La brisa que se filtraba por las copas de los arboles provocaba que la temperatura descendiera otros cinco grados. El viento soplaba con cierta delicadeza, apenas arremetiendo en ciertos instantes, provocando una lluvia de hojas que terminaban en el campamento que Scott había montado unas horas atrás. A la distancia se oía el graznar de algún ave, la serenata de un grillo y un sinfín de ruidos más que hacían una pasta auditiva muy homogénea a pesar de que los sonidos provenían de distintas fuentes. Los nervios que sentía se incrementaban con cada rama que crujía a su espalda. Alice no había podido dormir la noche anterior en la casa de Beatriz, y lo poco que había podido su mente lo había ocupado para infundir pesadillas, o más bien, recuerdos. Así, bajo la mirada ciega de un sinfín de muñecas, acostada en un extremo de la cama y escuchando como afuera, los arboles arremetían unos con otros bajo los embates del viento, en un estado de media inconsciencia, escuchó por primera vez en mucho tiempo, la voz de su padre:
—Eres una puta que lo único que quiere es traer desgracia a esta familia. —Decía esa voz grave y pastosa. Ella percibió el dolor en su entrepierna, era un calambre que se seccionaba en varios, provocando gritos mudos. Su padre la tenía en su sofá de consulta, donde muchas veces antes había hecho ese mismo procedimiento con chicas adineradas que no querían llegar con esa noticia a casa.
—Tu hermano no tiene la culpa de tus indirectas de zorra, puta malparida. —Continuaba diciendo mientras maniobraba las largas pinzas—. Te haré un favor, le haré un favor al mundo entero y cerrare de una buena maldita vez tu fábrica de bastardos.
El dolor que sentía era casi real, quería gritar pero no podía, algo le sujetaba la boca. Lo intentaba con todo su ser, pero esa mordaza que le pusieron ese día, no se la quitarían jamás otra vez.
Ahora estaba ahí, sentada en una silla plegable colocada junto a la casa de campaña y la fogata, los cuales se encontraban en un claro, aprovechando lo último de la luz del día y pensando en todo lo que había pasado antes de llegar hasta ese punto. Scott y Katherine habían salido a caminar, por supuesto, Scott se llevó su cámara. Ellos dos eran lo mejor que le había pasado en su vida, su hija era la prueba viviente de que su padre se equivocaba, había hecho mal su trabajo, había hecho mal tantas cosas. Pero él ya no se encontraba en su vida, así como su hermano. Habían salido por la puerta de atrás desde diez años atrás, no sabía si seguían vivos o no, y poco le importaba.
Cavilaba, soñadora, cuando una rama crujió detrás de ella. Escuchó los pasos que se acercaban y a su dueño mudo. Por un momento creyó que Scott había regresado con Kath y que ella se había quedado dormida en el camino. Se levantó y dio media vuelta, para observar por encima de la casa de campaña en dirección a donde los pasos sonaban. Lo que observó casi la hace perder el conocimiento, sus piernas por poco le fallan y la fuerza estuvo a punto de abandonarla, tal y como sí lo hizo el aire de sus pulmones. Otra vez, y ante la misma persona, quería gritar, pero su garganta no emanaba ruido alguno.
Su padre estaba ahí, vestido en un traje color negro con corbata a lunares. Su estatura se había incrementado, parecía medir al menos unos diez centímetros más que la última vez que lo vio. Abraham parecía medir dos metros con diez, su rostro enmarcaba una sonrisa tapizada con una barba de candado color blanco. Sus ojos eran azules, muy azules, Alice sabía que su padre los tenía de color avellana, era imposible que esas dos cuencas casi vidriosas le pertenecieran. Su piel al sonreír estaba tensa, remarcando las líneas de expresión de los pómulos y las mejillas, parecía estirada, como si estuviera sujetada por ganchos invisibles.
—¿Cómo estas, Lala? —Él le decía así, Lala. Ella no podía responder, su voz estaba ausente, quizá corriendo y escapando de ahí como ella debió haber hecho desde el principio.
—Has crecido, hija mía, has crecido. ¿Por qué nunca me visitaste? ¿Por qué no me presentaste a mi nieta? —Abraham hablaba, pero la figura no movía los labios, el mismo rictus con el que se había presentado lo mantenía aun—.Yo decidí visitarte, vengo de muy lejos, solo para verte, para ver a los tres. —La voz era transportada directamente a su mente, o eso pensó ella, esa fue la conclusión a la que llegó. Esa cosa se acercó un poco, más ramas crujieron, protestando a sus pisadas. ¿Qué demonios era aquello?
—Les voy a presentar a tu hijo, tiene tus ojos, lo supe cuando los saque. Les caerá bien, no tengas dudas. Él y tu hija se llevaran de maravilla
Por fin gritó. El sonido salió con violencia del ronco pecho de Alice. Varias aves salieron volando de las copas de los árboles, el viento pareció arremeter con más fuerza a la vegetación. Bajó la mirada cuando sus piernas por fin fallaron y se doblegaron al peso, podía escuchar todavía una risa leve a sus alrededores, pero cuando recuperó el temple y se puso de pie, ya no había nadie ahí.
Mi padre decía que este era un lugar místico
Alice comprendió que la novelista sabía que algo en ese lugar no estaba del todo bien, comprendió que ella trató de advertirles pero no podía hacerlo de forma explícita sin quedar como una demente. En su mente varias alarmas se encendieron, provocando un escándalo que nublaba su raciocinio. Debían escapar, de eso estaba segura, no sabía ni como lo harían, pues ya la oscuridad comenzaba a extenderse como un velo, ni exactamente por qué tenían que hacerlo. Le importaba una mierda. Recogería las cosas e iría con Scott y su hija por donde habían venido, pasarían por la camioneta al garaje donde la habían dejado y se largarían de ahí de una buena vez.
Scott llegó con Katherine al poco tiempo, en el rostro de ambos se dibujaba la sonrisa de satisfacción que imaginaba que tendrían. No obstante, esta poco a poco se fue difuminando del rostro de Scott, al ver lo que ella estaba haciendo. La ventaja de las casas de campaña era que podían ser fácilmente desmontadas, aunque el proceso inverso consistiera en varias horas de paciencia. En veinte minutos, Alice ya casi había terminado de desmontar la tienda.
—¡Mami, vimos un venado! —Exclamó la niña, indiferente a la situación. Kath no pensaba como muchos niños de su edad, era un tanto más desconectada al mundo exterior o a las situaciones que la rodeaban. Siempre curiosa, siempre sin miedo. Alice se sentía un tanto culpable de ello, su hija era especial, los médicos le habían dicho que su condición no era motivo de preocupación, pero sería un tanto más lenta que las otras niñas.
Fueron las tijeras, fue mi padre
—¿¡Que estás haciendo!? —Cuestionó Scott, enérgico. En su voz también resonaba un poco el miedo que comenzaba a experimentar. Era consciente de que no podían quedarse a la intemperie, esa zona era zona de osos, en el exterior, de noche, era más fácil que fueran detectados, aun con todos los utensilios que los repelían. Alice pareció no escucharlo, se movía con presteza desmontando la casa de campaña, Scott avanzó hacia ella y la sostuvo con sus brazos, dejando atrás a Katherine.
—¡Déjame, no lo entiendes! No debimos venir, debimos irnos. ¡Debimos irnos! —Exclamaba ella, llorando. Scott pudo sentir como su esposa temblaba de pies a cabeza, la asió contra sí mismo. Ella comenzó a tranquilizarse. Alice observó a su hija, observando hacia los matorrales, era increíble como la niña era tan ajena a ellos, tan metida en su propio mundo. Tan parecida a su padre en ese sentido, ¿Scott se olvidaba que tenía una hija? Así parecía en muchas ocasiones cuando dejaba a la menor sin reparo alguno, como en ese momento en que la abrazaba.
—No ha pasado nada, tranquila. —Empezó él, tratando de alentarla. ¡Pero es que no había visto lo que ella sí! Por un momento estuvo a punto de decirle, de gritarle todo lo que se había callado y que ahora le tocaba a ella tomar la decisión no lo hizo. Algo llamó su atención.
—¡Mami, otro venado! —Exclamó Katherine señalando hacia el bosque.
Pero lo que se movía entre los arboles no era un venado. La cosa corría a gachas, como si estuviera a cuatro patas. Alice pudo distinguir dos brazos largos y delgados, una espalda huesuda y sin pelo. Avanzaba hacia Katherine a paso veloz.
—¡Scott! —Alcanzó a decir. Scott volteó justo a tiempo para ver a eso emerger del bosque y llevarse a su hija.
Después solo hubo gritos.
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El Susurro del Viento
HorrorMichael Miller, un periodista cegado por la ambición, es incriminado en un salvaje homicidio perpetrado bajo órdenes de un político corrupto. Así, Michael es recluido por su propia seguridad en Old Lake Hill, un pequeño pueblo de los límites canadie...