XXII. Acuerdo

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Kybett Rweest
Sede de la Aurora


Al quinto día en esa isla, Kybett ya estaba cansada de que sus tres comidas diarias se basaran en mariscos. Ella estaba acostumbrada a recibir diferentes platillos mañana, tarde y noche. A veces, por momentos, se arrepentía de haber aceptado la propuesta de Hazz tan solo por seguir a Eliott. Dejó mucho en la Colonia Diez por algo que no había valido la pena.

Eliott y ella habían sido amigos desde que iban en el jardín de niños. Al principio se odiaban. Para Kybett, Eliott era un niño muy amargado. Y para Eliott, Kybett era una niña muy ruidosa. Contrastaban demasiado para ser amigos. Su amistad nació por lo constante que solían verse gracias a sus padres. Aprendieron a aprovechar las diferencias que los marcaban y a unirse por lo que tenían en común. Fue tan difícil forjar esa amistad que nada podía romperla. Ni siquiera un acuerdo. Solo estaban pasando por un rato difícil en aquel momento. Pero Kybett sabía que, en caso de necesitar a Eliott, él estaría para ella. Eliott no era tan indiferente como parecía. Ella era de las únicas personas en saberlo.

Al contrario de lo que les hacía creer a los demás, ella no estaba enamorada de Eliott. Debía fingirlo por aquel estúpido acuerdo que habían hecho con anterioridad. Todos sus "ataques de celos" eran solamente ataques de frustración por su situación. Eliott no estaba cumpliendo con lo que había prometido, pero Kybett tenía que cumplirlo quisiera o no, o al menos con una parte, ya que la otra no podía hacerla sin Eliott.

La isla donde se encontraban no era el mejor lugar para tratar con tecnología. Tenían un sistema antiguo, parecido al del siglo XXI. Kybett no servía de mucho sin su amada tecnología a la mano, así que pasaba la mayor parte del tiempo con aquellos integrantes del equipo que tampoco podían ayudar de mucho, los cuales se resumían a la mayor parte de sus conocidos.

—¡Oh, ya entendí! Si escribo esta letra igual, solo que con un puntito arriba, entonces suena como zeta en vez de erre, ¿no? —habló un emocionado Wivenn.

No había mucho por hacer para él tampoco. En la isla tenían sus propios médicos, por lo que Kybett y Wivenn pasaban el día juntos. Ambos decidieron hacer algo productivo aquella mañana, así que Kybett le estaba enseñando un poco de árabe a Wivenn bajo la promesa de que por la noche él le enseñaría algo de alemán. A Kybett le sorprendió que alguien aún conociera ese idioma. Aunque Wivenn fuera de la Colonia Dieciséis, muy pocas personas recordaban cómo hablar alemán a pesar de haber sido su idioma oficial hasta antes de la Tercera Guerra Mundial.

—Exacto —dijo Kybett en medio de una sonrisa—. Ahora solo falta que te aprendas otras veintiséis letras para terminar con el alfabeto árabe.

Wivenn rio y dejó sobre la mesa el dispositivo con el que estaba escribiendo.

—En realidad no se me dan los idiomas. —Suspiró, recargando su mejilla en la palma de su mano y ladeando la cabeza para tener mejor ángulo hacia Kybett. —Solo quería pasar más tiempo contigo. Ya sabes, intentar aprender algo sobre ti además de los datos generales que cualquiera sabe. Tú sabes casi todo de mí, pero yo no sé casi nada de ti, Ky.

Kybett hundió sus cejas ante la confusión. Wivenn y ella ya estaban pasando demasiado tiempo juntos, ¿y él aún así quería más?

—Me gusta escucharte hablar. —Kybett borró su gesto y lo reemplazó por una sonrisa. —Mejora mi inglés.

Wivenn soltó una carcajada.

—¿En serio? ¿Solo por eso te gusta hablar conmigo? —Wivenn alzó una ceja.

Expediente 512 (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora