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Ahora corría sobre la nieve.

Había perdido el rifle desde la casa, disparándole a quemarropa a la cosa que la seguía. Salió de la nada esa figura envuelta por las sombras que cubrían el interior. El movimiento de Liz fue casi automático, recordando como su padre le había enseñado en veces anteriores, cuando lo acompañaba de caza. El sonido de la detonación fue ensordecedor, provocándole dolor en ambos oídos, así como fue proporcional a la fuerza de rebote, que casi la tira de espaldas. Estaba segura que le había dado. Rastros de sangre y cabello salieron despedidos contra el tapiz de la pared, dejando un rastro cual rocío negro. Por un momento se había dado el lujo de reposar un poco al pie de las escaleras, pensaba en subir de nuevo y buscar a su hermana cuando esa cosa se reincorporó de forma súbita. Podía ver a la sombra de pie delante de las escaleras, impidiéndole el paso a la segunda planta, de donde la había aventado. De su ser emanaba un olor agrio, producto de sangre infecta y carne en descomposición. Pudo escuchar su respiración, lenta y salvaje. Fue consciente de que eso nunca se detendría. El nudo en la garganta que se le formó, fue parecido al que sentían los condenados al patíbulo, a pesar de no ser intimas, no podía dejarla así, no obstante, con el dolor de dejar a su hermana, salió corriendo.

Su perseguidor no se hizo esperar, tan pronto como llegó a la calle, la puerta de su casa se abrió de golpe y sobre la nieve unos pasos rápidos acudían en su dirección. Su ser no podía expresar ningún grito. En su garganta se ahogaba todo, el miedo era como una mordaza bien ajustada. Liz puso toda la fuerza en sus piernas, pero su atuendo no era el indicado para una noche así. Las plantas de sus pies comenzaron a quemarse y a palpitarle de dolor, tal como si estuviera pisando brasas ardientes. No obstante, con el terror que la invadía, poco le importaba el rastro sanguinolento que sus pisadas dejaban tras de sí, lo único que le interesaba de verdad era que podía escuchar como la alcanzaban.

Había recorrido ya una calle y media cuando por fin pudo gritar. La calle estaba custodiada por una hilera de árboles a cada lado. La lluvia de copos de nieve seguía tapizando todo a su alrededor, impactándole la cara como si fueran pedradas, helándole la respiración tornándola cada vez más difícil. A los lados, las casas parecían oscuras.

La gente de Old Lake Hill estaba dormida.

El Susurro del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora