La mayoría del tiempo se sentía cansado, eso, solo cansado. Hacía horas había dejado de sentir ira o incluso tristeza, que fueron los únicos sentimientos que lo acompañaron desde que Glen le clavara un cuchillo en el costado; y luego, cuando despertó en una de las salas plateadas de la fortaleza Eidan, sintiendo un dolor punzante allí donde estaba la herida y uno mucho más doloroso allí, donde se supone debía estar el corazón. Aunque Bastiaan ya no estaba tan seguro de poseer uno.
Tenía uno físico claro está, ese pedazo de carne que bombeaba sangre en su cuerpo y lo mantenía vivo, pero ese corazón intangible en donde los sentimientos nacían y maduraban ya no existía. Se había ido marchitando de a poco. Primero su señor padre, aquel respetable hombre Sueño del que su madre solía hablarle, y no cosas buenas precisamente.
¿O que tanto cariño podía sentir un niño hacia su padre, luego de saber que ni siquiera fue deseado por éste? Todavía podía ver y escuchar a su señora madre, sosteniendo una botella de dearg mientras le miraba con decepción.
«Fuiste mi ruina, pequeño. Fuiste mi ruina.»
Era lo que solía decir cuando se emborrachaba, y luego, cuando se quedaba dormida en un charco de su propia baba, Bastiaan le apartaba el cabello naranja de la cara y lloraba. Lagrimas infantiles de desdicha. Lágrimas que nacían del rechazo, del dolor más puro y que pronto se convirtieron en otra cosa: en odio. En odio hacia sus progenitores. Imbéciles ilusos, esos eran sus padres, y él no era un hijo del Fuego y del Sueño, como lo llamaba Owen, él era Bastiaan: hijo del amorío de una puta y un patán.
Se incorporó en la cama, presionando una mano en su estómago haciendo una mueca de dolor. Y no solo por el dolor físico de la herida que apenas comenzaba a sanar, sino por el dolor del fracaso y la traición.
Que iluso que fue. Que idiota se sentía. Recuperó las esperanzas de ser querido en una niña flacucha y menuda, una hija del Fuego y de la Tierra cuyas lealtades nadie tenía muy en claro. ¿Qué rayos tenía Glen Stevarius en esa pequeña cabeza rebelde? Se halló preguntándose en más de una ocasión.
Ian Macorne fue un patán con ella todo el tiempo, ni qué decir de la estirada de Shannen Macorne, pero aun así ella optó por ayudarlos a ellos. A los hijos del Agua, a los engreídos que ni siquiera la apreciaban. ¿Acaso había que ser un patán para que te quisieran? Era otra de las preguntas que se hacía con frecuencia. Porque él no lograba entender.
Gwendoline venía a menudo para revisar sus vendajes. Ninguno de los dos lo decía nada pero ambos lo sabían. Sabían que eran el castigo para el otro. Luego de la huida de los niños del Agua Owen se enteró de la traición de Gwendoline. Muchos pensaron que la iba a ejecutar o en todo caso, encerrar de por vida, pero no fue así.
Owen sorprendió a todos mostrando algo de benevolencia. Luego de encerrarla por un par de semanas, autorizó a que se le dejara salir, por supuesto tenía prohibido usar armamento o abandonar las instalaciones de la causa. En su lugar debía cuidar de los heridos y nada más. Su principal paciente era Bastiaan.
Cada vez que iba a revisarlo era escoltada por un Eidan armado que permanecía vigilante mientras ella le cambiaba los vendajes. Por eso nunca hablaban, aunque tampoco era que tuvieran muchas cosas que decidirse. Las pocas veces que intercambiaban un par de palabras era para indicaciones de ella o algo de información que él le pedía. Así fue como se enteró de lo que ocurrió luego de que Glen lo apuñalara en un costado.
Lo poco que Bastiaan logró averiguar por medio de Gwendoline, eran tanto buenas como malas noticias. Las malas incluían el escape de los niños del Agua, así como las medidas que La Hermandad estaba tomando para los planetas: Agua, Sueño y Fuego. Según los informes que llegaron, esos tres planetas a sabiendas de lo que estaba ocurriendo en el planeta Tierra, estaban más que preparados para enfrentarse a un posible ataque.
Las buenas solo decían que habían tomado el planeta Tierra. Soldados Fuego muertos y la otra parte retirados, y los habitantes de la Uisce y Talamh retenidos los que no lograron fugarse en las naves de Kenna Macorne, los planes de Owen para con ellos era adiestramiento para que se unieran a él.
La ultima orden de Owen fue enviar un mensaje a La Hermandad, informando sobre como sus filas crecían y las intenciones que tenía. Owen le proponía a La Hermandad que dimitiera y declarara nula sus reglas, de lo contrario tomaría por la fuerza todos los planetas.
La puerta se abrió, Gwendoline entró con una bandeja en la que Bastiaan observó los implementos que ella usaba para cambiarle los vendajes y al lado de la puerta permaneció el Eidan que la escoltaba a todos lados. Se pusieron en ello, y mientras ella le cubría la herida con un nuevo vendaje le informó que era requerido por Owen.
La muchacha albina se retiró, y Bastiaan se vistió. Se cerró el cinturón y llevó la mirada hacia el centro de su habitación, miró el suelo, el mismo lugar en el que cierta chiquilla lo abandonó para correr a los brazos de un despreciable hijo del Agua.
Su caminar era mucho más lento que antes de la herida. Pero conforme recordaba lo que había pasado en su habitación, las fuerzas venían a él. Tenía muchas cosas que cobrar a muchas personas, no podía permitirse debilidad en esos momentos.
Llegó a la sala de audiencias de Owen, el Eidan que vigilaba la entrada le abrió la puerta apenas lo divisó. Era evidente que esperaban por él. Cuando entró, observó a Owen que caminaba enfrente de su escritorio, y que se detuvo cuando escuchó las botas de Bastiaan repiqueteando en el suelo.
—Bastiaan, acércate. —Obedeció y con una expresión algo seria Owen agregó—. Eres uno de mis mejores soldados, pero espero comprendas que tu pequeño incidente no puede quedar sin ser castigado. Fuiste irresponsable, confiaste en quien no debiste y eso nos costó un rehén valioso.
—Lo sé, señor. Aceptaré mi castigo consciente de que así debe ser. —Owen le asintió, dio otro paseo por la sala y comenzó a hablar mientras el ruido de sus zapatos parecía hacer música a sus palabras.
—Bien, escucha. No te voy a quitar lo que me pediste cuando te uniste a mis filas. Eso lo tendrás, puedes estar seguro. Soy un hombre de palabra. Por ende, tu castigo será otro. Uno que puede que al principio te parezca un premio.
—Lo escucho, señor.
—Tengo planes, planes grandes, pero eso ya lo sabes. También sabes que hay una persona que es fundamental para llevar eso a cabo. Y no es fácil de conseguir, será todo un reto, aparte de eso habrá batalla de por medio, Bastiaan, en todos lados. Pero tú no serás un soldado de batalla. No de ese tipo de batalla. —Los ojos de Owen lo miraron, Bastiaan no estaba del todo seguro de que fuera realmente a recibir un castigo, pues intuía lo que Owen le iba a mandar a hacer—. Tú tienes que traerme a ese alguien importante. Creo que intuyes de quien se trata, hay un motivo por el que intenté traerlo pero como sabes se nos escapó entre los dedos. Esta vez no puede suceder lo mismo, debes lograrlo.
Bastiaan frunció el ceño, comenzaba a comprender la tarea que Owen pensaba darle y no era la que hubiera querido: «Tráeme a Ian Macorne.» Esas eran las palabras que él estaba esperando escuchar, y como regalo extra se traería a Glen también. Pero ella no era para Owen ni remotamente, él tenía otros planes. Aunque por lo que Owen le decía, parecía que aquello tendría que esperar. Owen se acercó a su silla, tomó asiento y se concedió un par de segundos, luego de los cuales continuó.
—Con este chico podemos lograr que se nos unan todas las personas que necesito. Sería nuestra victoria.
—¿Y si él no quiere unirse a usted? —Bastiaan preguntó, haciendo que Owen lo observara con detenimiento para luego contestar.
—Entonces lo mataré. Vivo y sin apoyarme representa un peligro a mi causa.
—Pero no sabemos dónde está. ¿O sí? —preguntó Bastiaan, su voz siempre destilando respeto. Owen entrelazó sus dedos por debajo de la barbilla.
—Hay fuertes indicios de que se encuentra en el planeta Fuego, lo cual es perfecto, pues tú conoces a la perfección ese planeta.
—Pero señor, a estas alturas ya todos deben saber que soy un híbrido, y uno que lucha en sus filas. —Owen barrió el aire con la mano, desechando esa idea.
—Eso ya lo he pensado. Vas a ir de encubierto, así que no te preocupes. —Bastiaan asintió, intuyendo de qué iba todo aquello, así que afirmó.
—De acuerdo, señor. Lo haré entonces, le traeré a Urien Klose. —Owen sonrió y con un asentimiento Bastiaan se retiró a prepararse para su nueva tarea.
ESTÁS LEYENDO
Valor de Fuego [Razas #2]
Science FictionSEGUNDA PARTE DE RAZAS. Glen Stevarius descubrió muchas cosas que solía ignorar, entre ellas que la rebelión que tanto deseó no era lo que esperaba. Los ideales de Owen eran, si se podía, peores que los de La Hermandad, y estos últimos seguían siend...