-Nena. –Susurra con voz ronca en mi oído.
-Mmm... Déjame dormir. –Murmuro.
-De acuerdo, pero creí que querías ir a trabajar.
Me incorporo rápidamente de la cama para encontrarme con la deslumbrante sonrisa de Adam.
-Vamos, llévame al baño. –Exijo.
- ¿Cree que soy su chófer, Señorita Alfonso? –Pregunta mientras me alza.
-Usted se ha ganado ese puesto, señor Graham. –Beso su mejilla.
Al llegar al corporativo, Adam es el primero en salir del Lincoln, me tiende su mano y me ayuda a bajar. Joseph nos mira impresionado y me regala una sonrisa. Caminamos al ascensor y rápidamente la gente rodea a Adam haciéndole preguntas. Este me mira por encima de todos y me hace un gesto como diciendo: Ya comenzó el día.
Estoy en mi escritorio, dándole un mordisco al sándwich de pavo que me preparó la señora Asher, cuando Elizabeth me abraza con efusividad.
-Te extrañé.
Sonrío. –Y yo a ti. –Confieso.
- ¿Qué tal el palacio del rey? –Pregunta en voz baja.
-Está genial. Pero... ¿Cómo sabes que estoy quedándome con él?
Pone los ojos en blanco. –Christian me lo dijo, pero lo que realmente me interesa es saber lo que hiciste para terminar así.
-Cuando bajemos para almorzar, te cuento.
- ¿Si? ¿Y cómo se supone que la señora Graham va a caminar por Manhattan con esas cosas? –Señala las muletas.
Caigo en cuenta de la realidad y frunzo los labios. De repente analizo lo que ha dicho.
- ¿Cómo me llamaste? –Pregunto.
El teléfono de mi mesa suena y atiendo.
-Asistente del señor Harris ¿En qué puedo servirle? –Saludo.
-Se me ocurren un par de cosas. –Dice esa voz inconfundible. - ¿Quieres que vayamos a almorzar? –Pregunta.
-Ehh... Ya que hice planes con Beth. –Las puertas del ascensor se abren y la veo entrar. –Ordenamos pizza.
- ¿Me estás cambiando por una chica y unas cuantas rebanadas de pizza?
-Sí, señor. –Me rio.
-Me debes una, nena. –Me advierte.
Cuelgo el teléfono y sigo a Beth hasta el archivo, se ha convertido en nuestro lugar. Mientras comemos nuestra pizza con extra queso, le cuento lo sucedido en el restaurante.
-Esa perra. –Aprieta la mandíbula. - ¿Y tú te quedaste ahí sin decir nada?
-Bueeeno... Le embarré el tiramisú en la cara. –Le suelto.
Mi amiga comienza a reír como histérica y sin poder evitarlo me uno a ella.
-Hubiera pagado lo que sea por estar en primera fila. –Añade. – ¿Y cómo entra tu pie lastimado en esta historia?
Los días pasan y mi pie va mejorando, todavía llevo la férula, ya me he acostumbrado a ella, aunque no dejo de sentirme inútil. Adam no me deja irme de su casa, y la verdad, no quiero hacerlo, me siento tan cómoda a su lado, que siento que lleva años en mi vida.
El sábado, me lleva a un recorrido por el Museo Metropolitano de Arte, quedo maravillada con cada una de las exhibiciones, me habla de las obras como todo un experto en la materia. Sé que a mi padre le agradaría su pasión por el arte, la manera en que se expresa es sencillamente hechizante. Me encanta conocer un poco más de él.
El domingo me despierto, no hay rastro de él, pero encuentro un sobre blanco encima de su almohada, leo el reverso:
Si pudiera escribirte a diario, lo haría, quisiera pasar mi pluma por tu existencia y escribir allí, quisiera cantar dentro de tu cabeza, quisiera besar tu corazón directamente, pero como no puedo, uso el canal más simple, tus sentidos y espero dejar mi huella en ellos.
¡Dios mío! Lo abro rápidamente.
Eres fuego mujer, uno intenso, inapagable, arrasador y reconfortante, todo al mismo tiempo, aquel fuego que puede fundir los metales más preciosos o condensar al diamante más grande, aquel fuego que puede incinerar un cuerpo hasta las cenizas para liberar el alma que yacía en su prisión, aquel fuego con el que puedes mantener un hogar caliente, incluso durante los inviernos más largos, aquel fuego con el que los bosques pueden incendiarse sin dejar rastro para dar vida a nuevos parientes, aquel fuego del que salen maravillas como el vidrio o la obsidiana, aquel fuego que es puro como el sol, aquel fuego que inmerso en amor, desata la pasión de miles. Eso eres, al igual que las llamas, eres vida, vida misma en su esplendor máximo. Lo siento al verte, al sentirte, no hay nadie que haya conocido jamás que sea tan intensa de esa manera, la manera en que caminas, en que hablas, solo veo fuego, algo brillante con el poder de dejar huella si le place.
Limpio las lágrimas que se han escapado de mis ojos al leer lo más hermoso que alguien haya podido decirme alguna vez ¿Asi me ve él? ¿Cómo fuego?
Salgo de la cama y corro a buscarlo, lo encuentro en la cocina y sin importarme que estén Mark y la señora Asher presentes, me lanzo a sus brazos y lo beso como jamás he besado a nadie, entregando mi alma, mi corazón y mi vida entera. Devoro sus labios, su lengua, enredo mis manos en su pelo. Se separa de mí y me observa sonriente.
-Vaya, parece que debo escribirte más seguido.
-Por favor. –Le ruego regresando a sus labios.
El miércoles, saliendo del corporativo, Mark me abre la puerta trasera del Tiguan.
- ¿Y Adam? –Pregunto al no verlo salir.
-Dice que aún tiene trabajo, que lo esperes en casa.
Asiento y le pido que compre algunos brownies en aroma y café. Cuando le voy a pagar lo que ha gastado, lo rechaza.
-Todo lo que necesites, será pagado con esto. –Me muestra una tarjeta de crédito.
Me quedo mirando su mano como tonta, no sé qué decir. No estoy segura de estar cómoda con la idea de que Adam esté pagando mis gastos.
Marco el código del ascensor y al llegar al Pent House de Adam, me siento en el sillón del recibidor.
-Buenas tardes, Sam. –Me saluda la señora Asher. –La cena está lista.
-Gracias, pero esperaré a Adam.
Asiente y se retira. Miro en dirección a las hermosas escaleras, me encantaría subir, conocer la habitación de Adam, pero con mi pie así, es casi imposible.
Me voy hasta la habitación, me desvisto, preparo la bañera y disfruto del agua caliente. Son casi las siete, se está exigiendo mucho ¿Es que ser el jefe no debería tener sus ventajas?
Con toda la intención de darle una sorpresa a Adam, escojo un sexy conjunto de encuentro en el armario. Es un corsé negro, de encaje y medias de liguero. Descarto la férula y me pongo las medias y me cubro con una bata de seda negra. Me maquillo ligeramente, distribuyo pequeñas velas rojas por toda la habitación y las enciendo.
Me acuesto sobre la cama y le escribo un mensaje. - ¿Mucho trabajo, señor Graham?
Pasan horas y no recibo respuesta. El cansancio se va apoderando de mi cuerpo hasta quedarme dormida.

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No te esperaba
RomanceSamantha Alfonso, se muda a Nueva York para cumplir su mas grande sueño, ser editora. Pero de repente su carrera deja ser lo más importante para ella; se tropieza con Adam Graham, un hombre sexy, inteligente y escandalosamente rico. Pone su mundo de...