¿Eres real?

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Una delicia... eso eran los labios de Serena. Descubrí que jamás me cansaría de besarla; aún cuando ya conocía el sabor de su boca y la calidez de su paladar, eran una adicción para mí, algo que podría probar por toda la eternidad. Sus labios eran tan suaves, que anhelaba hundirme en ellos, sintiendo su humedad mezclarse con la mía hasta quedarnos sin aliento. Sólo la falta de aire nos obligaba a separarnos, enfriando un poco la situación. Pero, bastaba una sola chispa para encender la mecha otra vez, obligándonos a pegar nuestros labios de nuevo en una exquisita danza de la que no nos cansaríamos jamás...

Sin embargo, en ese momento, estábamos en la casa de mi padre y bastó con el carraspeo de Neflyte a mis espaldas para apagar el fuego que crecía en mi cuerpo, separándome de Serena de forma casi automática, al darme cuenta de que, por poco, perdemos la cordura en un lugar a donde podía llegar cualquiera.

—Perdón... —dije, totalmente rojo producto del intenso beso y de la vergüenza de ser pillado in fraganti.
—No se preocupen, Darien, es entendible —acotó, esbozando una leve sonrisa. Neflyte era un hombre joven, al que aún no le conocía novia, debido a la carga de trabajo que tenía en la empresa de mi padre. ¿De verdad entendía la situación?

Miré de reojo a Serena y la vi morderse el labio, mortificándome aún más, aunque creo que no se daba cuenta de lo que provocaba en mí. Cuando enfocó sus ojos en los míos, me regaló una de las sonrisas más hermosas que le había visto. Y de alguna forma, eso calmó un poco mi corazón acelerado. Sabía que podría tenerla en mis brazos para siempre, y que ella sería mía después de la boda, tal como me había pedido, no faltaría a su petición estando tan cerca.

Nos entretuvimos bastante escogiendo los sabores de las tortas, el cóctel y el almuerzo, puesto que al final decidimos que la boda fuera de día, a orillas del lago que circundaba la casa de mi padre. A Serena le gustó tanto el lugar, que insistió en que fuera ahí y no podía negarme a su petición, pues yo mismo sabía de su belleza.

Antes de marcharnos, Neflyte nos entregó las invitaciones que debíamos repartir, aunque ya le habíamos avisado a la mayoría, pues no eran muchos. Serena quedó maravillada cuando las vio, pues el diseño a pesar de ser sobrio era perfecto para la ocasión. Era como estar viviendo un sueño, algo que nunca imaginamos que ocurriría, pero que se estaba dando de forma tan natural, como si hubiésemos estado preparando la boda con mucho tiempo de anticipación. Pero no todo podía ser color se rosa.

Al día siguiente, pasé a buscar a Serena a su casa para irnos juntos a la Universidad e ir acostumbrándonos a la cercanía que tendríamos en sólo una semana más. Aprovechamos de llevar a Sammy a su escuela y ahí le reafirmé mi oferta de que viviera con nosotros en el departamento, para que se sintiera más tranquilo. Él sólo movía la cabeza en aceptación, aunque imaginaba que se sentía incómodo con la situación. Era un adolescente que viviría con su hermana recién casada, supongo que no era algo que se pudiera aceptar así tan fácil.

Sin embargo, cuando llegamos a la facultad, lo primero que vimos fue a Seiya esperándonos en la entrada. Parecía molesto de vernos caminar de la mano, pues hizo unas muecas con su boca, negando con la cabeza, pero ya le habíamos dejado en claro nuestros sentimientos, y que no habría marcha atrás en nuestra decisión.

—Ustedes en verdad se han vuelto unos egoístas, jamás lo imaginé —soltó aún antes de que llegáramos cerca de él.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué sucede, Seiya? —pregunté, desconociendo a lo que se refería.
—¿Acaso no sabes cómo está Michiru? Y es todo por tu culpa —me espetó, increíblemente molesto.
—¿Qué pasó con ella? —consulté preocupado. Recordaba que el lunes anterior se había desmayado por una aparente anemia.
—Está muriendo... ¡se quiere morir porque la dejaste! —me gritó, casi al punto del llanto. Apretaba sus manos para no lanzarse encima mío, lo sabía.
—Pero... —intenté decir algo, aún cuando no tenía ninguna excusa.
—Debes ir a verla, por favor. Oblígala a comer, o sino morirá —me dijo, liberando al fin una lágrima, dejándome atónito.

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