25. Sangre

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(Proyecto: Dante. Entrada a la Arena. Ambientación: jungla)

La puerta secreta de nuestro lado derecho se abrió.

La alarma había dejado de sonar e inmediatamente reconocí a la persona que se encontraba al otro lado.

André nos estaba viendo con malicia, cómo si definitivamente hubiéramos violado todas las normas del proyecto.

—Acaban de cometer un grave error, tengo instrucciones de llevarlos a la sala de operaciones —dijo André.
—¡Quítate de nuestro camino André, no iremos contigo a ninguna parte! —grité.
—Los llevaré aunque no quieran —dijo.

—¿¡Qué no lo escuchaste!?
¡Muévete pendejo! —le gritó Mariano, acercándose a él.

André le devolvió la mirada y lo empujó tan fuerte, que lo regresó al pasillo.

—¡Mariano! ¿Estás bien? —le pregunté mientras corría a ayudarle.
—Sí. Este puto cree que me va a intimidar —me dijo poniéndose de pie y caminando hacia André.
—¡No lo vuelvas a intentar! ¡Es muy
fuerte! —le dije.

—Más vale que le hagas caso Mariano... —le dijo André.

En aquel momento, me acordé que la vacuna aún estaba en el guardarropa.

"Tal vez, si se la inyectó a André, pueda que sus efectos sean tan fuertes que lo drogue por un tiempo y nos de chance de escapar", pensé.

Sin que él se diera cuenta, abrí la puerta del guardarropa lo más despacio que pude y tomé la jeringa.

—¿Te crees muy cabrón? ¡Anda tú y yo nada más pendejo! —le dijo Mariano a André.

André dejó salir una muy sutil sonrisa, cerró sus puños ocasionando que todos los músculos de sus brazos se tensarán, revelado la enorme fuerza que tenía.

Se preparó para darle otro golpe a Mariano, pero en aquel momento, me puse de pie, corrí y le inyecté la vacuna en el cuello.

André me apartó del camino cómo si fuera una mosca volando a su alrededor. Me arrojó hasta  el centro de la jungla.

Me di cuenta que la jeringa se había clavado bastante bien. Pero no le surtía ningún efecto.

—Muy astuto Sergio, pero lamento decirte que la vacuna no me afecta —me dijo André con desidia.

"¿Cómo era posible? Me acuerdo que la primera vez que me inyecte esa chingadera, me hizo sentir como pacheco en un concierto", pensé.

—Ahora, déjense de juegos y vengan conmigo o les prometo que esto les va a pesar —dijo André.

Mariano y yo intercambiamos miradas, tratando de pensar en algo.

De pronto, noté que André se paralizó en su lugar, con los ojos abiertos y con su mano derecha extendida. Se congeló, como si alguien le hubiera oprimido el botón de apagado.

—¿Qué le pasó? —me preguntó Mariano.
—No tengo ni idea —le dije poniéndome de pie.
—Está completamente inmóvil —dijo Mariano mientras le pasaba su mano frente a sus ojos.
—Mariano, hay que irnos, es nuestra oportunidad —le dije.

Él asintió y corrimos atravesando la densa jungla. Llegamos a la pequeña casa dónde acostumbraba a comer y a bañarme después de haberme acostado con André.

—¿Una de tus fantasías era hacerlo en una jungla Serch? —me preguntó Mariano.
—Sí, es una larga historia. Rápido, ayúdame a buscar un botón detrás del guardarropa para abrir la puerta —le dije.
—Está bien —me contestó.

Los dos le dimos mil vueltas al mueble sin tener éxito.

—¿Estás seguro qué hay un botón aquí? —me preguntó Mariano.
—Sí. André siempre se paraba aquí y hacía que el guardarropa se bajara —le dije.
—Haber, ponte justo dónde se ponía el teto este —me dijo.

Le obedecí, le noté un poco de celos y dejé salir una leve sonrisa.

No ocurrió nada al pararme en el lugar de André.

—Me lleva la chingada —dije.
—¿Cómo es que la puerta de allá atrás se
abrió? —dijo Mariano.
—No sé, seguramente jodimos su sistema o algo así —le contesté.
—¿Qué tal si ya lo volvieron a
establecer? —preguntó Mariano.
—No lo creo, las luces de la alarma siguen funcionando.

Fue hasta que sentí con mi pie un espacio hueco en la alfombra, lo clavé un poco más y el guardarropa se hundió en el suelo como siempre lo hacía, revelando la puerta que decía: "Habitación X".

—¡A huevo Serch, lo lograste! —me dijo Mariano, acercándose a mi para darme un beso.
—Vamos, tenemos que llegar con Cecilia —le dije.

Ambos volvimos a correr por el pasillo que llevaba al estadio.

Mariano y yo nos apresuramos hasta llegar a la mitad de la cancha. El lugar estaba bastante iluminado y el pasto se veía tan verde como un jardín en primavera.

—¡No es cierto! Tus escenarios estaban bien fregones Serch —me dijo Mariano.
—Solo un poco, ¿no? —le pregunté.

En aquel momento, una puerta metálica al fondo de la cancha se abrió. Dejando salir, como siempre, a la manada de jugadores de fútbol.

Solo que esta vez, traían en su mano machetes y una enorme serie de objetos punzo cortantes.

Al parecer, venían corriendo hacia nosotros con deseos de sangre.

Serotonina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora