Capítulo 29

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GELEN: 

Cuando nos casamos. No queríamos tener hijos, tan pronto. Queríamos disfrutarnos solo dos.    Pero cuando teníamos a penas un año de casados, Gerald llegó. 

Tenía cinco meses de embarazo,  y yo intente abortarlo

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Tenía cinco meses de embarazo,  y yo intente abortarlo. Pero no pude. Creo que desde que estaba en mi vientre, Gerlad fue mucho más fuerte y valiente que yo, y su padre. 

Cuando nació, yo trataba de mantenerme alejada. Nunca cuide de él. Nunca supe lo que era ser madre. Lo fue su nana, más que yo. Nunca me interese en él, en sus cosas.  Así pasaron catorce años, cuando su padre descubrió que podíamos enviarlo a un internado a New York. Sentimos un gran alivio, pues comenzaban nuestros viajes de negocios más seguido. Lo dejamos sin más, no nos tentamos el corazón. No lo pensé. No lo sentí. No hice nada.  No sabía lo que estaba perdiendo. 

Durante los tres años que Gerald estuvo lejos, nos acostumbramos a vivir sin él. Era como si él no existiera, y mi esposo solo lo recordaba porque debía depositarle cada mes la mensualidad. Pero no sabíamos nada de él. A dónde iba, con quién se juntaba, cómo le iba en la escuela. Y de vez en cuando aceptábamos sus llamadas. Hasta que un día, el teléfono dejo de sonar  hasta en la madrugada. No nos importo. Paso un tiempo así, y nos dimos cuenta que nuestros amigos tenían niños, los llevaban a lugares para niños y nos invitaban a sus fiestas de cumpleaños. Nos dimos cuenta que Gerald nos faltaba. Y de la forma en que todos esos padres disfrutaban de la vida y de sus hijos. Me quito la venda de los ojos.

Cuando vi a Gerald,  sabía que el tiempo había hecho de las suyas. Sentía en el alma que no era el mismo. Me preguntaba que secretos traía, que había pasado, cómo había sido... Pero tenía miedo de preguntar. No sabía cómo. 

Mi cabeza era un lío, cada que quería pasar tiempo con él. Mi lengua se trababa, las piernas me temblaban y el corazón me lloraba por culpa. 

Sabía que las cosas debían cambiar. Ya lo había hablado con su padre. Estábamos listos para enfrentarlo y ayudarlo. Pero justo sonó el celular esa madrugada. Cuando el policía dijo que había sido asesinado, mi mundo se desmorono en pedazos. Vi su cuerpo, quieto y frío. No me atreví a tocarlo. 

Desconocía muchas cosas de mi hijo ya, pero si algo sabía de él, era que llego a amar mucho a Emma. Que no merecía lo que le paso. Y que jamás podré ser madre de nuevo. 

 

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Decidimos mudarnos a Londres. Ya nada nos importa. Solo queremos paz. Y dejar este recuerdo que me matara poco a poco por el resto de mi vida. 


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