Epílogo

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Agua.

Sólo agua.

Mirar al horizonte mientras el ruido de las olas rompiendo en la orilla y el de las gaviotas que me rodeaban me hacían sentir libre. En paz. En casa. Como pocas veces me sentía dentro de mi vida. Y sólo así ella aparecía.

—Entonces, ¿te vas a casar?

Giré mi cabeza para mirarle. Estaba preciosa, como siempre. Llevaba el pelo suelto con sus perfectos rizos cayéndole en cascada por los hombros, llevaba puesta solo una camiseta ancha de manga corta y de color blanco que caía por sus hombros a causa de la enorme talla. Estaba sentada a mi lado en la roca, a mi derecha, con su pierna izquierda doblada y caída hacia mi lado y abrazando su rodilla derecha mientras jugaba con sus dedos de los pies. Estaba igual de morena que el verano que nos conocimos. Siempre había sido una adicta al sol, como yo. La diferencia era que mientras yo me quemaba, ella conseguía un dorado perfecto en su piel, haciéndole todavía más atractiva si podía. Aún teniendo el sol a su espalda, podía distinguir el color rosado de sus labios, los cuales apretaba como si fuera una niña pequeña cada vez que temía mi respuesta a la pregunta que me hubiera hecho antes.
Sonreí y le cogí la mano obligándole a mirarme mientras bebía un trago de la lata de cerveza que tenía en la otra mano. Cuando tragué, volví a mirarle.

—Si no quieres, no. Solo tienes que decirme que te molesta para que no lo haga -le solté la mano para colocarle un mechón de pelo por detrás de la oreja mientras agachaba la mirada- y lo sabes.

Respiró hondo y, tras suspirar, me volvió a mirar.

—No, yo solo quiero que te haga la persona más feliz del mundo, cosa que te mereces y que yo nunca pude hacer.

Sonreímos con tristeza y agachamos la cabeza mirando nuestras manos entrelazadas sobre la roca y nuestras piernas, esta vez ambas colgando, con nuestros pies rozando cuando los balanceábamos.

—¿Te irás? -pregunté bajito.

—Nunca.

—¿No me dejarás sola esta vez?

—Ni esta ni ninguna otra.

—¿Lo prometes? -levanté mi cabeza y le miré a los ojos.

—Lo prometo. Pero no como te prometí que te iba a cuidar y no lo hice, ni cuando te prometí que íbamos a salir de ese zulo y no lo hicimos.

Nos quedamos perdidas en la mirada de la otra como nos pasaba siempre, éramos como un imán para nuestros ojos, hasta que una voz nos sacó de nuestros pensamientos.

—¡Mami! ¡Mami!

Se levantó de golpe y saltó a la roca de delante dispuesta a saltar. Me levanté corriendo y le llamé.

—¡Miri! -se giró para mirarme y fue cuando realmente me di cuenta de que tenía razón. Nos habíamos fallado mil veces, nos habíamos perdido, pero siempre éramos nosotras. Siempre éramos ese lugar al que volver. Esa cruz en el mapa.- ¿Volverás?

Miró a una personita rubia que corría por la orilla en dirección a la roca en la que me encontraba con lo que parecía ser un avión de juguete y luego volvió a mirarme.

—Creo que él te necesita más que yo. Al final, yo ya tuve mi momento y lo desperdicié

Thiago llegó y se me lanzó literalmente encima mientras yo le ponía una mano en la cabeza sin dejar de mirarla.

—y no creo que él lo haga. -sonrió y miró al niño -Qué buenos genes tienes, War. Ahora me arrepiento de muchas cosas.

Se rió y, a día de hoy, treinta años después, es el recuerdo que más fresco mantengo de toda mi vida.

—Cuídate, Ana. Recuerda, nos debemos la vida. -me guiñó un ojo mirándome de esa forma en que solo ella era capaz, y despareció.

Me quedé un rato mirando hacia donde estaba ella. Iba a echarle tanto de menos...

—¡Mami! ¿Con quién hablabas? -me preguntó mientras ponía el avión rojo de juguete delante de mi cara para que le hiciera caso. Bajé mi cara y acaricié la cabeza de mi hijo. No podía evitar que me recordara a ella. Los ojos color miel, el pelo rizado y dorado, la sonrisa imborrable...

—Con nadie, cariño. Oye ¿qué te parece si nos vamos a cenar a algún sitio chulo para celebrar que hoy cumples ocho años?

—Vaya, yo ya había hecho la cena.

Detrás de él apareció el que en poco tiempo iba a ser mi marido con un trapo al hombro y manchado de harina por todos lados.

—¡Papá, eres un desastre! -rió el niño escandalosamente.

—Anda, ve a lavarte las manos y cenamos. -le dio una palmada en el trasero y fue corriendo. Después me miró como hacía siempre: sin saber cómo interactuar- tú... ¿vienes?

Asentí y me tendió una mano.
Miré su mano y miré por última vez al sitio donde ella había estado. Le di la mano y empezamos a caminar sobre la arena de camino a mi nueva casa con mi familia y mi vida rehecha.

Ese fue el último día que le vi. Han pasado ya treinta años, pero su perfume sigue en mí, y su risa sigue inundando mis oídos cada vez que la recuerdo.

Supongo que en ese momento no me quise dar cuenta, pero se había despedido.

Y, esta despedida, sí que era eterna.





Para empezar, diré que es el final.

Bueno, lo primero de todo quería daros las gracias a todos los que leáis esto por vuestra paciencia y por haber sabido esperar.

Lo segundo, pediros disculpas por eso mismo.

Lo tercero es que me ENCANTARÍA que comentarais qué os ha parecido, sugerencias, alguna idea que tengáis y queráis un fic sobre ello, que yo me atrevo, o cualquier cosa.

Y lo cuarto, es que he empezado un nuevo fic que se llama "Chica mala" y es de las Miriams, lo tenéis en mi perfil.

Lo dicho, gracias por llegar hasta el final, tanto a los nuevos como a los que están desde el principio.

Nos leemos💜

Una Eterna Despedida ||•Wariam•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora