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Pov omnisciente:



El concierto había terminado hacía un par de horas, y cuando había abandonado el lugar de descanso del grupo, todos estaban dormidos ya, incluso la chica por la cual su contraparte estaba molestándolo últimamente; no era nada del otro mundo, por Dios, era solo una chica y él un asesino, ¿qué esperaba? A veces parecía que el jirafón se olvidaba de ese hecho, de quién era él en realidad. 

Aunque, y esto jamás se lo admitiría a su otra mitad, esa idea de verla morir, de hacerla sangrar con sus propias manos, de arrancarle él mismo la vida... empezaba a ser cada vez menos atractiva y a llamarle menos la atención. Como si la posibilidad de matar le aburriese, cosa que era imposible porque, en cuanto pensaba en su cuchillo atravesando mortalmente a otra persona, se excitaba terriblemente, al punto de casi necesitar salir corriendo a hacerlo para satisfacer esa necesidad casi tan básica como respirar, aunque no ocurriese así con la peliceleste.

El tema se volvía molesto y cansador para el sonriente, que no entendía el quid de la cuestión, el surgimiento de pensamientos como ese. Era totalmente ridículo, él vivía por y para la sangre, nada más y, aun así, no podía evitar que la idea de la muerte de la chica le resultara menos atrayente y más molesto a medida que pasaban los días. Era desesperante y muy frustrante: ¿y si eso empezaba a pasarle con otras víctimas? ¿Y si comenzaba a temblarle el pulso en el momento de matar a alguien? ¿Qué clase de asesino era si no podía arrebatar una vida como si fuera hablar del clima y nada más? ¿Se estaba ablandando quizás? 

Esperaba firmemente que no, porque de ser así, ya no tendría sentido su vida, ¿quién era si no podía matar? ¿Qué pasaría con él si, en lugar de cumplir con su tarea de arrebatar almas para Zalgo, la suya propia terminaba siendo propiedad del demonio por no haber cumplido con su cometido?

No, prefería mil veces ser devorado por buitres y coyotes estando vivo, a terminar en el infierno que sería su eternidad en las garras de ese demonio. No, eso no pasaría mientras le quedara vida y voluntad sobre su cuerpo, haría todo lo posible por evitar ese fatal y doloroso destino costase lo que costase. 

Fuera como fuese, no era momento para andar pensando en esas cosas, debía concentrarse en su objetivo: matar. Como le había prometido su contraparte, esa noche podría divertirse a sus anchas y él no intervendría, salvo que la cosa se pusiera "peligrosa" y tuvieran que irse. Amaba los gritos de sus víctimas ante el dolor que les provocaba, mas (aunque le costase la vida) admitía que debía tener cuidado con lo que hacía y aceptar que el jirafón tenía razón en parte de lo que decía sobre el ser discretos, por lo que sería rápido y silencioso, como un ninja. Un visto y no visto, nadie sabría que había estado ahí hasta que alguien notara la ausencia de las personas que caerían en sus manos, lo reportara a la policía y encontraran su obra de arte. Tristemente eso tendría que esperar. 

Como fuera, ya estaba en las calles de la ciudad vecina, con la capucha sobre su cabeza ocultando su rostro entre sombras, caminando en silencio, intentando pasar lo más desapercibido posible hasta encontrar lo que buscaba. Todo estaba casi desierto, la gente estaba descansando en sus casas, a excepción de la zona roja donde se encontraban los antros y las prostitutas, las cuales, cuando pasaba junto a ellas, le ofrecían sus servicios, sin embargo, el los rechazaba sin siquiera dedicarles una palabra. Si realmente pudieran ver su cara, no se le acercarían o lo mirarían aunque fuera a un kilómetro de distancia... nadie lo hacía. Y, a pesar de que a veces le molestaba, eran pocas y, francamente, lo prefería así: cargar con otra persona era mucho trabajo y, para eso, ya tenía al jirafón con él las veinticuatro horas del día. No gracias, no necesitaba a nadie más... No obstante, no sabía porqué no se tragaba del todo su propia afirmación. 

Melodía de Muerte...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora