Segunda Parte: Mensajes en la Oscuridad

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El viento soplaba con cierta fuerza a las afueras del establecimiento. Acarreaba las gotas huérfanas que terminaban remojando la tierra donde otrora, la naturaleza crecía en indeterminadas formas. Michael había leído que antes, donde Nueva York ahora se erigía con orgullo patriótico, el lugar estaba habitado por varias especies animales y por una de las tribus amerindias más antiguas de las que se tenía registro. Los osos, los pumas y los venados eran solo algunas de tantas especies que habían sido arrancadas como si fueran plaga, y habían dado paso a una de las urbes más pobladas del planeta.

En tal metrópoli, ese día en el que como muchos otros la lluvia se presentaba tal como clima londinense cargado con el doble de smog, en medio de los uno punto setecientos millones de habitantes, sentado en un café cercano a La Gran Manzana, Michael Miller, reconocido periodista se tomaba un café. El lugar donde se encontraba era común y corriente, pero las personas que se percataban de su presencia podían darse cuenta que él no encajaba en esa vaga definición. Su pelo estaba finamente peinado hacia atrás y a un costado, su barba estaba bien cortada en forma de candado, su traje era un impecable Brooks Brothers que podía fácilmente brillar entre todos los demás. En su muñeca izquierda un Timex indicaba que estaba retrasado por veinte minutos, pero eso era algo que poco le importaba. En sus manos llevaba el ejemplar del periódico correspondiente a la competencia, el Daily. En la primera plana y en letras mayúsculas acompañadas de signos de interrogación se podía leer la leyenda: Genocidio en Medio Oriente. Michael leyó un poco esa nota, pero no era la que le importaba, por más que pusieran la foto que seguramente ganaría el Pulitzer de ese año: una mano infantil teñida de rojo que, sobresaliendo de los escombros, se aferraba a un tuerto oso de felpa.

Reconocía que ese tipo de imágenes y artículos eran de un sensacionalismo explicito, podían mover masas y cambiar encuestas, pero no era el foco de su atención, ese se encontraba en la columna política, unas cuantas hojas más adelante de los espectáculos ya antes de la sección de deportes. Cuando llegó por fin su rostro dibujo la confiada sonrisa de un viejo lobo de mar. El artículo que tanto esperaba rezaba lo siguiente:

Cuatro años de Saldos Negativos.

Por Reed Daniels.

Nueva York, la hermosa ciudad de incontables luces, personas sinceras con vena patriótica, y sin lugar a dudas, la mayor población de ratas de alcantarilla. ¿Quién diría que esta bella ciudad, fruto de inspiración para una de las canciones más hermosas e icónicas del mejor Jazz americano, se iba a convertir en eso? Un enorme y nauseabundo nido de ratas.

No gente, no me refiero a esos animales peludos, llenos de pulgas y con colas delgadas. Me refiero a esas ratas que administran los fondos e ingresos de esta pobre ciudad explotada, quemada o congelada tantas veces por la élite judía de Hollywood.

La actual administración del alcalde Dick Holloway —hombre que se autoproclama como religioso, ferviente adorador de Cristo y un ejemplar padre de familia— ha sido, tanto para bien como para mal, objeto de burlas y protestas por medio de sus congéneres políticos, el embajador republicano ha optado por mostrar un lado caritativo a las personas confiadas, que sin

Con una expresión de satisfacción dejó de leer y arrojó el periódico hacia un lado. Tomó con las manos la taza de café casi en estado de ebullición y bebió un largo sorbo. El líquido caliente descendió hasta su estómago, el cual, tal como en los últimos meses, lanzó cierta protesta en forma de un pinchazo de dolor, el cual Michael apenas y sintió. Su mente, como casi siempre, estaba en otro lado.

El camino para ser periodista no había sido fácil, para ser periodista especialista en el ámbito socio político había sido peor. El mundo se había vuelto más exigente y no siempre la verdad era lo que la gente buscaba. Para llegar a tener un nombre como el suyo en tan difícil medio había que tener ciertas características: la voz de un corredor de Wall Street, el temple de un aviador, la precisión de un cirujano, la mente de un novelista y el estómago de un supervisor de tráfico aéreo. Si no tenías cuatro de esas cinco cualidades, para lo único que servías era para llevar cafés a los periodistas de verdad. Eso era lo que su mente se repetía una y otra vez cuando estudiaba la universidad casi en aislamiento de los demás. Sin embargo, cuando presentó su análisis de Burbuja.com y sus posteriores posibles consecuencias, supo que había tomado la decisión correcta, pues aunque dos años después de que su artículo se publicara para un periódico escolar con difusión nacional mediante internet, el Continental, segundo periódico de Nueva York, se puso en contacto con él. De eso ya habían pasado quince años y de ser un becario que picaba piedra por encontrar alguna nota jugosa, había pasado a tener su propio piso con su equipo de investigación particular.

El Susurro del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora