Estaba orinando cuando un ronco sonido lo hizo voltear. Fue entonces cuando vio los dedos surgir de la coladera en la bañera. Eran tres, el color que compartían era negro. La piel estaba pegada al hueso y parecía más una especie de lagaña incolora. —Así deben ser los dedos de un muerto—. Pensó. Michael observó, casi paralizado, como algunos gusanos se retorcían entre las venas infladas, las cuales habían tomado un tono casi transparente. Del tubo comenzó a brotar un gorjeo, tal como una risa inhumana. En ese momento, el registro fónico que surgía del subterráneo se le hizo conocido. Como si ya lo hubiera escuchado antes en sus sueños o en su infancia.
—Mickeeeeeyyy —Susurró esa voz desde lo intangible. Michael se echó para atrás, golpeando la puerta del baño y percibiendo como el mundo parecía temblar a su alrededor. Sintió que sus piernas flaqueaban, debido al miedo, su boca se secó de forma abrupta y sus ojos parecía que desenfocaban todo para concentrarse en eso. Los dedos, que terminaban en una uña negra en forma de garfio, parecían señalarlo. Siguiéndolo, girando sobre los nudillos en un ángulo imposible, mientras las articulaciones tronaban en protesta—. No tengas miedo, Mickey.
Su mente le decía que era imposible que alguien estuviera dentro de la tubería. Esta debía medir aproximadamente cinco centímetros de diámetro. Sin embargo, lo que su visión registraba y su mente trataba de comprender, era algo relativamente posible y que estaba sucediendo en ese momento. Otra cosa que no podía existir, eran los dedos que se asomaban de ahí. Cuando se juntaban, en el boquete de la coladera, parecían aplastarse tal como los cordeles de un montón de globos. Ningún material orgánico en el mundo podía comprimirse o ensancharse a voluntad de esa forma, salvo quizá, los pulpos. Cuando pensó en ello, el aspecto de los dedos cambió. Ahora no eran tales, se habían convertido en tentáculos. El color que habían adquirido era de un morado mortecino, casi tirando a un rojo pálido. En la punta de ellos seguía el garfio, pero el cuerpo crecía. Se alargaba, provocando un plop cada que las ventosas apretadas salían al exterior, tronando el aire que violento era despojado de su lugar físico.
Estaba saliendo.
Los tres tentáculos se abrieron, cual una flor, ya debían estar unos quince centímetros afuera, en medio de ellos, surgían otros más. Michael tenía el grito casi saliendo de su garganta, su pecho estaba listo para expulsar la ronca expresión. Pero no la liberó. En lugar de eso, tragó saliva y se acomodó su pijama. Eso no debía ser real, no podía serlo. Si gritaba alertaría a su madre, quien debía pararse a las cuatro de la mañana para ir a su trabajo. Si ella despertaba y alertada entraba al baño para encontrarlo así, con la ropa manchada de orina y el váter salpicado, debido a que había visto tres dedos que no podían estar ahí, las consecuencias podrían ser inimaginables. Podría llevarlo a una clínica mental y ahí, ya no vería jamás a Rebecca, ni iría de vacaciones con Frank, ni comería los rollos de canela de Louis.
Volvió a observar hacía la bañera, los tentáculos parecieron detener su avance. Se movían de un lado a otro de forma lenta, dubitativa. Como si de repente lo hubieran perdido. Michael tuvo la sensación de que así era. Se fue serenando poco a poco, controlando su respiración y tratando de contenerla lo más posible en aspiraciones y exhalaciones largas. A tientas bajó el agua del váter, los tentáculos no reaccionaron al sonido. El gorjeo de la tubería ahora se había quedado en silencio, como si el ser a quien pertenecían esos tentáculos estuviera tratando de escuchar. Mientras abría la puerta del baño, vio como los miembros húmedos y brillosos se hacían más delgados, al mismo tiempo que se sumergían en la oscuridad.
Michael apagó la luz y cerró la puerta tan pronto salió. El corredor de la planta alta de su casa no era muy largo, dando cinco pasos llegaba a su habitación. Avanzó en la penumbra, apenas iluminado por la luz de una lámpara que fulguraba en la calle, en la acera de enfrente. Michael escuchó también que el repiqueteo de la tubería se apagó por completo. Más tranquilo, pero con el miedo aun inundando cada poro de su piel, se aproximó a su habitación. Una fina capa de sudor le cubría su frente, perlando la piel. Estaba casi llegando a su puerta cuando recibió un fuerte golpe: Los gatos ya no maullaban y los perros ya no respondían. El tráfico parecía inexistente cuando sabía que eso no era una posibilidad, la carretera siempre contaba con circulación. Afuera, también había algo inusual, el viento silbaba con furia y en el techo se escuchaba el repiqueteo de la lluvia. Eso era completamente imposible, en esa época del año era difícil que el viento soplara como parecía hacerlo ahora. Era como si del otro lado de la calle, alguien hubiera puesto un enorme ventilador para refrescar a todos los vecinos.
Michael respiró algo aliviado, era obvio que todo se trataba de una pesadilla. En algún momento se había quedado dormido sin darse cuenta y todo lo que había visto y escuchado eran solo producto de su imaginación.
La temperatura descendió de forma drástica. Para ser un sueño, el detalle con que empezó a sentirlo fue demasiado real. Delante de él, el vaho salía de su cuerpo como alma en pena. Su piel se erizó, con cada vello a su disposición, los cuales parecían receptores. Sus dientes chocaban unos contra otros cuando comenzó a titilar. Michael ya no escuchaba tampoco el crepitar del ventilador. La luz de la lámpara se hizo mucho más tenue, casi hasta extinguirse. Avanzó, cruzando su habitación y asomándose por la ventana, que comenzaba a empañarse. Su calle había desaparecido, delante de él ya no se encontraba la casa de los Jones, ni de los Flagg, o de los Thomas. En su lugar había una calle nevada, con árboles a ambos lados y también, Michael no la veía hacia abajo, la veía a ras de piso, como si su habitación se encontrara en la primera planta en lugar de la segunda. El viento soplaba con furia, arrancando algunas ramas y extendiendo el manto blanco. Nunca antes había visto la nieve más que en televisión, pero la que estaba delante de él tenía un realismo increíble. Su cuerpo sentía mucho frio, pero su ropa no se movía por la caricia del aire que podía sentir en su cara.
Un ruido provino de su izquierda, la pared de su habitación ya no estaba. Volteó hacia atrás, y todo había desaparecido. Estaba solo, casi en completa oscuridad en esa calle desierta desierta no. Alguien venía corriendo desde su flanco derecho. Observó en esa dirección y vio a una figura blanca, corriendo casi a rastras. La chica debía tener unos diecisiete años o tal vez dieciocho, su aspecto mostraba el terror que sentía, sus pies descalzos estaban sangrando, pero ella parecía no darse cuenta. Michael volteó hacia sus propios pies, estos apenas estaban protegidos por unas pantuflas, pero a pesar de sentir frio, no veía que estos sufrieran por la nieve. El pisarla era como pisar la arena del mar, solo que un tanto más helado. Se deslizó el calzado de su pie derecho y piso la nieve con la piel desnuda. No sintió nada diferente a pisar gelatina. Extrañado volvió para mirar a la chica. Detrás de ella venía una figura corriendo. No podía verla con claridad, pero corría a unos diez metros por detrás.
—¿Qué diablos? —Pensó sin decirlo, ese sueño era demasiado raro y sin sentido. La figura, la cual tenía cierto aspecto humano, pero de eso Michael no estaba del todo seguro, se detuvo. Volteó en su dirección y pudo sentir como lo estudiaba con la mirada. Pareció retroceder poco a poco, perdiéndose en las sombras.
Ya no se escuchaban más pasos. A unos cinco metros de donde estaba, la chica lo observaba con atención.
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El Susurro del Viento
TerrorMichael Miller, un periodista cegado por la ambición, es incriminado en un salvaje homicidio perpetrado bajo órdenes de un político corrupto. Así, Michael es recluido por su propia seguridad en Old Lake Hill, un pequeño pueblo de los límites canadie...