Delante de ella, del lado derecho, había un chico. Su piel era morena clara, tal como los sureños que había visto en el trabajo de su padre, cuando este laboraba en Chicago. Su pelo era negro, cortado al estilo de los 90s, eso significaba: sin cortar. Su pijama apenas y consistía en un ligero short, complementado con una playera de Robin Hood en su versión infantil de Disney. Iba demasiado destapado para estar en la calle a esas horas, expuesto al clima caprichoso y violento. Fue cuando se dio cuenta de que el pelo del niño no se movía a merced del viento, tal y como si lo hacían las ramas del árbol que se encontraba detrás de él. Poco le importó eso.
—¡Ayuda, alguien quiere lastimarme! —Gritó con las fuerzas que le sobraban. No quiso decir que a ese alguien le quedaba mejor la definición de algo, ya que ¿Quién podría soportar un tiro así, y aun así seguir corriendo? Sin embargo, prefirió no sonar como una demente, si eso era posible con una visión de la naturaleza a la que se enfrentaba.
Pero el niño no respondía. La miraba fijamente, de eso estaba segura. Podía sentir su mirada. Liz pensó que quizá no la observaba a ella, si no a lo que venía siguiéndola. Regresó la mirada por camino que había tomado, la nieve marcaba las huellas de su carrera, y para no perderlas, eran remarcadas por la sangre que poco a poco se fundía con el agua. Sintió hasta entonces el dolor agudo, este se sentía como si ya no pisara nieve, sino como si estuviera sobre una superficie llena de cuchillos afilados. Sobre las huellas, distinguió a la distancia otras pisadas: lo que la seguía había salido del camino. Un perro ladró a la distancia. Sus piernas se doblaron en un acto de inmensa agonía, Liz casi pudo sentir como las articulaciones estallaban debido al frío. Todo su mundo parecía estar concentrado en una barca, atorada por el inclemente mar. Escuchaba el viento, el cual había dejado de ser un ventarrón para convertirse en un beso helado de una amante sin vida, una caricia que parecía alejarse poco a poco. El dolor que la invadía iba disminuyendo de forma rápida, ahora no era insoportable. Quiso llorar, pedir perdón a sus padres y a su hermana, por haberlos abandonado tanto, alejándose en su propia mente, llena de ideas egoístas propias de cualquier joven adolescente. Lamentó no haber pasado más tiempo con la rara de su hermana, quien por cierto, ¿Dónde se había metido?
Eso ya no importaba, ¿de qué le servía ahora? Algo pasaba también con el chico que había visto, el cual parecía haber salido de la nada. De repente su imagen se desvaneció, tal como en televisión decían que hacían los fantasmas. No le importó.
Ella amaba el mar, más que a su vida misma. Y esta parecía estar próxima a su crepúsculo.
Mientras su mente danzaba en la cuerda floja de la consciencia y la inconsciencia, unos pasos rápidos sonaban cada vez más cerca.
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El Susurro del Viento
HorrorMichael Miller, un periodista cegado por la ambición, es incriminado en un salvaje homicidio perpetrado bajo órdenes de un político corrupto. Así, Michael es recluido por su propia seguridad en Old Lake Hill, un pequeño pueblo de los límites canadie...