El despertador suena a las siete en punto y deseo con todas mis fuerzas estrellarlo, pero es el primer día de clase en el nuevo instituto y le prometí a Leah que iríamos juntas, así que no puedo dormirme. Apago el despertador y me levanto sin rodeos. Cuando voy al lavabo Leah ya está duchada y lista para almorzar.
—¿No vas a ducharte?
—Sabes que me ducho antes de ir a dormir.
Me mira con una sonrisa y sale del lavabo para dejarme entrar.
—Si te ducharas por las mañanas te costaría menos empezar el día.
—¿Ah sí? No sabía que el agua de la ducha tenía cafeína que te entra por la piel y te quita las ganas de dormir.
Leah niega con la cabeza y se va a su habitación, desde dónde me grita:
—Podrías probar a irte a dormir antes.
Pongo los ojos en blanco mientras me seco la cara con la toalla.
Después de estar diez minutos mirando el armario decido ponerme unos leggins tejanos y una camiseta de tirantes rosa pastel. Cojo las bambas blancas y me las pongo, el calzado es lo único que tenía claro des del principio.
Me pongo mi peluca y delineo una fina línea negra sobre mis párpados.
Cuando bajo a desayunar Leah ya está acabando y Enzo está embobado mirando la televisión con el bol de cereales intacto.
—¿Cariño no prefieres ponerte unas sandalias? Mira a Leah que bien le quedan, y va más fresquita.
Miro de reojo a mi madre mientras pongo una rebanada de pan de molde en la tostadora.
—Voy más cómoda en bambas.
—Ya… ¿Y qué tal una camiseta más de vestir?
Leah lleva una bonita blusa tejana y unos pantalones blancos, obviamente lleva una de sus mil sandalias con plataforma. No faltan las pulseras, los pendientes y el collar a juego.
No puedo entender cómo se cambia cada día de accesorios. Yo hace unos cinco años que llevo los mismos pendientes, y solo me los quito para limpiarlos. Las dos pulseras que llevo me las regalaron mis amigas hace más de dos años, y van siempre acompañadas de mi goma de pelo color salmón. No suelo llevar collar ni anillos, y seguro que si empiezo a llevarlos un día no me los quitaré en años.
A mi madre le encanta como viste Leah, y le horroriza como lo hago yo. Lleva años intentando que me ponga un pantalón tejano normal, pero me resultan muy incómodos, así que todo lo que uso son leggins negros y leggins vaqueros, que simulan unos tejanos. En ocasiones me pongo algun short tejano, que eso no se si aún la pone más histérica, porque según ella los shorts son para ir a la playa.
También insiste mucho con los zapatos. En mi armario hay: unas bambas blancas, unas chanclas de playa, unas sandalias con la mínima plataforma posible, y unas botas de pelo para el invierno. Y en el armario de Leah hay todo eso multiplicado por cuatro y de varios colores para poder ir siempre a conjunto.
—Hannah acaba ya o llegaremos tarde.
Miro a Leah de reojo y me acabo lo que me queda de tostada de un mordisco. Ya son las ocho menos veinte, tardamos unos diez minutos en ir al instituto, pero Leah no soporta llegar justa.
—Nos vamos mamá —le digo mientras me despido con la mano desde la puerta—. Que vaya bien el día.
—Espera, espera —se acerca a mí y me mira de arriba a abajo—. ¿Seguro que no pasarás frío en tirantes?
ESTÁS LEYENDO
Un lugar donde volver a ser yo
Teen FictionHannah tiene 17 años y acaba de superar una leucemia. Cansada de ser "la chica del cáncer" en su instituto, ve la oportunidad de empezar de zero cuando a su padrastro le ofrecen un nuevo empleo en otra ciudad. Toda la familia toma la decisión de mud...