Es domingo, son las diez de la mañana, y por raro que parezca ya estoy vestida y arreglada. Tal como dijo Leah, Eric no solo había venido a entrenar a Enzo, antes de irse me invitó a salir, y yo obviamente acepté.
No sé a dónde vamos a ir, pero por si acaso vuelve a llevarme en moto, me he puesto una falda-pantalón y una camiseta con el hombro descubierto. Esta vez llevo mis bambas blancas, nada de sandalias. Le he hecho un par de trenzas muy finas a la peluca y las he juntado en la parte de atrás, formando una especie de corona.
—¿A dónde vas hija?
—A dar una vuelta con unas amigas.
Leah sonríe con malicia mientras se lleva otra cucharada de cereales a la boca, y mi padrastro me mira de reojo con las cejas alzadas.
No me gusta mentir a mi madre, pero sé que se pondría histérica si le digo que voy con Eric. Además empezaría a darme la murga con que se lo presente, y de momento no somos nada, así que ni hablar.
—¿Pero vas a venir a comer?
—No lo sé.
—¿Cómo no vas a saberlo? —me encojo de hombros—. Tendré que saber si hago comida para cuatro o para cinco.
—Bueno pues no me hagas comida, si vengo ya me pediré una pizza.
—No me gusta que comas esas porquerías, y menos si puedes comer bien.
—¡Ay mamá! Pues hazme comida y si no vengo la guardas en un tupper, que de nada haces un drama.
Me bebo la leche de un sorbo y dejo el vaso en el lavavajillas antes de huir de mi madre.
—Se cree que soy tonta —la oigo decir des del recibidor—. No se arregla para una boda, se va a arreglar para salir con sus amigas...
—Déjala en paz, ya te lo contará cuando esté preparada —pongo los ojos en blanco y maldigo al escuchar a mi padrastro, ahora sí que no va a dejar el tema.
—Tú sabes algo, ¿no?
—¿Yo? Qué voy a saber yo si me paso el día trabajando.
Veo a Leah salir de la cocina poco a poco y me aguanto la risa.
—No tan rápido jovencita —dice mi madre con voz autoritaria—, tú seguro que sí que sabes algo, ven aquí.
Veo que Leah sale corriendo hacia su habitación, no sin antes chocarme la mano y guiñarme un ojo.
Cuando salgo de casa veo que Eric me está esperando en la entrada, subido en la moto. Voy hasta él a paso ligero y me pongo el casco que me ofrece.
—¿A dónde vamos?
—Es una sorpresa.
—¿Esa es tu amiga, Hannah?
Mis ojos se abren como platos mientras mis mejillas se tiñen de rojo a más no poder al ver a mi madre plantada en la puerta principal. ¿En serio mamá? ¿En serio?
—Métete en casa y déjame en paz.
—Si que está fuerte tu amiga.
Eric se ríe ante ese comentario, pero yo me estoy muriendo de vergüenza.
—¿Qué haces? Por dios qué vergüenza, déjala en paz.
Leah sale en mi ayuda y tira de mi madre hacia dentro de casa mientras mi hermano se asoma por el umbral de la puerta.
—¡Eric! —el recién nombrado saluda desde la moto con la mano y a mi hermano se le ilumina la cara—. ¿Vas a venir otro día a jugar a fútbol?
—Claro.
—¿Todos le conocéis menos yo? —dice mi madre indignada.
—Vámonos, por favor —le suplico a Eric más roja que un tomate.
Eric se gira y me mira de reojo mientras sonríe.
—Es lo más divertido que me ha pasado nunca.
Le agradezco que no tarde ni cinco segundos más en arrancar y dejar atrás esa pesadilla. Mi madre es horrible.
Durante el camino me apoyo en la espalda de Eric y consigo relajarme un poco. Me encanta estar tan cerca de él, y su espalda es tan fuerte...
En este momento agradezco llevar casco, porque debo tener una sonrisa de tonta enamorada. Me muerdo el labio inferior e intento distraer mis pensamientos.
Para cuando quiero darme cuenta estamos al lado del mar, en una especie de acantilado. Las vistas son realmente preciosas, y hay un gran árbol viejo del que cuelga un bonito columpio de madera.
Del baúl de la moto saca una enorme toalla de playa que pone sobre el césped, y una bolsa llena de comida.
—¿Vamos a hacer un picnic?
—Si, ¿te gusta?
—Me encanta —digo sorprendida mirando la cantidad de comida.
Ha traído un par de bocadillos de jamón, una bolsa de patatas fritas, una lata de olivas, un paquete de mini croissants rellenos de chocolate, una botella de agua y dos latas de refrescos.
Cojo un croissant de chocolate y me subo al columpio, que está justo al lado de donde Eric ha plantado la toalla.
—No sé si sabes que estoy en el equipo de fútbol.
—No lo sabía.
—Pues tenemos un partido el viernes, podrías venir a verme. Si quieres, claro.
Casi suelto un grito de la emoción. Nunca nadie me había invitado a ir a verle a un partido. Bueno, mi hermano, pero no cuenta.
—Claro, me encantaría.
—Genial, casi siempre se llenan las gradas, así que no vengas muy justa de tiempo.
—¿Va mucha gente?
—Bueno, la mayoría son chicas de clase, y los que vienen de otro colegio a animar al equipo contrario.
—¿Lara suele ir?
Eric me mira un poco sorprendido.
—Eso creo, ¿por qué?
Dudo en cómo decirle que no puedo ir porque si Lara me ve con él le dirá a todo el mundo que no tengo pelo.
—Igual no le hace gracia que yo vaya. No nos llevamos muy bien.
—¿Y qué más da? No vas por ella, vas por mí.
Me encojo de hombros.
—¿Te importa si viene Leah?
—Si quieres —se encoge de hombros y mira al infinito—. Pero luego del partido podríamos ir a tomar algo, sin Leah a poder ser.
Se me escapa una risa nerviosa. Se supone que no puedo estar con Eric, sin embargo no para de invitarme a hacer cosas con él, y yo obviamente quiero hacerlas.
Mi secreto mejor guardado está a un paso de ser descubierto...
—Claro.
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Un lugar donde volver a ser yo
Roman pour AdolescentsHannah tiene 17 años y acaba de superar una leucemia. Cansada de ser "la chica del cáncer" en su instituto, ve la oportunidad de empezar de zero cuando a su padrastro le ofrecen un nuevo empleo en otra ciudad. Toda la familia toma la decisión de mud...