22: Adios Señora Gorda

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—Aquí tienen —dijo Ron—

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—Aquí tienen —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.
Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry y en el mío un montón de dulces, verdes y amarillos sobre todo sabiendo que eran mis colores favoritos, además de rosados, azules y naranjas. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida.
—Gracias —dijo Harry, tomando un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade?
—¿A donde fueron?—pregunté atragantándome con un pastelito.
A juzgar por las apariencias, a todos los sitios. A Dervish y Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos sitios...
—¡La oficina de correos! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!
Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienen un poco.
—Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente...
—Ojalá hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta.
—¿Y ustedes que han hecho? —le preguntó Hermione—. ¿Se aburrieron mucho?
—Si—dijimos rápidamente a la vez—. Claro, por-por supuesto...si...obvio...
— Lupin nos invitó a un té en su despacho. Y entró Snape...
Les contó lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.
—¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?
—Mi tío es muy amable, creo que no puede creer que Snape sea un completo desgraciado.
Hermione miró la hora.
—Será mejor que vayamos bajando El banquete empezará dentro de cinco minutos.
Pasamos por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.
—Pero si él..., ya sabén... —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Laila ni de Harry.
—Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegábamos al vestíbulo y lo cruzamos para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.
La comida fue deliciosa. Devore todo, excepto la carne y todo lo que contenía, Había despertado a mi escarbato para la cena por lo que disimuladamente me metía pequeños pedazos de comida al bolsillo, incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron, yo había perdido la cuenta, aunque mi hambre no se saciaba tampoco mi preocupación por mi padrino; me di la vuelta para mirar a la mesa de los profesores. Mi tío Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos. Al ver a Snape no tenía que ver en su mente para saber que parecía tener un odio incontrolable hacia él.
El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.
Los cuatro seguimos al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegamos al corredor al final del cual estaba el retrato de la señora gorda, lo encontramos atestado de alumnos.
—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.
Trate de mirar un poco sobre las cabezas pero solo pude ver que el retrato estaba cerrado.
—Dejadme pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy el Premio Anual.
La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oí que Percy decía con una voz repentinamente aguda:
—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.
Me puse de puntillas para tratar de ver, incluso me apoye en Ron pero nada
—¿Qué sucede? —preguntó Fay, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y esa fue nuestra oportunidad para acercarnos un poco para ver qué sucedía.
—¡Anda, mi madr...! —exclamó Hermione, tomandole brazo de Harry.
Abrí la boca y casi di un grito ahogado, agarrando a Ron por el hombro.
La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.
Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.
—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.
—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.
Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema. Típico.
—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore, nadie se atrevería de todas formas . Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.
—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor; esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.
—Por lo menos está bien—murmuré—. Aunque ojalá le haya pasado algo desafortunado a su voz.
—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? — Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas, haciendo que me diera más suspenso—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.

Laila Scamander y El Prisionero De AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora