Prólogo.

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Un Alex pequeño renegado se dirigió al salón de los niños del kínder. Sus brazos cruzados demostraban su inconformidad ante las desiciones de sus superiores. Relacionarse no era su especialidad, pero esta vez debía hacer una excepción si no quería conseguir otra reunión de sus padres con la señorita. Y definitivamente no quería una charla. El griterío de los pequeños le producía jaqueca y tuvo que pellizcar el puente de su nariz para calmar el dolor. Le había advertido a su madre que no se sentía bien, que estaba adolorido, pero pensar en la remota idea de permanecer por gusto en su casa le provocaba una risa que, siendo analizado psicológicamente, demostraba graves problemas internos.

La señorita dictó las instrucciones una vez que todo su salón se encontraba sentado en el enorme parque que era propiedad del kínder. Las reglas del trabajo de integración del día parecían incluso sencillas. Hablar con uno de los niños, divertirse con ellos, pasar un lindo día y regresar contentos a sus hogares. Pero él sabía que, por descarte, ningún niño coincidiría con él, estaba catalogado como el friky de la clase. ¿Para qué se humillaría intentando formar parte de una actividad escolar? El muchacho no estaba de acuerdo, desde su punto de vista, lo más necesario eran las clases donde le ayudaban a dominar el arte de leer y de escribir sin faltas de ortografía.

Todos los niños corrieron en dirección a uno de sus compañeros en particular. Observó desde una esquina, a sabiendas de que nadie se dejaría llevar por él, y que otra vez se saldría con la suya, permanecer solo era su especialidad.

La señorita encargada de él lo miró y negó con la cabeza, simulando decepción. El niño se encogió de hombros y dedicó toda su atención a una pequeña con los cabellos rizados. Se movía de un lado hacia otro, bailando en su propio mundo, mientras los compañeros de Alex reían mirándola. Le molestó, principalmente, porque eran niños grandes. Sus intentos de lastimarla a ella también le generaron al niño una inexplicable necesidad de protegerla.

Así que cuando la pequeña dejó de pegar saltitos jugando a la Rayuela, y levantó la vista en dirección al peculiar niño, él le indicó que se acercara. Consumida por una repentina timidez, preguntó a su maestra si podía ir en dirección a él. Ella dudó la respuesta durante unos segundos, pero finalmente se lo permitió.

La pequeña de piel clara y pecas en sus mejillas se acercó a él, de forma insegura.

—Hola —dijo, lo más cálido posible Alex, pero eso no era exactamente lo que ella, que provenía de una familia bien constituida, necesitaba.

—Hola, soy Elena —se presentó, sonriendo—. ¿Por qué estás solo?

—Porque así quiero estar.

— ¿Por qué tus cabellos son marrones?

—Herencia de mi madre —respondió el niño, arrepintiéndose de haber atraído a la que parecía ser la pequeña más charlatana del grupo completo.

El pequeño observó a sus compañeros divirtiéndose con los niños de cinco años, la misma edad que debía tener Elena.

— ¿Cómo te llamas?

—Alexis.

La pequeña observó un ave alejarse al mismo tiempo que asentía y frotaba un dedo por su párpado. Era increíble la rapidez con la que la niña se había instalado a su lado, sentándose sobre el cemento con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Él la miró, apreciando su silencio, haciendo hincapié en que era tan bonita como las niñas que modelaban en las revistas de moda de su madre. También miró a las estupefactas maestras, que sonreían de lado mientras charlaban, de vez en cuando detenían su mirada en otros niños que hacían desastres y también se concentraban en la nueva pareja que se había formado a un lado, en esa esquina vacía del parque donde no había juegos y nadie quería ir.

—Eres gruñón, ¿por qué esa cara de malo?

La niña atrajo su atención tirando de su blazer, para sentirse más protagonista de la situación de lo que ya era. Y Alex se acomodó a su lado, a sabiendas de que era imposible explicarle a una niña de cinco años cuales eran los problemas de un niño de nueve.

—Voy a mudarme —ella ladeó la cabeza confundida—. Quiere decir que me iré muy, demasiado lejos.

— ¿Y no quieres dejar a tus amigos?

—Yo no tengo amigos —Alex se encogió de hombros.

—Ni yo —ella hizo un exagerado puchero—. Es porque tengo... —miró a ambos lados para asegurarse de que nadie más sabría su secreto— piojos —murmuró.

—No me interesaba saber eso —repuso, tomando distancia entre ambos.

—Todas las niñas tienen, lo he visto, pero ellas me molestan a mí —sonríe—. Y los niños las siguen.

—Lo siento.

Ella asintió y se levantó de su lugar. Alex observó cómo la pequeña observaba de manera furtiva hacia los entretenimientos que ofrecía el inmenso lugar. Quería irse y en cierta forma él también se moría por subirse a una de esas hamacas para balancearse con el viento impactando en su rostro.

— ¿Cómo se llaman tus padres?

—Deja de preguntar, es frustrante —murmuró el joven sin paciencia.

Ella se sujetó al abrigo del niño y juntos caminaron en dirección a los juegos que parecían divertidos solo para los pequeños que tenían cinco años.

Ninguno de los dos sabía que esa sería la última vez que se verían en esa vida tan cotidiana y simple. A los veinte años de edad, fue cuando Alex regresó a su hogar, escapando de los secretos que su nueva ciudad escondía. Y Elena, con su cabeza hecho un lío, no hizo más que chocar con él.

No sabían el impacto que causarían el uno en el otro, ni mucho menos que ellos serían la respuesta a la pregunta que durante tanto tiempo se habían cuestionado.

***

¡Hola, aquí Fkikygirl_! Muchas gracias por dar por inicio a esta historia. Desde ya quiero agradecerle por darle una oportunidad y me gustaría pedirles que comenten y digan sus opiniones, que para mí, que recién inicio, son muy importantes.
Es un placer, y espero que nos sigamos viendo más adelante.

Elena's FacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora