Eres mía

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Lo vivido la noche anterior con Serena había sido lo más maravilloso hasta ese minuto de mi existencia. Jamás imaginé la increíble sensación que experimentaría al por fin fundirnos, siendo uno solo en cuerpo y alma. Había soñado tanto con hacerla mía, pero valió la pena cada segundo de espera. Su entrega a mis caricias y mis besos fue algo único, que nunca podré olvidar, porque me dediqué a observar cada gesto, cada sonido, cada reacción de ella mientras nos amábamos llenos de pasión. El problema era, que en ese momento, quería volver a repetirlo hasta el cansancio y no sabía si ella deseaba lo mismo después de encerrarse en el baño. Mi cuerpo se encendía de sólo recordar su piel, su suavidad y su exquisito aroma, quería escucharla de nuevo decir mi nombre entre jadeantes susurros y que me envolviera entre sus brazos llena de placer.

Me levanté de la cama aún en contra de mi voluntad y encontré las batas que había pedido que dejaran en la habitación, cubriéndome con una y llevando la otra hasta el baño, para que Serena estuviera más a gusto.

—Princesa... ¿estás bien? —pregunté, preocupado de su silencio.
—Sí... es sólo que no tengo nada en este lugar. Necesito mis cosas... —me respondió en un tono un tanto preocupado.
—¡Es cierto! Olvidé bajar las cosas del auto. Ten, aquí hay una bata para que dejes de andar envuelta en la sábana.

Sentí que la puerta se abría, mientras ella apareció detrás con cara de angustia.

—¿Qué sucede, Serena? ¿Qué es lo que te preocupa? —le dije, atrayéndola con mis manos.
—Es que... debo tomar mi pastilla y no sé si están entre las cosas que trajiste.
—¿Pastilla?
—Sí... tú sabes... para no quedar embarazada... tan pronto... —me explicó con sus mejillas encendidas, sin querer verme a los ojos.
—¡Ah! También había olvidado ese pequeño detalle... pero, ¿la has estado tomando todos los días?
—Sí, hace dos semanas... tal como me sugeriste —me reveló, enterrando su cabeza en mi pecho.
—Entonces, no hay nada de que preocuparse.
—Pero... tengo que tomar la de hoy ahora y no sé si...
—Déjame ir a ver —le dije, acariciando su cabeza con ternura—. Ven, ponte esta bata.

La ayudé a cubrirse y después de dejar la sábana en la cama, salí en busca de los bolsos que había ovidado en el auto. Las amigas de Serena habían preparado sus cosas, así es que esperaba que hubieran recordado guardar algo importante como sus pastillas. Además, todavía me quedaba un punto más que conversar con ella pronto.

—¡Uf! Que alivio... si estaban aquí —dijo alegre después de revisar su mochila.

Se levantó otra vez y se dirigió a la cocina por un vaso de agua. La seguí, consciente de que necesitábamos desayunar, por lo que revisé la nevera y la despensa en busca de lo necesario para preparar algo nutritivo. Sin embargo, al abrir la puerta de la nevera, me encontré con un delicioso desayuno en una bandeja cubierta en papel transparente. Si que Neflyte era el mejor ayudante de mi padre, debía agradecerle el gesto cuando regresara.

—Mira, Serena, tenemos desayuno...
—¡Qué bien! Ya tenía hambre —me dijo, tocándose el estómago, lo que me causó mucha ternura—. Darien...
—Si...
—¿Cuántos días estaremos aquí?
—Tres... nos quedaremos hasta el miércoles. Hubiese preferido estar más días, pero el jueves tengo un examen al que no puedo faltar...
—¿Tres? ¿El miércoles? —repitió mis palabras como ida, preocupándome.
—¿No querías...
—¡No! No es eso... perdón... es que estaba pensando en Sammy...
—Serena... —la llamé, acercándome a ella hasta abrazarla con cariño—. No debes preocuparte por él. Estos días se quedará en la casa de mi padre.
—¿De verdad? —me preguntó sorprendida.
—Sí... ya está todo arreglado.
—Y Sammy... ¿lo sabía?
—Sí, era una sorpresa que te teníamos todos. Mira —dije, entregándole el sobre que había guardado minutos antes en el bolsillo de mi bata—, es de tu padre.
—¿De papá? —consultó, apretando la carta que él me había encargado entregarle.
—Puedes leerla cuando gustes —le sugerí, más ella ya había empezado a despegar el sobre, acercándose a una silla para poder sentarse.

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