Vacaciones en Old Lake Hill

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La lente de la cámara danzaba de manera alterna y descontrolada entre el rostro de una mujer joven de menos de 30 años, con rasgos finos y cabello oscuro, y el de una niña de cinco años, aproximadamente, quien mostraba una chimuela sonrisa, debido a los dientes de leche que empezaban a fugarse de la dentadura. Detrás de ambas, se veían los árboles que pasaban como una rápida cornisa color verde.

—Deja de usar eso mientras manejas, Scott. —Dijo ella, mientras sonreía de forma nerviosa. Sabía que su esposo no iba a más de cincuenta kilómetros por hora, pero ese camino era desconocido para ambos—. Ese cacharro me pone muy nerviosa.

—No te preocupes, linda. Soy todo un Spielberg manejando la videocámara y además, una abuela podría rebasarme en su andadera. —Respondió Scott.

—Sabes muy bien que él no hace eso en sus películas. Dirigir es muy distinto a grabar las cosas por ti mismo. —Respondió la mujer mientras le quitaba el pesado cacharro al aficionado camarógrafo. Esta vez, la lente capturó, con más estabilidad a un hombre igual de joven que la mujer. Su pelo era chino, y algo largo, cayéndole a ambos lados de las sienes. Su barba estaba poblada por una tupida maraña color negro cortada en forma de candado.

—Tú lo sabes, eres quien ha trabajado con él. —Reprochó el hombre, quien no despegaba la vista del camino. Ahora, el video mostraba la carretera. Un camino rural se extendía hacia adelante, los arboles escoltaban a cada lado el pavimento húmedo, mostrándose como centinelas mudos. La neblina parecía estar asentada hasta donde la vista podía imaginar, tal y como una tela perpetua.

—No, trabaje para uno de sus equipos, pero no con él. —Aclaró ella.

—¡¿Ya casi llegamos, mamá?! —Cuestionó una voz desde atrás de la camioneta. Ahora la cámara se enfocó hacia la personita, una niña de las mismas características de los otros dos pasajeros en esa camioneta, una Jeep Cherokee modelo 95. La familia que se encontraba ahí reunida, en ese viaje familiar en el verano del 96, estaba conformada por Scott, Alice y Katherine Roth. Ambos padres habían formado un matrimonio joven en el 87, cuando Alice se enteró de que estaba embarazada. Era normal que la gente los viera y los criticara, pero ambos eran completamente independientes, ganando un sueldo que muchos apenas podían soñar, trabajando en un lugar donde pocos podían aspirar. Los dos se habían conocido en los platós de las películas en las que participaban como asistentes en diseño de producción, cuando ambos eran unos becarios que a lo máximo que aspiraban era a repartir cafés para las más grandes estrellas de Hollywood.

—Ya casi, debemos estar a unos pocos kilómetros del pueblo. —Comentó Scott. Alice examinó la hora que centellaba en el tablero, debajo de donde los casetes eran tragados por el reproductor. Eran las seis de la tarde con veintiocho minutos, faltaba poco para que por fin oscureciera.

Sin decir nada más, Alice apagó la cámara.

El Susurro del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora