En cuanto la doctora me avisa de que Lucas acaba de salir de quirófano me alejo de su madre y de su hermana. Sé que ellas no podrán entrar a la sala de reanimación, y encontrarán injusto que a mi me dejen entrar, así que prefiero evitarle problemas a la doctora. Es lo mínimo que puedo hacer, ya que ella me hace un favor tan grande.
No tardo ni diez minutos en llegar al pasillo que da a la sala de reanimación, y me quedo ahí de pie esperando noticias.
Al parecer la doctora ha avisado a las enfermeras de la sala, puesto que es una de ellas quien sale a buscarme al pasillo y me deja entrar.
—Solo puedes estar cinco minutos.
La chica es amable, se le ve en la cara, pero su voz suena firme y decidida. No quiere meterse en problemas.
—Lo sé.
Me aseguro de sonar fiable, no quiero que piense que seré de las que luego le pedirá estar más rato y la pondrá en un compromiso.
Cuando me acerco a Lucas está con los ojos cerrados, pero sé que está despierto en cuanto se lleva las manos a los ojos y se los frota.
Por inercia desvío la mirada al hueco donde se supone debería estar el resto de su pierna. Un nudo se instala en mi garganta y algo me oprime el pecho. Soy consciente de que debo controlarme si no quiero llorar. Y no debo hacerlo, no soy yo quien ha pedido la pierna. Reprimo las lágrimas y me fuerzo a sonreír cuando veo que Lucas abre los ojos y me mira con su media sonrisa arrogante.
—Dime que no tengo las típicas ojeras de recién operado —el nudo sigue en mi garganta y me impide hablar, así que simplemente le pregunto con la mirada a qué se refiere—. En todas las pelis los recién operados tienen cara de mierda.
Trago el nudo de emociones y me obligo a calmarme antes de contestar.
—Yo te veo como siempre.
Él alza las cejas y me percato de la incongruencia que he dicho. Cierro los ojos y maldigo para mis adentros.
—Lo siento, lo he dicho sin pensar —me disculpo mientras las emociones vuelven a florecer y se me escapa una especie de sollozo.
Lucas me mira con preocupación, me agarra la muñeca y me obliga a acercarme lo suficiente como para que él pueda abrazarme.
—Estoy bien, en serio.
Su voz dulce y su abrazo amable hacen que me rompa por completo. No puedo evitar que las lágrimas salgan a borbotones. Nunca me he sentido tan culpable. Se supone que yo debería estar consolándole, animándole... Yo he venido para ser su apoyo. Es él quién debe poder llorar si lo necesita y yo consolarle, pero pensar en todo lo que ya no podrá hacer me mata por dentro.
—Soy un desastre —digo aferrándome a su pecho—. Vaya amiga tienes...
—La mejor.
Sonrío y me separo un poco de él.
—¿Cómo estás? En serio.
Él me mira, dudando en si contarme o no la verdad. Sé que no quiere que me ponga peor, pero yo necesito que sea sincero.
De reojo mira, por una milésima de segundo, su muñón cubierto por una fina sábana.
Suspira con pesadez antes de que se le llenen los ojos de lágrimas.
—Pensé que estaría peor —parpadea rápidamente y se seca la única lágrima que consigue descender por su mejilla—. Me alegra que hayas venido.
Muerdo mi labio inferior y me obligo a no llorar más cuando noto que un par de lágrimas descienden por mi rostro.
—No podía quedarme en casa esperando.
—Tampoco deberías estar en casa, deberías estar en clase.
Ambos soltamos una risa desganada.
La enfermera que me ha dejado entrar se acerca a nosotros y me mira sin decir nada. Miro el reloj y veo que ya han pasado casi diez minutos, me ha dejado más tiempo del que se suponía que debía estar.
—Debo irme, te veo en la habitación.
—¡Por dios, señorita! Eso es una propuesta demasiado indecente, considerando la situación actual.
No puedo evitar sonreír. ¿Siempre tiene que hacer que yo sonría sin importar las circunstancias?
Le miro una última vez y me despido con la mano antes de abandonar la sala.
Cuando vuelvo a la habitación ya he recuperado la compostura, y por suerte ni su hermana ni su madre preguntan dónde he estado. Simplemente me siento en una butaca, frente al sofá donde ellas están sentadas, y espero a que traigan a Lucas.
En algún momento he debido quedarme dormida por el cansancio y la ristra de emociones sentidas, porque cuando vuelvo a abrir los ojos Lucas ya está en la cama charlando tranquilamente con su madre. Miro alrededor: su hermana ni siquiera está ya.
—Buenos días, bella durmiente —se mofa Lucas al verme despierta—. Se suponía que venías a verme, no a dormir en mi habitación.
Me pongo roja como un tomate y me levanto rápidamente para acercarme a él.
—¿Cómo te encuentras? —vuelvo a preguntarle para no levantar sospechas—. ¿Te duele mucho?
Lucas sonríe y entiende que no quiere que se enteren de que he podido verle antes que nadie.
—Estoy bien, mejor ahora que me haces caso.
Su madre nos mira con una sonrisa cómplice antes de decir:
—Voy a ir a buscar algo para beber. ¿Quieres algo Hannah?
—No, gracias, estoy bien.
Su madre desaparece de la habitación con una sonrisa en los labios.
—Creo que piensa que somos novios o algo así —dice Lucas tan tranquilo.
Me sonrojo y no digo nada. No creo que sea el momento para recordarle a Lucas que tengo novio, él ha demostrado anteriormente ser consciente de nuestra posición. No es preciso tener que decirle lo que ya sabe.
—¿Todo ha ido bien? —Lucas me mira con las cejas alzadas—. La operación, ¿te han dicho si ha ido bien?
—Sí, sin problemas. El doctor ha pasado mientras tu roncabas —me sonrojo y él sonríe con malicia—. Parecías un troll.
No me lo creo, pero por si acaso pregunto:
—No es verdad, ¿no?
Lucas suelta una carcajada.
—Tendrías que haberte visto la cara... Con lo crédula y expresiva que eres me cuesta no hacerte bromas.
Hago ver que me enfado y le doy un pequeño pellizco en el brazo, él se queja pero no deja de reírse.
Al final yo también sonrío, no puedo evitarlo, me gusta verle feliz en estos momentos.
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Un lugar donde volver a ser yo
Teen FictionHannah tiene 17 años y acaba de superar una leucemia. Cansada de ser "la chica del cáncer" en su instituto, ve la oportunidad de empezar de zero cuando a su padrastro le ofrecen un nuevo empleo en otra ciudad. Toda la familia toma la decisión de mud...