Cuando Leah me zarandea para despertarme no puedo hacer otra cosa que soltar un quejido y volver a acurrucarme en la cama. Mientras ella insiste para que me levante, yo intento darle con el pie para que se aparte y me deje dormir un poco más. Al cabo de pocos segundos la escucho salir de la habitación, y por algún extraño motivo me convenzo de que se ha dado por vencida. Nada más lejos de la realidad. La maldita había ido a buscar un vaso de agua fría, que digo fría, congelada, para tirarlo encima de mí.
El grito resuena por toda la casa, lo sé porque al instante mi madre estaba chillando que nos estuviésemos quietas.
Leah sale corriendo escaleras abajo hacia la cocina y yo la sigo. Ni siquiera recuerdo que Lucas y Nico están con nosotros hasta que los veo desayunando en la cocina.
—Buenos días —me dice Lucas con su sonrisa torcida.
—Buenos días —le respondo medio dormida antes de dejar salir un bostezo.
Leah deja el vaso, ahora vacío, en el mármol de la cocina mientras me mira triunfante. Que no se lo crea tanto, todavía tengo todo el día para vengarme.
—A las seis y media os quiero a todos listos para volver a la ciudad —informa mi madre mientras deja un vaso de zumo de naranja recién exprimido frente a mi.
—¿Tan pronto?
La queja de Enzo resuena por la cocina.
—Mañana tenéis cole, y tendrás que ducharte y cenar antes de ir a dormir, así que no es pronto —dice el padre de Leah entrando en la cocina con ropa deportiva.
¿Ahora va a salir a correr? ¿Hace cuánto que no lo hace?
Y como si Leah me leyera la mente, se acerca y me susurra:
—Me apuesto una pizza a que no dura ni diez minutos.
—Yo digo que dura quince minutos —le sigo el juego.
Mi madre nos escucha y nos mira con el ceño fruncido.
Leah y yo vamos a ir a tomar el sol a la playa, a ver si así cojemos algo de color, cosa que dudo. Nico y Enzo han decidido pasar la mañana jugando al fútbol en el patio trasero de la casa, y Lucas opta por quedarse un rato con ellos antes de bajar a la playa.
—¿Vas a soportar estar sin él unas horas?
Pongo los ojos en blanco y le doy a Leah un pequeño empujón mientras se ríe.
—Poneos crema, que luego os quemáis —dice mi madre mientras nos trae un bote de protector 50.
—¿Dónde vas con eso mamá? Con el de 30 ya hacemos.
—Vosotras veréis, luego no quiero quejas.
Nos ponemos la crema en la habitación y bajamos a la playa únicamente con las toallas en la mano y un altavoz para poder poner música.
Lo bueno de este sitio es que no hay mucha gente. La playa no es privada, ni mucho menos, pero está tan alejada de todo, y el camino es tan viejo y está tan poco señalizado, que normalmente solo venimos los que tenemos una casa en los alrededores.
Pasamos más de una hora tostándonos al sol mientras escuchamos música antes de que llegue Lucas, que no viene solo.
—¡Vamos al agua!
—Ahora no, Enzo.
—¡Va! ¡Llevas mucho rato ahí tirada!
Veo que a Leah se le acaba la paciencia, así que cojo a Enzo y me lo llevo al agua. Nico nos sigue manteniendo cierta distancia y comportándose. Enzo no para de intentar ahogarme, y como no puede le pide ayuda a Nico, pero este no se acerca mucho, supongo que por la falta de confianza. Al final, para que vea que no pasa nada, decido sumergirme y cogerle los pies para que se hunda un poco. Finalmente, cuando ve que he sido yo, se une a Enzo e intentan ahogarme una y otra vez.
Lucas no tarda en unirse a nosotros, o mejor dicho, a los críos, que finalmente consiguen hundirme con su ayuda.
—¡Eso es trampa! —grito entre una ahogadilla y otra.
Escucho como Enzo y Nico se ríen a carcajadas, y cuando vuelvo a salir a la superficie, veo que Lucas los hunde a los dos.
—No os riáis tanto, enanos —les dice.
Yo aprovecho y me subo a su espalda para intentar hundirlo, pero aguanta más de lo que pensaba.
—¿Les doy una lección por intentar ahogarte y tú me lo pagas así? —dice intentando sonar ofendido.
—¡Es gracias a tí que han conseguido ahogarme!
—Cierto, pero sigue estando feo que intentes ahogar a un pobre chico inválido.
—El chico inválido aguanta más que yo con dos piernas, así que no me darás pena con ese argumento.
Al final Leah acaba entrando al agua y me ayuda a ahogar a Lucas, quién sigue intentando darnos pena argumentando que es totalmente juego sucio.
Nico y Enzo llevan un rato buceando y cogiendo un montón de conchas. Quién sabe para qué... De lo que sí estoy segura es que de mi madre no dejará que Enzo se quede con tantas.
Media hora antes de la hora de comer, salimos del agua y nos tiramos en las toallas al sol para que se sequen los bañadores.
Enzo y Nico se dedican a separar las conchas que han cogido según su forma y color. Leah y yo nos quedamos un par que nos gustan para decorar la habitación. Lucas se limita a observarnos mientras escoge la música que suena por el altavoz.
A las dos y media mi madre se asoma al balcón y nos hace señas para indicarnos que la comida ya está lista.
—Vuestro padre ha aguantado media hora —nos informa en cuanto entramos por la puerta—. Así que no habéis ganado ninguna.
Leah y yo nos miramos de reojo, no sabemos si creerla, pero ¿qué otra cosa podemos hacer? No le hemos visto llegar, y si le preguntamos a él dirá que ha corrido más de lo que realmente haya hecho.
De comer hay macarrones gratinados, y me como un plato lleno hasta los topes. ¡Adoro los macarrones! Creo que podrían ser mi comida favorita.
Después de comer no volvemos a la playa, de hecho, Leah, Lucas y yo aprovechamos para ducharnos e irnos limpios a casa. Luego ayudamos a mi madre a recoger la casa mientras Enzo y Nico ven una película en el comedor, y mi padre carga los coches con las bolsas y maletas que le hemos ido dejando en la entrada.
Para las seis y veinte estamos todos saliendo de casa y subiendo a los coches. Enzo y yo volvemos a ir en el coche de Lucas, quién se ofrece a pasar a dejarnos a nuestra casa. Durante el viaje nos enteramos de que tienen un partido bastante importante el fin de semana que viene, concretamente el sábado, y quieren que vayamos a verlos.
Pensar en la última vez que fuimos a ver un partido de los enanos me trae recuerdos amargos, pero no por eso dejaré de ir a animarlos. Lucas parece leerme la mente, pues me frota la rodilla y me dedica una sonrisa cuando nota que le miro.
Realmente es un chico muy atento, y eso me gusta.
Después de tener su mano en mi rodilla unos minutos, y en vista de que nuestros hermanos están distraídos con el móvil de Lucas, pongo mi mano sobre la suya sorprendiéndolo. Cuando Lucas decide mirarme yo ya he girado la cara hacia la ventana, no puedo mirarle, estoy demasiado nerviosa y me entra la risa tonta...
—Hannah.
La voz de mi hermano hace que aparte rápidamente mi mano de la de Lucas, aunque él no mueve la suya.
—¿Qué?
—Nos vas a entrenar algún día esta semana, ¿no?
—¿Vosotros no tenéis un entrenador los martes y jueves? —les recuerdo.
—Sí, pero cuanto más entrenemos mejor —explica Enzo con voz obvia.
—Bueno, ya veremos si puedo.
Se que mi hermano protesta, le oigo de fondo, pero mi mirada se ha cruzado con la de Lucas a la vez que él me ha apretado ligeramente la rodilla, así que ya no le presto atención. Pongo los ojos en blanco para disimular un poco la vergüenza que siento y le agarro otra vez la mano mientras sonrío como una tonta.
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Un lugar donde volver a ser yo
Ficção AdolescenteHannah tiene 17 años y acaba de superar una leucemia. Cansada de ser "la chica del cáncer" en su instituto, ve la oportunidad de empezar de zero cuando a su padrastro le ofrecen un nuevo empleo en otra ciudad. Toda la familia toma la decisión de mud...