Me encuentro desayunando en la mesa del comedor de mi casa con Pablo al lado viendo la tele como si nada. Ese sueño en el que me libraba de él y Ana estaba interesada en mí era demasiado bonito para ser real...
Por muy infierno que sea la que todavía era mi vida, me quedaba el consuelo de pensar que al día siguiente viajaría a Barcelona para el concierto de los 16... Por fin.
Terminé el desayuno y mientras Pablo me contaba algo a lo que no estaba prestando atención, me puse con la guitarra. Empecé a tocar los primeros acordes que se me vinieron a la cabeza, y cuando me di cuenta tenía media libreta llena de letras para cantar.—¿Me tocas algo?- estaba apoyado en el marco de la puerta de brazos cruzados y con una sonrisa de medio lado. Cuando estaba así me daba miedo, porque sabía lo que venía poco después. Le miré de reojo y negué.
—No, ya he terminado.- guardé la guitarra y me levanté.
La dejé en su sitio y me dirigí hacia donde estaba él para pasar a la cocina, pero antes de poder hacerlo me agarró fuerte de la muñeca.
—¿Se puede saber qué te pasa últimamente?
Si supiera que me siento como si hiciera meses que no nos vemos, y en realidad solo ha sido una noche mientras tenía un sueño...
—Nada Pablo, simplemente estoy cansada.- me solté pero volvió a agarrarme.
—Pues tócame algo, ya.-esto lo susurró en tono amenazador contra mi oído.
Me di la vuelta, tragué saliva y me encerré corriendo en el baño. Vino detrás de mí y empezó a aporrear la puerta y llamarme de todo mientras yo lloraba sentada en el suelo con mi cabeza entre mis piernas. Ojalá ese sueño hubiera sido real, al menos la parte en la que esto se acaba y deja de hacerme lo que me lleva haciendo 7 años.
A los 10 minutos los golpes cesan y escucho el portazo que indica que se ha ido. Abro con miedo, pero no está. Ni él, ni su mochila. ¿Enserio cree que cuando vuelva de la universidad voy a seguir aquí?
Subo a nuestra habitación, saco la maleta de debajo de la cama y empiezo a meter lo indispensable. No sé dónde iré, pero lejos de él.
Acabo de meter todo lo estrictamente necesario y salgo de casa. Me monto en el coche y pongo rumbo a ninguna parte. Quizás un hostal, o una pensión... Para unas noches no estarían mal. Pongo la radio y suena una canción que me resulta muy familiar. Ya sé dónde puedo ir...
(...)
Llamo al timbre repetidas veces ya que no abre. ¿Seguirá durmiendo? Son casi las 11... No creo.
Al quinto intento, decido darme por vencida e irme, pero entonces escucho la puerta abrirse a mi espalda.
Me giro y le veo con los ojos entreabiertos por la luz, sin peinar, ni vestir. Efectivamente, estaba sobando.—¿Miriam? -preguntó preocupado rascándose la nuca. Tenía los ojos hinchados de llorar durante toda la mañana, y en cuanto lo notó abrió los ojos como platos y empezó a entender el porqué de mi visita.
—¿Puedo quedarme aquí?