¿Seamos amigos?

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Debo reconocer que ese día no escuché casi nada en clase. No podía... Sólo pensaba en ella y en lo hermosa que estaba. No en vano habían pasado cinco años, eso quería decir que tendría casi diecinueve. ¿Cómo pude permitir que el tiempo pasara sin buscarla? Ahora era la novia de mi amigo y yo... tenía a Michiru, a quien nunca dañaría ni engañaría.

Como pocas veces, ella se quedó toda la mañana en clases, a mi lado, mirándome por mi distracción. Tomó mi mano varias veces, buscando mi atención, sonriéndome de forma genuina. ¿Qué pensaría si le dijera la verdad? Nunca le conté de Serena, ni de aquel beso que marcó mi adolescencia. ¿Cómo podía decirlo ahora así sin más? Solté un suspiro en busca de alivio a mis emociones, porque estaba demasiado alborotado.

Después de almuerzo, Michiru decidió ir al Conservatorio, así es que me quedé en el patio, sentando en una banca, mirando el cielo, sin entrar a clases por primera vez en mi vida. Definitivamente, no podía concentrarme ese día. Esperaba que un momento solo me devolviera la tranquilidad, por lo que cerré mis ojos y dejé descansar mi cabeza sobre el respaldo. Sentí cómo mi corazón se relajó poco a poco, hasta que una voz me devolvió a la realidad.

—Darien...

Era ella. Cuando abrí los ojos, pude ver sus hermosos iris celeste, que tanto recordaba, y que me miraban con ¿tristeza? No pude interpretarlo de otra manera, sólo había un brillo extraño en ellos y sus labios que jamás olvidé, permanecían serios casi sin vida. Se sentó a mi lado, tan cerca que podía percibir su calor, tentándome a abrazarla con fuerza.

—Serena...
—¿Por qué estas aquí? ¿No deberías estar en clases? No recuerdo que fueras de los que se saltaban horas...
—Es cierto. Es que estaba un poco cansado —respondí volviendo mi mirada al frente para evitarla. No podía verla a los ojos sin sentirme nervioso.
—Me preocupé al verte aquí.
—Ah... gracias...

¿Por qué era así? Si seguía siendo tan amable no podría soportarlo. Tenía tantas ganas de decirle todo lo que había pasado esos años y que nunca la había olvidado. Pero no podía, debía callar esto y verla sólo como lo que sería de ahí en adelante... una antigua amiga.

—¿Darien?
—¿Si?
—¿Estás molesto?
—¿Por qué lo preguntas?

¿Cómo era posible que pensara eso? Siempre había sido de pocas palabras y ella lo sabía. Aunque si lo recuerdo bien, sólo cuando estaba a su lado podía hablar más fluido.

—No lo sé. Es sólo que te veo muy serio.
—Siempre fui serio, Serena.
—¿Tú crees que podremos ser amigos de nuevo?

Cuando hizo esa pregunta, no pude evitar mirarla. Una pequeña brisa circulaba por el pasillo donde estábamos sentados y hacía bailar sus cabellos rubios con suavidad. Su rostro seguía pareciéndome triste, mientras su mirada estaba enfocada en el horizonte como si recordara aquellos días tan lejanos ya.

—¿Te gustaría ser mi amiga?
—¡Por supuesto!
—Entonces, seamos amigos... otra vez.
—¡Gracias, Darien! Tenía miedo de que te hubieses olvidado de mí en todos estos años.
—¿Olvidarte? Nunca, Serena —dije, sin pensar.

Pero cuando me di cuenta ya era demasiado tarde. Ella me miraba con ojos ¿emocionados? Sólo lo atribuí a mi propia interpretación caprichosa, no podía darme el lujo de ilusionarme en vano.

—Yo tampoco, nunca te olvidé —me reveló, desviando su mirada, mientras sus labios al fin sonrieron de nuevo.
—Gracias, Serena —respondí a sus palabras con una sonrisa genuina.

En realidad, me bastaba con ser su amigo, al menos así podría ver sus ojos a diario y disfrutaría de su compañía como en los viejos tiempos. ¿Qué más podía pedir?

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