Capítulo cuatro

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- ¿Destinadas?

- Bueno, no literalmente, es más una expresión. – responde sin dejar de sonreír.

- Si, entiendo. Oye, ¿cómo es Grecia?

- Oh, es un lugar precioso. Nada lo supera y...

Cuando el día por fin termina tomo el mismo camino de la mañana para volver a casa. Unos minutos después de haber iniciado la caminata siento a alguien corriendo hacia mí. Me sorprendo al ver a Clío bastante lejos, y juraría que la había sentido más cerca. Se detiene junto a mí un poco agitada.

- ¿Por qué corriste hasta aquí? – le pregunto sorprendida.

- Bueno... no me diste tu número, ni Facebook, ni nada. ¿Crees qué aguantaría hasta mañana para preguntártelos? – nos unimos en una potente carcajada.

- Creo que no. Dame tu teléfono, me agendaré. – me pasa el aparato y escribo rápido mi número – Ahí tienes. ¿Has recuperado tu aliento?

- Si... algo. Jamás he sido buena corriendo. Con suerte no me desmayo. – sonríe - ¿Este es el camino que tomas para ir a casa?

- Si, me toma solo quince minutos llegar.

- Entonces te acompaño, yo vivo a veinte minutos y es horrendo ir con los audífonos puestos creyendo que mi vida es un vídeo musical y después bajarme de la nube.

- ¿Jamás te pones a escuchar a las aves? Son mucho mejores que la música... bueno, eso creo yo. – comenzamos a caminar juntas por la acera.

De inmediato las aves comienzan a cantar y a sobrevolar por donde nosotras vamos pasando, sonrío con su presencia y miro a Clio, quién está asombrada mirando a los pájaros.

- Eso se ve hermoso. ¿Cómo es que de pronto se acercaron?

Lentamente se acerca a un buzón de correo en donde un pequeño pajarito la observa. Clío estira su brazo un poco a él y le rosa el pecho con los dedos. La rubia exclama emocionada.

- ¡Estoy tocando un pajarito! – susurra.

Me imagino al ave brincando a su mano y en lo feliz que se pondría ella. Y es justo lo que hace el animal.

- Oh, mierda, creo que me voy a desmayar. – me río con su reacción y me acerco a ella.

- Es un zorzal. Jamás había visto uno de cerca. – pongo uno de mis dedos sobre su cabeza y el ave se talla más contra él – Hola, amiguito.

Trina en respuesta y las dos nos quedamos mudas de la impresión. El animal extiende sus alas y emprende el vuelo dejando a Clío con la mano estirada. Aún en nuestro asombro volvemos a caminar.

- ¿Eso te pasa seguido?

- Para nada, los únicos animales que me quieren son los perros y los gatos, claro que muchos de los animales que me encuentro en las calles se me acercan, pero hay una gran excepción, el ave de mi abuela, un perico, me quería matar siempre que me veía.

- Pues a mi ningún animal me quiere. – la miro incrédula – Es en serio. Por lo general todos se alejan de mí. – se encoje de hombros – Puede que tengas un don con ellos. Ya sabes, la sentencia viene en el nombre.

- ¿Hablas de la amistad de Artemisa con los animales? – asiente lentamente.

- A mi me pasa algo parecido, la historia siempre ha sido mi fuerte, al igual que la música.

- Y Clío es la diosa de la historia. Siempre he creído que de las hijas de Zeus es la más lista. – le guiño un ojo y se sonroja.

Pasado un rato veo mi casa acercarse. Su hermosa fachada de tejas color arcilla, su enorme ventana en la planta baja y dos grandes en la planta de arriba para las habitaciones, su impecable color arena deja que la luz del sol la ilumine más. A pesar de que es hermosa, le he insistido a papá por cambiar el color, sigo en el proceso de convencerlo.

- Qué casa tan hermosa.

- Es la mía. – digo en voz baja.

- Pues luce linda. Aunque con esas ventanas quedaría increíble con color blanco y marcos azules. – abro los ojos aún más.

- ¿A caso lees la mente o algo así? Eso fue lo mismo que le dije a mi padre cuando llegamos. – nos reímos una vez más y nos detenemos frente a la casa.

- Te lo dije, el destino nos unió. – baja la vista al suelo nerviosa – Bueno, has llegado a salvo, Temis. Ahora iré a casa. ¿Te parece si mañana paso por ti?

- Claro, sería estupendo.

- Entonces quedó dicho. Te llamo más tarde para que guardes...

- ¡Artemis! – papá sale de la casa con una sonrisa enorme.

- Hola, papá. – me abraza con fuerza en sus tatuados brazos.

- ¿Todo salió bien?

- Bastante. Ahora tengo una amiga. – digo mirando a la rubia – Ella es Clío Limnos.

- ¿Limnos? ¿De Lemnos? – mi amiga asiente extendiendo su mano a mi padre, quién la recibe con una sonrisa – Qué coincidencia, en mis años en Grecia conocí a algunos Limnos. Juraría que tu cara me es muy familiar.

- Probablemente porque los Limnos tenemos la misma cara. – se ríe – Es un gusto conocerlo, señor Termens. Yo debo irme, me esperan en casa para comer. Te veo mañana, Temis. – se acerca a besar mi mejilla y se despide de mi padre con la mano - ¡Bienvenidos a Chicago!

𝑇ℎ𝑒 𝑀𝑜𝑜𝑛'𝑠 𝐷𝑎𝑢𝑔ℎ𝑡𝑒𝑟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora