IV. Despedida

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Renee Belrie
Colonia 27


Renee no pensó muy bien la despedida o la explicación que le daría a su madre. Ella ya tenía suficiente con un hijo enfermo, probablemente no soportaría que su hija se fuera de ahí. Sin embargo, tampoco quería irse sin una despedida, la propia Renee quedaría destruida.

Su familia era todo lo que había conocido. Por primera vez en su vida estaría sin ellos por un desconocido periodo de tiempo. ¿Qué iba a ser de ella? Su hermano estaba enfermo y su madre ya no era la mujer alegre que ella recordaba, pero seguían siendo su familia. Lo único que tenía. Y Renee era lo único que ellos tenían, su única esperanza.

Estaba pensando dos veces la decisión que había tomado. ¿Y si no hallaban la cura? ¿Y si Mett moría mientras ella no estaba? Tendría que meditar bien sus palabras de despedida, ya que podrían ser las últimas. Unirse a aquel pequeño equipo para encontrar la cura podía hacer que le ocurrieran cosas muy malas. Y no solamente a ella, también a su familia. ¿En qué estaba pensando cuando dijo que sí?

Esas y más preguntas estuvieron rondando por su cabeza mientras iba al Punto de Revisión por calmantes para su hermanito, la razón principal por la que había salido de su hogar. Él era la razón de todo para Renee.

A pesar de tener tantas dudas acerca del nuevo giro que dio su vida en menos de un día, Renee se sentía viva de nuevo, con energía. No era que su hermano le fuese insuficiente, era que en realidad no veía mucho propósito a su vida antes de ese día. Al parecer su curiosidad y capacidad de memorizar libros le dio una oportunidad de ser alguien para el mundo.

Muy en el fondo, ella ambicionaba poder lograr algo para los demás, le bastaba y sobraba con lograr algo por su hermano. Por eso quiso unirse a La Aurora meses atrás. No le fue fácil encontrarlos, estuvo semanas buscando pistas y preguntando por nombres hasta que al fin dio con un miembro de la tan conocida Aurora. Él fue muy amable con Renee, le explicó el funcionamiento de La Aurora con una paciencia infinita y resolvió sus dudas. Estuvo a una palabra de aceptar, hasta que el hombre le mencionó lo de los viajes.

En aquel entonces no estaba dispuesta a dejar a su familia por una posibilidad. Esperaba que eso hubiese cambiado de tal manera que pudiera decirle a su madre que iba a partir en busca de una cura que quizás podría salvar a Mett. Quizá podrían encontrarla. Quizá podría existir. Quizá.

Nuevamente, llegó a una pregunta clara que no dejaba de molestar en su mente: ¿por qué aceptó formar parte de esa hazaña si había tantos quizá? No conocía la respuesta, solamente sabía que, mientras más lo pensaba, más sentía que hacía lo correcto, pero a la vez sentía que todo saldría mal desde el momento en que le diera su última mirada a Mett.

Por fin llegó nuevamente al umbral de la entrada de su diminuto hogar. La situación no había cambiado mucho a como estaba horas atrás. Nada en absoluto. Su hermano seguía dormido en el piso con dos delgadas almohadas debajo de su cabeza y varias mantas encima de su pequeño cuerpo, para mantener el poco calor que generaba. La colonia no tenía el mejor clima en finales de noviembre. El frío y el viento fuerte amargaban aún más la situación en la Colonia Veintisiete.

Su madre había caído dormida a su lado, seguramente estaba agotada. Su madre, Yuscca Belrie.

Renee recordó aquella vez que le preguntó a su madre el significado de sus nombres. Dijo que el de Yuscca era de una cultura tan antigua que ni siquiera era recordada; significaba "la que cuidaba del necesitado". Vaya que le quedaba bien aquel nombre. Cuidó mejor que nadie a su esposo y estaba cuidando con todas sus fuerzas restantes a su hijo. Era una mujer tan noble que, incluso antes de saber que era inmune a la Zeta, se ofrecía a cuidar de algunos vecinos que la padecían.

Expediente 512 (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora