Capítulo 31.

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Hacía mucho tiempo ya que una gran duda rondaba por mi cabeza.

Es la pregunta crucial que, creo yo, todos los lectores de universo se hacen, por una razón muy importante, y es que a veces es tan complicada entender la diferencia entre una y otra que solo nos confunde y sentimos ganas de llorar.

Porque no hay alternativa, nadie entiende lo que me sucede, no hay a quién explicarle al respecto, ni siquiera a un terapeuta. O bueno, de hablar del tema con un profesional, se lo comunicaría a mis padres, eso solo lograría traerme rostros preocupados y una necesidad de ver las cosas como yo las veo, aunque sé que es un trabajo prácticamente imposible.

¿Cuál era la diferencia entre la fantasía y la realidad?

Podía recordar cuando había intentado abordar el tema con mi madre, con todas mis energías puestas en que sea capaz de comprenderme.

Pero, en cambio, sus ojos se posaron en mí como si fuera un ser extraño que mereciera ir al circo.

Me obligué a sonreír, con trece años, y a decirle a mi madre que lo olvide, que yo estaba bien, que había sido simplemente una idea tonta que se había pasado en mi cabeza. Ella suspiró aliviada, y me dije a mí misma que era una idiotez, que era imposible que alguien sea capaz de saber dónde me confundía todo.

Mi teoría de la delgada línea entre la fantasía y la realidad se hacía presente en cada día.

Por ejemplo, en este momento, junto a Alex, dirigiéndonos hacia el Mc Donalds. Ya era hora de iniciar mi turno allí, y él se había ofrecido a llevarme.

La música sonaba suavemente en mis oídos y mi cabeza se movía frenéticamente marcando el ritmo de la melodía. Alex, a mi lado, con sus dedos repiqueteando sobre el volante, desacreditando sus palabras de hacía unos segundos, cuando la canción apenas había iniciado.

Tenía algo de razón, Shawn Mendes siempre tenía algo cursi y cliché en cada una de sus canciones, pero aún así estaban bastante bien. Observé a Alex de reojo, sus cabellos flameando con el viento que ingresaba al vehículo a través de la ventanilla abierta. Sonreí suavemente y volví a mirar al frente.

Si prestaba lo más mínimo de atención, podía hasta imaginar historias de las personas que se encontraban divagando en las calles, con los carritos de bebés, los grupos de adolescentes de mi edad y las parejas tomadas de la mano.

¿Hasta dónde era real lo que veía?

En cada segundo que pasaba, me sucedía lo mismo, miles de historias se creaban, listas para ser escritas y publicadas, pero permanecían escondidas en lo más profundo de mi subconsciente.

Mis propios cuentos, que me contaba a mí misma para dormir, un elemento que había utilizado desde que mi edad era superior a los diez años, con la separación, una cosa y otra, que concluyeron en olvidar los cuentos infantiles para siempre. Bueno, para siempre era mucho tiempo.

Imaginé a los chicos de mi edad, que bien podrían estar de vacaciones, y provenir de lugares distintos del mundo, uniéndose en esta ciudad tan famosa. También pensé en la pareja, que se miraban furtivamente de reojo, y me pregunté si yo lo era la única que lo percibía, o si en realidad parecían una pareja en sus primeros días, donde no se sabe cuál es el límite para no intimidar al otro con nuestras acciones. El auto de Alex arrancó, pasando el semáforo en verde, y canturreé la canción en silencio.

La esencia que impregnaba el cuerpo del chico llegó a mis fosas nasales y respiré hondo, desando saber el nombre de su perfume solo por el capricho de comprármelo y poder sentirlo más cerca cuando él decida que ya se cansó de estar conmigo.

Elena's FacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora