Epílogo

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Tranquilidad... eso es lo que siento en este momento. Mis manos acarician aquellas hojas con cariño, sabiendo que Serena y yo hemos escrito la mejor historia de amor que existe. Las fotografías que reunimos con el tiempo le dieron aún más vida a nuestra relación, recordando momentos únicos e inolvidables, situaciones que sólo hicieron más fuerte el sentimiento que nos une.

Miro hacia afuera y veo como la hermosa primavera está en su mejor punto, ya que las flores impregnan el aire de su aroma y los pétalos rosados de los cerezos bailan con la brisa, mientras el suave sonido del agua corriendo de los estanques llega a mis oídos, haciéndome apreciar aún más el vivir ahí, en la tradicional casa de mi padre... su herencia para mí y mi amada familia.

Me pongo de pie, dejando aquel libro que hemos hecho con mi esposa como recuerdo para nosotros, para nuestro futuro y para no olvidar nunca el fuerte lazo que nos unió desde el momento en que nuestros ojos hicieron conexión la primera vez. Hemos conversado tantas veces de eso y aún nos maravilla que, a pesar del dolor o el sufrimiento que tuvimos que pasar estando separados, todo valió la pena al final, ya que nuestro amor sólo se fortaleció y maduró de la forma apropiada. Quizás, si hubiésemos intentado algo antes, ahora no estaríamos juntos, así es que hemos asumido que todo salió tal como debió ser.

Llego a la habitación donde ella aún duerme, y aprecio su delicada figura recostada en el futón, dándome la espalda. Delineo su hermoso cuerpo con mis ojos, desde sus hombros, pasando por su fina cintura, siguiendo por sus caderas que estan cubiertas por la sábana. Me acerco a ella y acaricio su suave piel, enredando mis dedos en su dorado cabello que se extiende suelto por encima del futón. La amo con todo mi corazón, y ese sentimiento me lleva a dejar un beso en su hombro, haciendo que ella se remueva, esbozando una sonrisa. A su lado, duerme plácidamente nuestro bebé, el que respira pausadamente en evidencia de su profundo sueño. Tomo sus deditos entre los míos, ya que me fascina ver los pequeños detalles de tan perfecto ser y él por instinto aprieta mi dedo entre los suyos. Mamoru no puede dormir lejos de su mamá; siempre despierta en la noche y tenemos que dejarlo en medio de los dos, interponiéndose en mi camino, alejándome de mi adorada mujer. Pero lo perdono, es mi hijo después de todo y lo amo tanto como a ella, ya que es la evidencia del profundo amor que sentimos el uno por el otro.

—Darien... ¿ya te levantaste? —me pregunta con voz de sueño mi esposa, mientras se estira deliciosamente.
—Sí, mi princesa, hoy es un día importante.
—Lo sé... ¿Usagi no ha despertado aún? —me pregunta mirando a su lado donde duerme Mamoru sin ver a nuestra hija.
—No, todavía está en su cuna. Tiene el sueño más pesado que su hermano, se parece a su mamá —digo, riendo un poco por mi broma.
—Malvado —me reclama, inflando sus mejillas, haciéndome reír aún más. De todas formas, se levanta un poco y me da un suave beso.
—Cuatro años ya...
—Sí... que emoción.
—Feliz aniversario, mi princesa —le digo, sentándome a su lado y abrazándola con fuerza. Ella hunde su cabeza en mi hombro, haciéndome cosquillas con su respiración.
—Te amo, Darien —me susurra, apretándome contra su pecho.
—Ahora, debemos arreglarnos para recibir a nuestras visitas.
—Me levanto de inmediato. ¿Puedes vigilar a Mamoru mientras?
—No tienes ni que pedírmelo —le respondo, acariciando su mejilla.

La veo ponerse de pie y perderse en el baño, escuchando el momento en que abre la llave de la ducha. En otra ocasión, me abría metido junto con ella, pero ahora somos padres y debo vigilar a nuestros mellizos que aún duermen. Veo que Mamoru siente de inmediato la ausencia de su madre y comienza a moverse inquieto hasta que unos sollozos salen de sus labios. Me impresiona su conexión con ella. Entonces, lo cargo en mis brazos y se calma al verme a los ojos. Es tan hermoso, que me fascina mirar sus facciones, sus mejillas gorditas, sus ojos grandes y azules tan expresivos que me miran con amor, su pequeña boquita que balbucea ma-ma, buscando a Serena. Soy feliz de sólo mirarlo. Entonces, escucho a Usagi hacer pequeños sonidos y me acerco a verla. Está despierta, jugando con sus deditos, mientras se los come sin cesar. Me mira con sus intensos ojos celestes, igual que los de su madre, esbozando una sonrisa al verme y comienza a estirar sus brazos para que la cargue. Miro a Mamoru y lo acomodo de tal forma en la cuna, que después puedo alzarlos a los dos juntos. Adoro esta sensación de tener a mis dos hijos a mi lado, haciendo latir mi corazón de forma constante y firme, en demostración del inmenso amor que recibe. Me impresiona como ese sentimiento puede crecer con tanta magnitud, ensanchándose con el paso de los años en vez de disminuir, que era algo que temía que sucediera, con tantas historias negativas en torno al matrimonio. Pero ese no es mi caso, muy por el contrario, soy feliz, inmensamente feliz.

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