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Michael no estaba seguro de lo que estaba viendo, pero sin duda le había causado cierto impacto. La chica le había gritado, o al menos eso había intentado, pidiéndole ayuda. El sonido que salía de su garganta no era más que el débil sonido ronco de unas cuerdas laceradas. Ella había caído al suelo, y lo único que hizo fue quedarse congelado. Eso le pareció gracioso, ya que era como debía de estar en ese clima, pero no era el frio lo que impidió que se moviera, era en cambio, la certeza de que no podía ayudarla.

Solo podía ver. Y la chica parecía saberlo, porque aunque no le quitaba la vista de encima, sus ojos ya no tenían ese miedo que le habían transmitido momentos antes. En esos ojos verdes, parecía que cada momento había menos.

Una lágrima rodó por su mejilla, no le gustaba lo que veía y quería despertar. Esa pesadilla era demasiado real para soportarla. Apretó los ojos con fuerza y también se infringió dolor mediante un pellizco, pero siguió escuchando el susurro del viento que resonaba sobre su cabeza.

Escuchó pisadas detrás de él, pero estas no atronaban en la nieve, más bien en el piso de madera como el de su cuarto.

Sintió como si alguien le diera un golpe en el estómago, de un momento a otro se encontraba viendo por la ventana de su habitación en dirección a su calle, la cual estaría silenciosa si no fuera por el rumor de los carros lejanos o el concierto de los animales nocturnos.

—No es bueno ignorar a tus mayores, Mickey. —Exclamó una voz detrás de él. Giró su cuello casi en cámara lenta, como si el miedo impidiera reaccionar de manera natural al cuerpo. Al hacerlo pudo escuchar claramente como sus cervicales tronaban debido a lo tenso que se encontró de repente—. Quizá deba enseñarte los modales que no quieres aprender. —El tono de voz que esa cosa empleaba era burlón, una copia barata del timbre de una anciana. Y casi así se presentaba. Delante de su puerta, dentro de su cuarto, ese ser se proyectaba. Su figura, bañada por la luz que provenía de la calle era de una inefable parodia humana, con extremidades y miembros imposibles.

—Ga —Intentó articular, pero su lengua materna pasó a un nivel de imposible entendimiento. Se pellizcó con toda la fuerza que tenía en su antebrazo izquierdo, las uñas se le enterraron en la piel, emanando hilillos de sangre. Sintió como algo en su estómago caía tal como un elevador impacta al suelo después de que las cuerdas que lo sostienen se reventaran. Las ganas de vomitar parecían incontrolables.

—Es malo no responder cuando te llaman, Michael. —Dijo esa cosa sin abrir los labios, quienes estaban siempre en perpetua sonrisa. Con un miembro tentacular, cerró la puerta de la habitación—. Ahora guarda silencio, vamos a jugar.

La luz que provenía de la ventana fue engullida por la oscuridad y Michael, quien se había orinado por el auténtico horror, se desmayó.

Afuera, un perro ladraba con desesperación.

El Susurro del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora