Capítulo 29.

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Alex llegó de forma rápida y eficaz a mi casa. No sabía qué hacer ahora, si mirarlo, si hablar o si, simplemente, volver a mi mundo, donde solo yo era capaz de herirme. Suspiré suavemente mientras mis ojos se posaban en la ventanilla y los árboles pasaban por los lados del auto, a una velocidad medianamente normal. Odiaba compartir los viajes con el chico a mi lado, era muy difícil, después de todo, la incomodidad muchas veces se transformaba en una tensión capaz de cortarse con tijeras.

—¿Él... te besó, Elena? —me giré en su dirección, frunciendo el ceño.

Negué con la cabeza, al entender a qué se refería. Relamí mis labios y apoyé mi mirada en el contrario.

—No —mentí, de forma seca, con el auto estacionado en la puerta, de todas formas, no había sentido nada especial.

Me bajé de este, cuando la imagen de esos dos besándose volvió a mi cabeza. Debía tomar una aspirina si quería ser capaz de sobrevivir a la noche sin volver a vomitar. Entré en el lugar, mi madre evidentemente no había llegado aún, así que tendría la casa para mi sola con Alex, sea lo que fuere que aquello significara. Lo primero que hice, fue tomar la bendita pastilla, para, acto seguido, cepillar mis dientes con rapidez.

Alex había entrado detrás de mí, se había encargado de cerrar todas las puertas. Salí del baño y lo miré, alzando una ceja, acomodando mis cabellos en una coleta. El muchacho se sentó en el sofá, yo me puse frente a él, cruzándome de brazos.

Ladeé la cabeza, mientras mis ojos sostenían nuestra mirada. Una sonrisa pícara se apareció en sus labios, y mordió estos. Yo no tenía idea de qué estaba a punto de suceder, pero parecía un león previo a atacar a su presa.

—¿Por qué me miras así? —pregunté, y su sonrisa se intensificó. Palmeó su regazo mientras alzaba una ceja—. Oh no, no pienses que es tan sencillo —él solo rió y sus manos tomaron las mías, tirando de mí hacia él.

Mis piernas se apoyaron sobre la suavidad del almohadón del sofá. Sus manos se entrelazaron detrás de mi cintura y me miró a los ojos.

—Es muy sencillo, princesa —sonrió, al ver mi mueca de molesta. Sus manos empezaron a marcar pequeños recorridos en mi espalda—. ¿Crees que tu madre podría llegar dentro de poco?— negué con la cabeza, siempre que llegaba tarde, lo hacía de forma mucho superior a la hora, por lo tanto, estaba segura de que llegaría a horas muy pasadas.

Asintió, como si eso fuera todo lo que necesitara. Relamí mis labios, mientras pensaba en que otra vez me sentía bien sobre sus brazos, con sus dedos recorriendo mi suave piel.

En menos de unos segundos, sus labios se posaron en mi cuello, y cada parte de mi se intensificó, todas las sensaciones se me pusieron a flor de piel. Empezó con besos suaves, pero éstos no tardaron en ponerse más fuertes, inclusive sentí ese chupete que logró al succionar mi piel de forma más fuerte. Tiré la cabeza hacia atrás, esto le permitió besar mi clavícula. Sentía su respiración acelerada, nuestros cuerpos acoplándose uno al otro.

Mis cabellos caían a través de mi pecho, y yo quería más, quería ser completamente suya, aunque él jamás llegaría a ser totalmente mío. Era como ser La Cenicienta, la plebeya que se enamoraba completamente de ese príncipe que era demasiado para ella. Algo irreal era que acabaran juntos, después de todo, solo era un cuento de hadas. Mi cabeza no podía dejar de pensar en él, en lo que solo él podría hacerme sentir, y me pregunté cómo viviría sin él el resto de mi vida. Lo necesitaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Eres... eres mía, Elena —murmuró él, sobre mis labios. Juré haber oído mal, y cerré mis ojos—. Dilo. Di que eres mía... —su respiración sonaba casi tan agitada como la mía. Su mano dejó de tocarme y abrí los ojos, quejosa, para ver que sucedía. En cambio, me encontré esta mano sobre mi cuello. Ya de por sí me costaba respirar, era peor aun tener su mano, su pulgar ubicado en la vena yugular— Eres mía. Dilo ahora.

Elena's FacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora