—Han de disculpar que la casa este tan desordenada, casi no recibo visitas pensándolo mejor, nunca lo hago. —Explicó la mujer.
—No hay problema, jaja. Nosotros somos demasiado desordenados, esto es para nosotros como el paraíso del orden. —Bromeó Scott, la anfitriona sonrió complacida mientras recogía papeles dispersos en toda la sala. Momentos antes le había indicado a Scott donde podía acostar a la pequeña Elizabeth.
—Soy Beatriz, por cierto. —Exclamó dirigiéndose hacia Alice—. Beatriz Radlow.
—Alice Roth. —Se presentó ella, extendiéndole a Beatriz una mano en forma de saludo. La mujer le devolvió el gesto y con cierta tristeza les indicó que se sentaran cuando el matrimonio explicó que ellos ya habían cenado en el camino, declinando la oferta que ella les había lanzado.
—¿Y que los trae a este lugar tan alejado de la mano de Dios? —Preguntó Beatriz con una sonrisa. Estaba sentada sobre otros papeles, el desorden realmente reinaba en ese pedazo de la casa, Alice pudo ver que las cuartillas de color blanco estaban mecanografiadas.
—Estamos de vacaciones, a mi esposa y a mí nos gusta acampar y vacacionar fuera del estrés de la ciudad.
—Los entiendo perfectamente. Yo por eso decidí venir a este lugar, quería alejarme de todo, tratar de encontrar la paz y terminar mi novela.
—¿Es novelista? —Preguntó Alice, emocionada.
—Lo intento, mi única novela publicada no vende lo suficiente como para que pueda permitirme una casa a la orilla de algún risco como la de Stephen King, jajá. —Sonrió, pero Alice pudo ver tristeza en esos ojos verdes.
—¿Consiguió encontrar lo que buscaba? —Volvió a inquirir aun sin querer hacerlo. Ser curiosa, según ella, era uno de sus defectos.
—En parte, linda, en parte. ¿Ustedes a que se dedican?
—Yo soy sonidista, quiere decir que trato de que las películas se escuchen lo más natural posible. Mi esposa es asistente de producción, por lo que se encarga de dibujar o diseñar ciertos escenarios. Ella apenas trabajó con Steven Spielberg. —Concluyó orgulloso.
—No con él, fue para uno de sus equipos. —Corrigió rápido Alice, con cierta pena.
—Ambos son artistas, es genial estar entre otros camaradas apasionados por la cultura. Aun así, ¿Por qué pasar sus vacaciones aquí? Pudiendo, no sé, estar en el parque Yellowstone o en algún otro Parque Nacional.
—Yo soy de los de la idea que para disfrutar a la naturaleza debemos estar lo más cerca posible de ella en su estado más puro. —Comenzó Scott—. Los parques o las reservas son solo espacios establecidos para darnos la ilusión del campismo, pero no son lo mismo a agarrar un mapa y acampar en el bosque de manera autentica. Además de que este lugar, yo siento que es sagrado.
—¿Sagrado? —Beatriz lo miraba con curiosidad.
—A lo que me refiero es que creo que acá puedo encontrar por fin los planos adecuados para la película en la que estoy trabajando. —Concluyó. Beatriz pareció meditar un poco la respuesta de su invitado, Alice por su parte parecía poco convencida de lo que su esposo decía.
—Ya debe estar el café, ¿gustan?
Los tres se dirigieron a la mesa del comedor. La casa estaba ubicada de una forma básica. La entrada encaraba a un recibidor que a la vez hacía la labor de sala, donde muebles rústicos eran los encargados de proporcionar descanso. Entrando, del lado derecho, había una habitación seccionada, la más próxima a la calle estaba acondicionada como un estudio, dispuesto con una mesa en la que reposaba una máquina de escribir y varias hojas más. Alice por más que intentaba no podía leer lo que esas hojas contenían, este era un secreto que solo la hoja, la tinta y su interlocutor compartían con recelo. Después de ese espacio para trabajar, se encontraba una puerta abierta, esta correspondía a un cuarto que Alice supuso, en la idea original del diseñador de esa casa, no estaba contemplado, la habitación era pequeña, apenas y cabía una cama matrimonial y un pequeño corredor a cada lado de esta, en las paredes se encontraban dos anaqueles, estos iban uno debajo del otro colocados en cada pared del cuarto. En las bases de madera, varias muñecas observaban hacia donde sus ojos les permitían, pero Alice sintió como si estas la miraran a ella. Sintió cierto temor, infundado por sus fantasías infantiles.
—¿Las muñecas son suyas? —Preguntó una vez estando en la mesa.
—No, estaban aquí cuando compré la casa. Como casi todos los muebles. Los anteriores dueños de la casa se fueron y dejaron todo menos ropa, jajá. Lo que en ese momento más necesitaba. —Declaró ella mientras servía el café. El líquido negro y humeante fue depositado en tazas pequeñas y elegantes, pero Alice ya las había visto antes y sabía que eran de manufactura económica. Fuera cual fuera el motivo por el que esa escritora se encontraba en ese lugar, debía ser importante. Alice sorbió de su taza, el café estaba algo fuerte, pero bueno.
—Dígame, señora Radlow, ¿de que tratan sus novelas? —Solicitó Scott, animoso. Esa era una de sus cualidades que la habían enamorado cuando se conocieron, no importaba cual era el problema o la situación, Scott nunca bajaba los brazos y nunca perdía la sonrisa ante la adversidad. Claro, con el tiempo esa actitud era algo fastidiosa cuando se trataba de un asunto serio, pero no era algo que pudiera reprocharle, muchas otras mujeres, en vez de sonrisas y palabras de ánimo recibían golpizas y maltrato.
—La que está publicada narra sobre un padre que busca venganza por la muerte de su primogénito, nada fuera de lo común, pero tiene unas ventas algo decentes y la crítica no la destruyó del todo. En cuanto a las nuevas temo decir que ya ni recuerdo de qué eran. —La anfitriona tomó café, algo incomoda.
—¿Bloqueo creativo?
—Solamente pasó que cuando llegué aquí, al poco tiempo aprendí que hay cosas que hacen que la ficción se torne realmente irrelevante. Muchas veces la realidad te oprime, y te obsesiona. —Respondió ella, distante. Sus ojos iban más allá de la mesa, hasta un taburete en la sala, llena de hojas desparramadas. Alice percibió que esos ojos envejecían de un momento a otro, que los pensamientos de Beatriz ya estaban en otro lado, un lugar lejano y nada gratificante. Era como si en vez de escribir una novela, estuviera decidida a descubrir al autor de un crimen—. Llegue a esta casa hace un año, por mera casualidad. Crecí cerca de aquí, relativamente, a unas tres horas. Mi padre tenía un amigo con el que venía a cazar venados cada víspera del día de acción de gracias. Él me comentaba que este lugar tenía una carga mística muy interesante, que sentías correr la energía como la electricidad estática que percibes cuando estas cerca de algún transformador con lo de mi divorcio quise venir a experimentar eso por mí misma, distraerme y escribir. Pero poco después de que llegué me di cuenta de que las palabras de mi padre no eran solo un dicho
El silencio se interpuso entre ellos, tal como un miembro no invitado. Este se tornó incomodo, profundo y melancólico. El tic tac de un reloj lejano retumbó en la instancia, lo que puso fin al ensimismamiento de Beatriz.
—Se quedaran en el cuarto de huéspedes, con su hija. Deberán descansar para irse de aquí. —Dijo mientras se ponía en pie y recogía las tazas, la de Scott iba entera y la de Alice a la mitad, pero a la novelista no parecía importarle—. Tendrán que disculparme pero no puedo ofrecerles más alojamiento a partir de mañana.
—No se preocupe, no es nuestra intención quedarnos más que esta noche, señora Radlow. Queremos ir al bosque a acampar y estar ahí un par de días, quiero documentar bien esta área. —Exclamó Scott mientras tomaba del brazo a Alice. En su frente se había tensado una vena. No estaba acostumbrado a que alguien le llevara la contraria, y menos con el sueño de su vida, a pesar de su aspecto tranquilo, en su mente desfilaban ciertos calificativos nada educados.
—Mi consejo, querido niño, es que tomes tu camioneta y tomes a tu familia y te vayas a vacacionar en algún lugar mejor. La creatividad no viene con un sitio, la idea mágica no llega sola de la nada por estar bajo las estrellas, la creatividad está o no está y por lo tanto, es nata. Eso lo aprendí a la mala, lo aprendí aquí. Old Lake Hill, ¡bah! Solo quita, no otorga, así ha sido siempre y así lo será. Sigue mi consejo, no seas necio, hazlo antes de que sea demasiado tarde. —Terminó la mujer.
—¿Tarde para qué? —Cuestionó Alice, impresionada por el extraño cambio de la anfitriona, sin embargo, esta no contestó, como una sombra se movió con rapidez, aventando las tazas al fregadero y encaminándose ya en la escalera que ascendía encaramada a la pared. Los pasos penetraron en la madera y formaron ecos en toda la casa, reptando muy profundo en las paredes, tal como las últimas palabras de esa mujer lo hacían ahora en sus pensamientos.

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El Susurro del Viento
HorrorMichael Miller, un periodista cegado por la ambición, es incriminado en un salvaje homicidio perpetrado bajo órdenes de un político corrupto. Así, Michael es recluido por su propia seguridad en Old Lake Hill, un pequeño pueblo de los límites canadie...