Melancolía

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Allí estaba otra vez haciendo el mismo ritual de siempre. Al menos él no había cambiado, o eso quería pensar. Había pasado como una semana desde que se fue de casa sin planes y sin lugar al que ir, tan sólo con una bolsa de deporte a modo de maleta. ¿Dónde estaría ahora?

Una palada más con sus manos y ya estaba listo. Miró sus manos sucias por un momento, preguntándose si debería hacer el agujero más grande, pero no tenía fuerzas para excavar más. El gato blanco que llevaba tiempo haciéndole compañía salió corriendo cuando él tomó su bola de ego entre sus manos. Parecía una piedra de color morado desgastada por la erosión de tal forma que se asimilaba a la espalda de un gato. Sonrío ante el pensamiento y la colocó sobre el hueco, aún en sus manos. Ya sólo quedaba soltarla y enterrar su ego en aquel callejón.

Los ruidos a su alrededor parecían no llegar a sus oídos. No obstante, siempre era así, una suerte de mecanismo de defensa para evitar que alguien le hiciera cambiar de idea. Su ego debía permanecer bajo tierra, por muchas veces que lograra de alguna forma desconocida volver a la superficie, él debía sepultarlo otra vez por su seguridad o algo así.

De la nada, notó una presión en sus hombros que luego bajó a sus manos. Un maullido se coló a través de su férrea defensa y entonces pudo comprender lo que pasaba. Una chica frente a él le susurraba con matices de preocupación algo sobre lo delgado que estaba y sobre que debía volver a casa.

– N-no... Esto... Esto es... lo...

Antes de poder acabar, un súbito mareo le revolvió las ideas y le hizo perder el equilibrio. Cerró los ojos, perdiendo el sentido por un segundo en el que pensó que esa chica era la representación de la muerte.

– ¡Niisan!

Eso fue lo primero que oyó al recuperar la consciencia. Se sentía adormecido, pero sabía que debía dar señales de vida antes de que quienquiera que fuese le llevase a casa, o peor, a un hospital. En realidad, ya no sabía qué era peor.

– ¿Ichimatsu-niisan? ¿Estás... bien?

La voz era femenina. Eso hizo que se pusiese tieso como si alguien acabase de golpearle por sorpresa. ¿Por qué una chica se preocuparía por él? Gruñó, incapaz de dar otra respuesta.

Ella suspiró, provocando que él sintiera un escalofrío. Poco a poco, le apartó de ella con cuidado de que no fuera a desmayarse de nuevo. Al parecer, ella le había sostenido o al menos amortiguado la caída, pues no sentía ningún dolor en su cuerpo. Bueno, excepto ese vacío en su estómago que no tardó en manifestarse.

– ¿Tienes hambre? Ven conmigo, podemos comer en mi apartamento.

Él negó. En el momento en que se fue de casa, aceptó todas las consecuencias de ello, no podía depender de sus hermanos.

– ¿Por qué no? ¿Cuánto llevas sin comer algo decente, Ichimatsu-niisan? –conforme se le pasaba el susto, su tono iba cambiando de preocupado a enfadado– ¡O sin comer algo en absoluto! Uff... Realmente...

– ¿Qué? ¿Soy basura? Eso ya lo sabía –se burló él.

– No –declaró ella con la mirada ensombrecida, claramente intentando contenerse por el débil estado del mayor–. Eres tan terco como Osomatsu-niisan.

Tras decir eso recogió algo del suelo: la bola de ego de Ichimatsu. Le miró esperando que hiciera algún intento de recuperarla, pero eso nunca sucedió. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, la chica empezó a acariciarla, prestando especial atención a las partes de diferente color.

– No voy a aceptar un no por respuesta, Ichimatsu-niisan. No en esto –habló con seriedad retándole con la mirada–. ¡Por lo menos, déjame comprarte algo para que no te mueras de hambre!

La historia de Todomi (Osomatsu-san fic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora