en una carcajada de tono psicópata y desquiciada a todo volumen en tanto que la sangre ha ido inundando el lugar en que nos encontramos y ya casi me tapa hasta el cuello. 

Melodía de Muerte...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora