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Michael salió después de la mayoría, con la mirada fija en sus pies mientras avanzaban. No quería levantar la vista y encontrarse con los demás observándolo pasar y apartándose como si él fuese alguien radioactivo. No había salido indemne del duelo que acababa de ganar, había sido una victoria sucia y casi imperceptible, pero no le interesaba mucho el efecto que había provocado, ahora sus compañeros, si bien lo veían con cierto asco, no era algo que le afectara. Quien sabe, tal vez y sirviera para que dejaran de lado el mote que le habían colocado. Sin embargo, su mente estaba en algo más: Rebecca le había sonreído, de eso estaba seguro y ese aspecto era lo importante. Alguien le pasó a traer el hombro, Michael fue indiferente. Una pelea en los pasillos de la escuela era lo menos que necesitaba. No había aguantado el embate de Margaret por nada. Se abrió paso entre la multitud de alumnos que se disponían a hacer lo mismo que él: Salir.

Una mano se le posó en el hombro, Michael se dio la vuelta, alarmado. Pensó que se encontraría con Gerard o algún otro provocador, no obstante, se encontró con alguien más que lo desarmó con una mirada: Rebecca.

—Perdón si te espante es que quería decirte que fue genial lo que hiciste hoy. No creí que pudieras controlarte. —Becca se mordió el labio inferior, como arrepentida de lo último que había dicho. Michael no contestó, no sabía que contestar—. En fin, lo lamento. —Terminó ella.

—No creí hacerlo controlarme. —Por fin respondió—. La verdad es que me controle cuando te vi. —Se sintió un poco tonto al expresar esto con un deje de tartamudeo, a pesar de eso, ella sonrió al escucharlo. Michael percibió como todo se congelaba, como su corazón tamborileaba en su pecho y lo difícil que era ahora mantener su respiración a un ritmo normal. Alrededor de ellos, los demás los rodeaban tal y como lo hacía la corriente acuosa ante un par de piedras. Era como si una fuerza sobrenatural los protegiera.

—¿Te acompaño? —Preguntó ella.

—Claro.

Ambos comenzaron entonces a caminar juntos.

Con Becca a un lado de él, nadie pareció hacerle ninguno de los típicos comentarios a los que estaba acostumbrado. Era como si el estar junto a ella, los demás no notaban que él era débil.

—¿Vas al restaurant de Louis? —Cuestionó Becca.

—Sí, mi mamá trabaja ahí.

—Lo sé, la mía también.

Se consideró un estúpido de primera por la respuesta, ese era un sueño cumplido, pero también una pesadilla. ¿Y si ella creía que era lento, tal y como los demás? En varias ocasiones la maestra le había dicho a su madre que él era de lento aprendizaje y que sus actitudes ariscas eran señal de un problema mental. Lo único que no podía tolerar era que Rebecca también lo llamara Toby. Y con sus problemas para expresar, tanto mental como verbalmente lo que pensaba o quería opinar, esa posibilidad se tornaba próxima.

Anduvieron en silencio, bajo el sol que comenzaba a ser abrasador. Las mejillas de la niña comenzaron a tornarse rojas, debido al calor. Michael la miraba de reojo y veía que aun con todos sus defectos que alguien pudiera señalar, ella era hermosa. Para ser más precisos: ella era la más hermosa en todo el planeta. Sonrió para sus adentros, pero su exterior solo se mostraba serio. No podía expresar lo que sentía.

—Sé que tú me mandaste el poema. —Dijo ella, rompiendo el silencio que los envolvía.

La sorpresa se remarcó en su rostro y logró que Rebecca soltara una carcajada.

—¿De qué hablas? —Exclamó huraño. Trató de clavar la mirada en sus pies, no quería que ella percibiera su nerviosismo.

—Sé que tú eres el que mejor redacta del salón. También que tú eres el único que se queda ahí entre clases. Me pareció hermoso, gracias. —Y sin que pudiera protestar, Rebecca ya le había dado un beso en la mejilla. El gesto fue inesperado, rápido y efectivo. Desarmó cualquier argumento ficticio que pudiera usar para desmentir la afirmación de Rebecca.

Había sido verdad, él le había escrito ese poema y lo había dejado en su lugar cuando todos iban a la cafetería o al gimnasio en lo que la próxima clase comenzaba.

Poderosa es tu mirada, sinónimo de calma.

Atrapado ahí está mi espíritu, quizá ese sea mi karma.

Soñador caí en tus brazos, ansioso deseo tus labios.

Si tú me quisieras algún día, por favor dímelo con una sonrisa.

Era consciente de que el poema era horrible. Había estado casi todo el día pensando en si mandárselo o no. Varias veces se echó para atrás y más de una vez estuvo a punto de ser sorprendido. Lo último que quería era que alguien pensara que él era un ladrón y lo acusara, teniendo así que declarar enfrente de todos que lo único que quería hacer era entregar un poema de amor de forma anónima.

—No sabía cómo decirlo —Dijo Michael en voz queda.

—No es un cómo hacerlo, solo es hacerlo. No entiendo como los hombres se dificultan las cosas, pero es lindo que lo hagan, sobretodo cuando escriben poemas.

Michael sonrió. De forma instintiva y tal como había visto que Richard Gere hacía en Mujer Bonita, le tendió su brazo a Rebecca, quien aun con el calor sofocante, lo enganchó con el suyo. Ambos andando, se dirigían al restaurant ubicado a unas seis cuadras de la escuela. La charla comenzó de pronto, hablando de cosas sin importancia que en ese momento se volvieron trascendentales.

El Susurro del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora