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Capitulo veinticuatro

¿Realmente estará bien dejarlo ir?

Amir se debate detrás de la puerta que tengo pegada al oído. Desde hace cinco horas está metido allí con su beta, su mano derecha; un gamma y un delta, los mejores del campo. Suspiro resignada, él debe hacer lo que tiene que hacer, sin embargo ese miedo de perderlo no me deja hacer nada tranquila.

Es eso o es que soy una torpe por naturaleza.

Camino hacia el ascensor donde me encuentro a la señora Sara con unas ojeras tremendas y su cabello todo alborotado, una chica rubia la sostiene de la cintura y en el momento en que me ven no dejan de mirar mi enorme barriga, me detengo y junto mis cejas.

¿Estará bien bajar con ellas?

De todas formas yo no les he hecho nada, pero siento la necesidad darles privacidad. Abro y cierro la boca sin nada que decir y señalo las escaleras, me giro y en el momento de bajar veo su mano tocar mi hombro—No tienes por qué ir por ahí, lo menos que soportaría es que mi nieto también se fueran por la borda—volteo y tiende su mano — vamos a usar más el ascensor tu y yo—me sonríe. Sus ojos reflejan tristeza y su sonrisa desvanece poco a poco, me jala hacia ella y me presiona fuerte—Ya no puedo más, sé que ella se ha ido, pero no quiero que él vaya a una misión suicida —se separa un poco de mí —Irina, tú eres la única que puede detenerlo. Hazlo por mí, por favor—su boca comienza a temblar y lágrimas parten por su rostro.

—Créame que yo tampoco quiero que vaya, pero él continúa con su desición y siendo yo su mate no puedo cambiar eso—la agarro de las manos—tiene que confiar más en ojos azules—sonrío sarcástica en mi mente.

No puedo creer que este aquí dando palabras de aliento y yo este igual o peor asustada que ella.

Llegamos al ascensor donde la rubia nos recibe con una sonrisa—Pensé que nunca vendrían, suban—entramos y el elevador se cierra llevándonos a la primera planta. Me agarro de la baranda metálica y siento como todo mi mundo da vueltas.

Oh no.

Estoy mareada y quiero vomitar.

La mamá de Amir me tapa la boca y corre conmigo hasta la cocina, huelo el tocino en el aire y antes de llegar al fregadero expulso fuera toda mi cena, un terrible sabor queda en mi boca mientras observo el terrible reguero que he hecho en la cocina.

—Guácala—la rubia aparece a nuestro lado y yo limpio la comisura de mis labios con el dorso de mi mano, camino con cautela hasta el fregadero bajo la supervisión de mi suegra.

Mi suegra.

Sonrío de solo pensar que es verdad, lavo mi boca y mis manos, escucho a la señora Sara llamar a las chicas encargadas de la casa y giro hacia ella—Perdóneme, supongo que ya empezarán los vómitos, mareos y demás —rasco mi cabeza.

—No te preocupes, es normal.

—¿Es normal que bote un kilo de vómito? Que yo recuerde cuando tú estabas con Wade se la pasaban teniendo sexo—no abro ni cierro mi boca.

Estoy en medio de confesiones.

—Madre, deja de estar diciendo estupideces.

Junto mis cejas—¿Madre?

La chica llega hasta mí y pasa un brazo por encima de mis hombros—Aunque no lo creas, soy la mamá de esta desgreñada.

—Pero, pero... ¿Cómo es qué? ...—cierra mi boca.

—Supongamos que a mi me marcaron antes que a ella—se encoge de hombros y trona sus dedos.

—Elizabeth, compórtate. La mayoría de veces siempre me dejas en ridículo frente a todo el mundo—la madre de ojos azules me jala del brazo y me asienta en el comedor—Irina, dime ¿Qué te gustaría comer? —a mi mente viene el tocino y hago una mueca de asco, rápidamente lo descarto y pienso más en una ensalada mixta y papas al horno con un ligero toque de cilantro—¿Y bien?

El Hijo Del Millonario ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora