Nuestra decisión

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Estaba desesperada, pero Darien no tardó casi nada en llegar. ¿Cómo lo logró? ¿Qué le dijo a mi padre para poder entrar? No tengo idea... lo único que quería cuando escuché su voz era lanzarme a sus brazos y agradecerle con todo mi corazón. Sentí su tensión y lo acelerado de su respiración debido al estrés que debió sentir hasta llegar conmigo, por lo que, cuando me dijo que saliéramos de mi casa, lo seguí, dejándome guiar por su cálida mano.

Me sentí tan protegida, tan especial, tan... ¿amada? Me era irresistible acercarme a él y cuando sus brazos me rodearon para darme alivio, lloré, lloré por lo que me estaba pasando y por la forma en la que me socorría. Me ofreció adelantar la fecha del matrimonio para evitarme más sufrimiento, y, aunque me pareció ilógico en el momento, después me di cuenta de que sería lo mejor; aún así no me presionó y me dio tiempo para que lo pensara.

Estaba tan llena de emociones contradictorias, desde el temor de unos minutos atrás, a la deliciosa sensación de estar envuelta por sus brazos, pero eso ya no me bastaba, quería más... lo anhelaba, lo necesitaba para sentirme al menos querida por alguien, y no dejé de mirarlo, suplicándole en silencio que me besara, que me dejara sin aliento, porque era suya desde siempre. Pude ver en sus preciosos ojos azules que entendió mi mensaje y pronto su mano acarició mi mejilla, llenando mi cuerpo de sensaciones mágicas que sólo él me hacía sentir, mientras las típicas mariposas volaban en mi vientre. Lo amaba tanto que me aferré a su camisa para apresurar el momento, sintiendo que habíamos viajado juntos a la luna de un segundo a otro, sin embargo, la voz de Seiya llamándome por mi nombre me volvió de sopetón a la tierra.

—Serena...

Muy pocas veces me había llamado así, obviando el tierno sobrenombre con que me había apodado. Debía estar muy contrariado al verme ahí, en la calle, aferrada al cuerpo de Darien, dispuesta a ser besada por él. Sus ojos se mostraron desilusionados, a pesar de que ya habíamos terminado hacía una semana, sólo por su culpa. Pero, quizás no creyó en las palabras de Michiru y nunca pensó que en verdad yo me arrojaría a los brazos de Darien como ella había dicho. Era un momento difícil, pero necesario.

—Seiya...
—¿Era cierto, entonces? —me reclamó sin quitarme los ojos de encima, a la vez que yo me alejaba un poco de mi, ahora novio, para poder conversar de forma adecuada.
—Lo siento, pero sí... es cierto —le respondí, sintiendo que Darien pasaba su mano por sobre mis hombros, abrazándome de costado para que los dos quedáramos frente a Seiya.
—Eres una decepción como amigo, Darien —le encaró indignado—. Jamás pensé que me robarías a mi novia.
—Las cosas no son como piensas —le respondió, con voz calmada, sin querer aumentar su disgusto.
—Nadie te robó a tu novia. Yo terminé contigo por lo que hiciste, ¿acaso lo olvidas?
—Claro que no, pero ni siquiera me dejaste explicarte. Eso fue solo un malentendido —me suplicó, intentando acercarse.
—Ya es tarde para explicaciones. Ahora estoy... con Darien —dije lo más firme posible.

En verdad, no quería dañar a Seiya, él había sido muy bueno conmigo durante mis días oscuros cuando mi padre recién comenzó a beber. Pero, de alguna forma, nunca se inmiscuyó más allá de lo necesario, como si le temiera a mi padre. En realidad, a él nunca le gustó mi relación con Seiya, porque no le agradaba que fuera músico. Creía que era un vividor, lleno de vicios, que me llevaría por el mal camino. Eso cuando estaba lúcido. Si llegaba ebrio y se encontraba conmigo, me tomaba de los brazos y me zarandeaba, apretándome tan fuerte, hasta que sus dedos se marcaban en mi piel... me reclamaba por estar con un hombre que no me merecía, al que no amaba, me gritaba que debía cumplir el deseo de mi madre, pero nunca me decía cuál era ese deseo. Era frustrante y doloroso, muy doloroso... Cuando volvía en sí, me pedía perdón, pero nunca se arrepintió de hablar mal de Seiya.

—¿Son novios? ¿Acabas de terminar conmigo y ya estás de novia con él?
—No sólo somos novios, Seiya —le dijo, Darien, haciendo que mi estómago se enrollara dentro de mí, temerosa de la reacción que tuviera ante lo que sabía que iba a decirle.

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