El viento impactaba a su ventana con demente violencia. Los embates arremetían también con la aguanieve que caía esa noche. Despertó sudando y temblando por la pesadilla que había experimentado. Afuera parecía haber tormenta y como ella ya sabía, esta podía extenderse durante varios días más.
Se levantó con cierto pesar, las últimas dos noches apenas y había podido cerrar los ojos y dormir un rato solo para sumirse en diversas y extrañas pesadillas que no le permitían dormir de nuevo. Se encontraba mental y físicamente cansada, deseando con toda su alma que sus padres, a donde quiera que estuvieran, regresaran lo más pronto posible. Se sentó a la orilla de la cama, sintiendo como sus pies protestaban al sentir el helado tacto de la madera. Durante su ausencia, se estaba quedando en la habitación de sus padres en vez de la suya. Había querido abandonar ese cuarto desde que comenzó a escuchar ruidos en el ático. Ruidos que en un principio habían sido golpes que fácilmente podrían haberse confundido con ruidos típicos de un hogar de madera, pero que poco a poco se convertían en un andar perfectamente distinguible, así como una voz que parecía leer algo demasiado rápido. Estos eventos le ocasionaban noches de desvelo observando la puerta de la escalera plegable, esperando con cierto temor que un día, las voces callaran y dieran paso a una risa inhumana, provocada por algún ser que en cualquier momento abriría la compuerta y descendería hacia ella, por la oscuridad.
Le había insistido a Vanessa de que se quedaran juntas, pero su hermana menor era en ocasiones como una extraña. Cuando Liz le propuso esa opción, Vanessa se limitó a observarla, extrañada, y cerrar la puerta tras de sí, encerrándose en su cuarto.
Liz nunca se llevó del todo bien con su hermana menor, quien había llegado al mundo cuando ella tenía diez años. Siempre había estado dotada de un aire místico, casi nunca lloraba o hacia escándalos, se la pasaba leyendo y dibujando, actividad que se le daba muy bien para su edad. Vanessa también tenía cierta afición, además del silencio, a coleccionar muñecas, por lo que cuando llegaron a la casa de Old Lake Hill y encontraron una habitación con un montón de ellas, todas de fabricación casera, se sintió en sintonía y casi nunca salía de ahí. Pasaba casi todo el día después de clases peinando y vistiendo de manera adecuada a cada una de sus muñecas, poniendo especial esmero en limpiarlas y arreglarlas. Cuando estaban listas, las colocaba en una repisa que antes su padre se había encargado de ampliar y reforzar.
En pocas palabras, Vanessa era una niña un tanto extraña y nunca habían logrado congeniar del todo. Liz no recordaba haberla visto platicar con nadie fuera de la familia, de lo que estaba segura, era que su hermana hablaba más con sus muñecas que con ella o su madre. Sin embargo, después de que sus padres salieron en aterrador apuro, pareció dejar de hablar hasta con ellas. Cosa que a Liz ponía incomoda.
El sonido de una puerta al abrirse y de la ventisca que entraba con ella se escuchó desde la planta baja. Sus instintos se agudizaron y se pusieron en alerta. Bien sabía ella que habían pasado cosas, no estaba del todo segura de quien o que las había provocado, pero sin duda lograron desbalancear todo y con toda seguridad habían sido dispuestas a propósito con un fin insospechado. Su introspectiva hermana era ahora un candado, su padre renunció a su trabajo para cuidar a una señora Jackson en crisis. Liz tenía la seguridad que el hombre con cuernos que aparecía de forma constante en sus sueños era el culpable de la tan pronunciada decadencia de su madre. Por si las dudas, dormía junto al rifle 22 de su padre. Cargarlo era algo pesado, pero con él tenía cierta sensación de seguridad. Su padre lo había comprado con la intención de defenderse de un oso que había cobrado tres víctimas en el pueblo. Debido a la proximidad de su casa con el bosque, nunca estaba de más tener un doble cañón de grueso calibre para defenderse. Si podía detener a un oso
El aire violento que acaeció en la planta baja, provocó que varias cosas salieran volando. Escuchó como el reloj de pared que había pertenecido a su bisabuelo, caía al suelo, así también como la puerta del cuarto inferior se azotaba con estruendo. Como un resorte, se puso de pie con rapidez, sin importarle ponerse algún calzado que protegiera sus pies del frio cortante. Observó por el ventanal de su habitación como Big John, el viejo roble de su jardín delantero, se mecía de forma peligrosa a merced del fuerte vendaval. Accionó el interruptor de luz, pero este no activó nada. Sabía muy bien que durante las tormentas, era casi imposible que la electricidad estuviera de forma estable. Y también que, con ese clima, el que las líneas telefónicas funcionaran era prácticamente un milagro. Con decisión, pero no falta de temor, abrió la puerta. Casi al mismo tiempo en que la oscuridad se presentaba por delante de ella, la galerna que abajo destruía cosas, se detuvo. Prestó especial atención en los ruidos de la planta baja, pero en ella parecía no haber nada. Por su mente vagaron ciertos pensamientos de duda, aun así, eran el atisbo del miedo que experimentaba con cualquiera de las respuestas que su mente cavilaba.
Sus ojos parecían acostumbrarse a la oscuridad y comenzaron a distinguir sombras entre la sombra. El barandal de la escalera estaba a su derecha, y se cortaba en donde los escalones comenzaban su descenso hasta la nada, una vez estos terminaban, una pared lisa continuaba con el corredor hasta topar con la entrada del baño. De su lado izquierdo, la pared con tapiz bicolor resaltaba hasta llegar a la puerta de lo que era su habitación, la cual estaba cerrada con llave desde afuera, mientras que delante de ella, la puerta de su hermana se mantenía cerrada. ¿Acaso ella no había escuchado el desastre que había ocurrido justo debajo de ella? No tuvo mucho tiempo para pensar su respuesta. La fuerza destructiva que había atacado la planta baja ahora había vuelto. Liz tuvo la certeza de que no se trataba del viento. Los marcos colgados en la pared de su izquierda salieron volando, uno de ellos, le impactó en la frente, de la que empezó a brotar un rastro de sangre que descendió por la cuenca de su ojo izquierdo, cegándola de ese globo y provocándole un desesperante escozor.
—¡Vanessa! —Gritó a todo pulmón, en parte por el coraje y en parte por el miedo, mientras sus piernas se doblaban y caía al suelo. La puerta de la habitación de sus padres se cerraba y se abría. La luz del pasillo ahora se prendía y se apagaba, por lo que tenía una intermitente visión del desastre frente a ella:
Antes de la entrada al baño, la mesa pequeña donde una planta de plástico reposaba, había sido disparada hacia su puerta, la cual ahora también se azotaba. El miedo que sintió al verla abrir y cerrarse en movimientos violentos fue tal que quedó paralizada sin poder gritar. Detrás de ella, el ventanal estalló en mil pedazos, lo que provocó que trozos de vidrio se le incrustaran en sus talones. El viento entró por donde antes había cristal, trayendo consigo el aguanieve. La luz iba y venía.
Dejó caer el 22, era evidente de que no le serviría de nada. ¿Contra qué podría dispararlo? Es él
No tenía duda que su hermana sabía más a lo que se enfrentaban. Los delirios que había comenzado a decir cuando llegaron al pueblo no habían sido producidos por querer llamar la atención, ahora estaba segura de ello, Vanessa debía saber también como poder hacerle frente. Era en ese momento cuando sintió todavía más fuerte la punzada de culpa que la invadía desde que los eventos se acrecentaron.
Las paredes comenzaron a cuartearse en donde unas manos invisibles golpeaban. El barandal de las escaleras salió volando hacia abajo. Quebrándose en el aire como si fuera un pedazo de papel. El viento parecía soplar con más furia y el ulular que lo acompañaba parecía más un coro extraído del infierno. El ruido fue ensordecedor cuando también la cama, el buró y los muebles se levantaban y se golpeaban entre sí, tal como si se encontraran en medio de un tornado. Por los golpes que escuchaba en la habitación contigua, también en su cuarto reinaba el caos.
—¡BASTA! —Ordenó con furia una vez. Pero el caos seguía regente—. ¡BASTA!
Ahora el silencio volvió a ser tenebroso.
El viento pareció cambiar de dirección, soplaba ahora dándole de manera lateral a la casa y no de frente. La fuerza invisible que había provocado el poltergeist parecía haberse retirado de momento. La luz no había vuelto de forma estable y ahora volvía a estar a merced de la penumbra. Su corazón galopaba en su pecho tal como un joven e indomable potro. En la boca tenía el sabor amargo del miedo y de la bilis, que poco después mezcló con su cena en un doloroso vómito. ¿Qué quería esa cosa de ellos? ¿Qué le habían hecho para que se ensañara tanto? ¿Qué había pasado con sus padres y donde estaban ahora? Se culpaba por no prestar atención a lo que su padre le decía antes de irse con su madre en el viejo Nova, en su mente flotaban las palabras, pero no podía recordarlas. Tomó el 22 del suelo, y fue cuando se dio cuenta de algo:
La puerta de su hermana, que aparentemente era la única que se mantuvo cerrada durante el ataque, ahora se abría de forma lenta.

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El Susurro del Viento
HorrorMichael Miller, un periodista cegado por la ambición, es incriminado en un salvaje homicidio perpetrado bajo órdenes de un político corrupto. Así, Michael es recluido por su propia seguridad en Old Lake Hill, un pequeño pueblo de los límites canadie...