45:Llew, Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta

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—En aquella época mis transformaciones eran... eran terribles. Es muy doloroso convertirse en licántropo. Se me aislaba de los humanos para que no los mordiera, de forma que me arañaba y mordía a mí mismo. En el pueblo oían los ruidos y los gritos, y creían que se trataba de espíritus especialmente violentos. Dumbledore alentó los rumores... Ni siquiera ahora que la casa lleva años en silencio se atreven los del pueblo a acercarse. Pero aparte de eso, yo era más feliz que nunca. Por primera vez tenía amigos, tres estupendos amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James Potter, junto con nuestra amiga; Lizzy Scamander.
—Me dijiste que mamá sabía de tu Licantropía—dije con la voz temblando.
Él asintió.
—Mis cuatro amigos no podían dejar de darse cuenta de mis desapariciones mensuales. Yo inventaba historias de todo tipo. Les dije que mi madre estaba enferma y que tenía que ir a casa a verla, Elizabeth siempre se ofrecía a acompañarme pero yo me negaba... Me aterrorizaba que pudieran abandonarme cuando descubrieran lo que yo era. Pero al igual que tú, Hermione, averiguaron la verdad. Y no me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis metamorfosis no sólo en soportables, sino en los mejores momentos de mi vida. Se hicieron animagos.
—¿Mi padre también? —preguntó Harry atónito, mi tío Remus asintió,
—¿Y mi madre? Todos me decían que era esta niña buena...
Black dio una especie de risa al oír eso.
—Sí, claro —respondió mi tío—. Les costó tres años averiguar cómo hacerlo. Tu padre y Sirius eran los alumnos más inteligentes del colegio y tuvieron suerte porque la transformación en animago puede salir fatal, Elizabeth no durmió en días tratando de seguirles el ritmo, y lo consiguió. Es la razón por la que el Ministerio vigila estrechamente a los que lo intentan. Peter necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener de James y Sirius. Finalmente, en quinto, lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de convertirse a voluntad en un animal diferente.
—Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —preguntó Hermione con perplejidad.
—No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la hacían como animales —explicó Lupin—. Un licántropo sólo es peligroso para las personas. Cada mes abandonaban a hurtadillas el castillo, bajo la capa invisible de James. Peter, como era el más pequeño, podía deslizarse bajo las ramas del sauce y tocar el nudo que las deja inmóviles. Entonces pasaban por el túnel y se reunían conmigo. Bajo su influencia yo me volvía menos peligroso. Mi cuerpo seguía siendo de lobo, pero mi mente parecía más humana mientras estaba con ellos.
—Date prisa, Remus —gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con una horrible expresión de avidez.
—Ya llego, Sirius, ya llego... Al transformarnos se nos abrían posibilidades emocionantes. Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche por los terrenos del colegio y por el pueblo. Sirius, James y Lizzy se transformaban en animales tan grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo. Dudo que ningún alumno de Hogwarts haya descubierto nunca tantas cosas sobre el colegio como nosotros. Y de esa manera llegamos a trazar el mapa del merodeador y lo firmamos con nuestros apodos: Sirius era Canuto, Peter Colagusano, Elizabeth Llew, y James Cornamenta.
—¿Qué animal...? —comenzó Harry, pero Hermione lo interrumpió:
—¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un licántropo! ¿Qué habría ocurrido si les hubiera dado esquinazo a los otros y mordido a alguien?
Había olvidado cómo Hermione hablaba como mi abuela Tina.
—Ése es un pensamiento que aún me carcome —respondió mi tío en tono de lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos reíamos. Éramos jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras ocurrencias. A menudo me sentía culpable por haber traicionado la confianza de Dumbledore. Me había admitido en Hogwarts cuando ningún otro director lo habría hecho, y no se imaginaba que yo estuviera rompiendo las normas que había establecido para mi propia seguridad y la de otros. Nunca supo que por mi culpa cuatro de mis compañeros se convirtieron ilegalmente en animagos. Pero olvidaba mis remordimientos cada vez que nos sentábamos a planear la aventura del mes siguiente. Y no he cambiado... —Las facciones de Lupin se habían tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo mismo.
—¿Y cuando hay un asesino suelto que es CONVENIENTEMENTE EL PADRE DE TU AHIJADA NO PIENSAS DECIR ESA INFORMACIÓN?!—grite frustrada.
—Debes saber que jamás he dejado de vigilarte. Laila. Sabes qué eres lo más cercano a una hija que tengo, jamás dejaría que algo te pasara...
—No has respondido la pregunta.
—Todo este curso he estado pensando si debería decirle a Dumbledore que Sirius es un animago. Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque soy demasiado cobarde. Decírselo habría supuesto confesar que yo traicionaba su confianza mientras estaba en el colegio, habría supuesto admitir que arrastraba a otros conmigo... y la confianza de Dumbledore ha sido muy importante para mí. Me dejó entrar en Hogwarts de niño y me ha dado un trabajo cuando durante toda mi vida adulta me han rehuido y he sido incapaz de encontrar un empleo remunerado debido a mi condición. Y por eso supe que Sirius entraba en el colegio utilizando artes oscuras aprendidas de Voldemort y de que su condición de animago no tenía nada que ver... Así que, de alguna manera, Snape tenía razón en lo que decía de mí.
—¿Snape? —dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por primera vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta Snape?
—Está aquí, Sirius —dijo Lupin con disgusto—. También da clases en Hogwarts. —Nos miró a nosotros—. El profesor Snape era compañero nuestro. —Se volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos los medios impedir que me dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Le ha estado diciendo a Dumbledore durante todo el curso que no soy de fiar. Tiene motivos... Sirius le gastó una broma que casi lo mató, una broma en la que me vi envuelto.
—Le estuvo bien empleado. —Black se rió con una mueca—. Siempre husmeando, siempre queriendo saber lo que tramábamos... para ver si nos expulsaban.
—Severus estaba muy interesado por averiguar adónde iba yo cada mes —explicó Lupin—. Estábamos en el mismo curso, ¿saben? Y no nos caíamos bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era envidia por lo bien que se le daba el quidditch, aunque Elizabeth siempre fue su amiga, era amable con todos, incluyendo con Snape y él también lo era con ella hasta que...De todas formas, Snape me había visto atravesar los terrenos del colegio con la señora Pomfrey cierta tarde que me llevaba hacia el sauce boxeador para mi transformación. Sirius pensó que sería divertido contarle a Snape que para entrar detrás de mí bastaba con apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape, como es lógico, lo
hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un licántropo completamente transformado. Pero James, que había oído a Sirius, fue tras Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me entrevió al final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero desde aquel momento supo lo que yo era...
—Entonces, por eso lo odia Snape.
—Por eso nos odia a los dos—dije viendo a mi mejor amigo—. La hija de Black y el hijo de Potter.
Harry vio a mi tío;
—¿Pensó que estaba usted metido en la broma?
—Exactamente —admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared, a espaldas de Lupin.
Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la varita.
Grite una palabra que si mi abuela la escuchara me agarraría de una oreja. Black se puso en pie de un salto.
—He encontrado esto al pie del sauce boxeador —dijo Snape, arrojando la capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita, vi a Harry con una ceja alzada—. Muchas gracias, Potter, me ha sido muy útil.
Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo.
—Tal vez se pregunten  cómo he sabido que estaban aquí —dijo con los ojos relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En tu mesa había cierto mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que necesitaba. Te vi correr por el pasadizo.
—Severus... —comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó.
—Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me ocurrió que tuvierais el valor de utilizar este lugar como escondrijo.
—Te equivocas, Severus —dijo Lupin, hablando aprisa—. No lo has oído todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry, ni mucho menos herir a Laila.
—Dos más para Azkaban esta noche —dijo Snape, con los ojos llenos de odio—. Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras inofensivo, ¿sabes, Lupin? Un licántropo domesticado...
—Idiota —dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales?
¡PUM!
Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas, semejantes a serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de mi tío . Este perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse. Di un paso hacia adelante pero Harry me tomó de la mano para evitar que me entrometiera. Con un rugido de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape apuntó directamente a sus ojos con la varita.
—Dame un motivo —susurró—. Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo haré.
Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento:
—Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir; ¿no cree?
—Señorita Granger; me temo que vas a ser expulsada del colegio —dijo Snape—. Tú, Potter, Weasley y Scamander...en realidad Black—apreté los dientes al oír su tono—. Se encuentran en un lugar prohibido, en compañía de un asesino escapado y de un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca.
—Pero si... si fuera todo una confusión...
—¡CALLATE, IMBÉCIL! —gritó de repente Snape, descompuesto—. ¡NO HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES! —Del final de su varita, que seguía apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó silencio, mientras Snape proseguía—. La venganza es muy dulce —le dijo a Black en voz baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara!
—Eres tú quien no comprende, Severus —gruñó Black—. Mientras este muchacho meta su rata en el castillo —señaló a Ron con la cabeza—, entraré en él sigilosamente.
—¿En el castillo? —preguntó Snape con voz melosa—. No creo que tengamos que ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores en cuanto salgamos del sauce. Estarán encantados de verte, Black... Tanto que te darán un besito, me atrevería a decir...
El rostro de Black perdió el escaso color que tenía.
—Tienes que escucharme —volvió a decir—. La rata, mira la rata...
Pero había un destello de locura en la expresión de Snape. Parecía fuera de sí.
—Vamos todos —ordenó. Chascó los dedos y las puntas de las cuerdas con que había atado a Lupin volvieron a sus manos—. Arrastraré al licántropo. Puede que los dementores lo besen también a él.
Sin saber lo que hacía, Harry cruzó la habitación con tres zancadas y bloqueó la puerta.
—Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas — gruñó Snape—. Si no hubiera venido para salvarte...
—El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme este curso —explicó Harry—. He estado solo con él un montón de veces, recibiendo clases de defensa contra los dementores, y ha tenido 13 años de oportunidades al lado de Laila: Si es un compinche de Black, ¿por qué no acabó conmigo o se llevó a Laila antes?
—No me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —susurró Snape—. Quítate de en medio, Potter.
—¡DA USTED PENA! —gritó Harry—. ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL CO LEGIO!
—¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! —chilló Snape, más furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te hubiera matado! Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para desconfiar de Black. Ahora quítate de en medio o te quitaré yo. ¡APARTATE, POTTER!
Snape avanzó hacia Harry con su varita en alto y mi instinto protector salió, saqué mi varita rápidamente
—¡Expeliarmus! —grite.
Pero no sólo había sido yo quien había gritado el hechizo. Una ráfaga de aire movió la puerta sobre los goznes. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared. Luego resbaló hasta el suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento.
Vi a mi alrededor; Ron y Hermione habían intentado desarmar a Snape en el mismo momento que yo. La varita de Snape planeó trazando un arco y aterrizó sobre la cama, al lado de Presidente Besos quien le gruñó.
—No deberías haberlo hecho —me dijo Black, viéndome a mi, solo a mi—. Tendrías que habérmelo dejado a mí...
Baje la mirada, sin ser capaz de mirarlo a los ojos, no había pensado racionalmente, pero no pude hacerlo con Snape apuntándole a Harry.
—¡Hemos agredido a un profesor...! ¡Hemos agredido a un profesor...! —gimoteaba Hermione, mirando asustada a Snape, que parecía muerto—. ¡Vamos a tener muchos problemas!
—Ahora mismo él es el menor de nuestros problemas—le dije.

Laila Scamander y El Prisionero De AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora